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Columna
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El gato

Manuel Vicent

Se supone que el paciente es un ser que llega a la consulta del psicoanalista con el espíritu averiado, lleno de fantasmas. Uno de los métodos de psicoanálisis consiste en hablar, sólo en hablar, tumbado en el diván. Durante un largo periodo de sesiones, que puede durar años, de forma generalmente inconexa, con los ojos abiertos o cerrados, el paciente de viva voz va sacando de su pozo ciego las neuras que le obsesionan, sin que el psicoanalista le interrumpa ni haga ningún comentario. Sólo de vez en cuando emite un ligero carraspeo para demostrar que no se ha dormido. Al final de cada sesión, dice: "Hasta la próxima". La consulta del psicoanalista suele tener un ambiente muy cargado no sólo de jeroglíficos egipcios en las paredes y de estatuillas paganas en los estantes y vitrinas, sino de traumas, narcisos, psicosis y melancolías que otros pacientes han liberado y que quedan flotando como mariposas negras en el espacio. Según el manual del perfecto neurótico, la figura del padre se impondrá al instante en la memoria sumergida. El complejo de Edipo es el primer gusano que sale del inconsciente empapado de mucosa, y después irán aflorando sucesivamente libidos reprimidas, fantasías ocultas, autocastigos, histerias, angustias de castración y restos de tocino de cielo envenenado. Mientras trata de adentrarse en su propio sepulcro lleno de máscaras sepultadas, el paciente reconoce la voz que retumba allí dentro como la propia voz que nunca antes había oído. Después de algunos años la clave de esa tumba será, tal vez, descifrada y todo la materia negra que contenía saldrá a la superficie. Pero las sesiones deberán continuar, porque a fin de cuentas el psicoanálisis sólo es una forma de vivir. Llegará un momento en que el paciente, aunque ya tenga el alma reparada, seguirá tumbado en el diván hablando con los ojos abiertos o cerrados. Ahora, completamente vacío, para llenar de contenido cada sesión y contentar al psicoanalista deberá recurrir a hechos anodinos de la vida diaria, la película que vio el sábado, que la tía del pueblo le ha mandado unas torrijas, que no ha tenido más remedio que capar al gato, que ha llevado el coche al taller, que la próxima semana no podrá venir porque se casa su primo. De pronto siente que la voz que describe este tejido de la vida pertenece ya a una persona normal, sólo que el complejo de castración que antes mantenía frente al padre autoritario ha sido sustituido por los graves problemas que ahora le da el gato capado.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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