Misiones suicidas
Los pasos de Hasib Hussain antes del 7-J
Hay una fotografía que me obsesiona desde hace meses. La tengo en la pantalla de mi ordenador mientras escribo. Está tomada por una cámara de televisión por circuito cerrado, a las 9 horas 13 minutos del jueves 7 de julio de 2005, y muestra a un joven fornido y moreno, vestido con una camisa abierta de color azul claro, que sale de la farmacia Boots, en la estación de tren de King's Cross. Lleva una mochila a la espalda. Tres cuartos de hora después, Hasib Hussain, de 18 años, saltaba por los aires en un autobús de la línea 30, y, al hacerlo, mataba a otras 13 personas y hería a 110. La bomba iba en la mochila. La pregunta que me he hecho constantemente es: ¿qué va a comprar uno en una farmacia cuando sabe que va a volar hecho pedazos unos minutos después? ¿Pastillas para la digestión? ¿Ibuprofeno? ¿Un cortaúñas?
Los que realizan misiones suicidas, sean religiosos o laicos, creen que van a adquirir gloria y honor, dos conceptos anacrónicos en nuestras sociedades
El informe del Home Office indica que los cuatro terroristas de Londres se abrazaron en la estación de tren de King's Cross antes de actuar en solitario
Los cálculos que hace el grupo suicida son desmesurados, inhumanos, salvajes y, a largo plazo, seguramente erróneos, pero no son irracionales
El informe policial
Ahora sé la respuesta. Según el informe sobre los atentados del 7 de julio en Londres, recientemente hecho público por el Home Office [el Ministerio del Interior británico], Hasib Hussain se limitó a pasar por Boots de camino a W. H. Smith, la tienda de periódicos, en la que, por lo visto, compró una pila de nueve voltios. "Es posible que necesitara una pila nueva para detonar el dispositivo, pero hasta el momento es pura especulación". Para entonces, sus tres ¿co-conspiradores?, ¿hermanos de armas?, ¿compañeros mártires? -todas las designaciones implican un juicio de valor- se habían suicidado ya, según lo previsto, en el metro. No sabemos por qué Hussain no entró también en el metro, pero el informe sugiere que quizá "se lo impidieron los retrasos en la línea norte", una frase que los usuarios habituales de dicha línea podrían considerar un ejemplo del humor más negro. Sabemos que llamó a sus tres amigos desde el móvil. "Durante todo ese tiempo parece tener una actitud relajada y tranquila". Luego fue al McDonald's de Euston Road. Tampoco aquí puedo dejar de preguntarme: ¿por qué va uno a llenarse el estómago cuando está a punto de suicidarse? ¿Para calmar sus nervios? ¿O a lo mejor no quería más que ir al lavabo?
Pese a estos detalles inquietantes que aporta la exhaustiva investigación policial, queda por resolver el misterio fundamental. ¿Qué siente un terrorista suicida en los minutos previos a morir? ¿Cuáles son sus últimos pensamientos? ¿Por qué lo hace? Existen pocas preguntas más difíciles de contestar, porque se trata de una conducta totalmente opuesta a la forma de pensar y actuar de casi todo el mundo. Y no es posible preguntarle después al terrorista. Pero existen pocas preguntas más importantes, porque comprender mejor esto podría quizá ayudarnos a vivir más seguros.
Por eso me he dedicado a leer la numerosa literatura existente sobre la materia y, en especial, un escrupuloso y fascinante estudio titulado Making sense of suicide missions
[Para entender las misiones suicidas], editado por Diego Gambetta, que examina las misiones suicidas (un término cuidadosamente escogido y deliberadamente neutral), desde los pilotos kamikazes japoneses en la II Guerra Mundial (que siguen siendo el grupo más numeroso) hasta Al Qaeda en la actualidad. Quienes emprenden misiones suicidas no suelen ser, en absoluto, pobres ni incultos, aunque a veces proceden de comunidades pobres y marginadas. El padre de uno de los terroristas del 7 de julio, Shehzad Tanweer, era un destacado empresario local. Dos de ellos habían estudiado en la Universidad Metropolitana de Leeds.
Tampoco exhiben, en general, los síntomas psicológicos propios de las personas con alto riesgo de cometer suicidio. Muchas veces parecen miembros normales de una familia y una comunidad. Tanweer estuvo jugando al críquet en el parque hasta última hora de la tarde del 6 de julio: "A los que estaban con él les pareció completamente normal". Un estudio sobre terroristas suicidas palestinos destaca que "ninguno de ellos era inculto, desesperadamente pobre o ingenuo, ni estaba deprimido... Dos eran hijos de millonarios... Eran educados y serios, y en sus comunidades los consideraban unos jóvenes modelo. Todos eran profundamente religiosos". Es evidente que, en el caso de los terroristas de Londres, también había una fuerte motivación islámica; sin embargo, en la mayoría de las misiones suicidas documentadas, incluidas las acciones de los tigres tamiles y los pilotos kamikazes, no había motivos religiosos.
¿Qué tienen en común, pues? Gambetta subraya una característica común importante: las misiones suicidas sólo se han empleado para atacar democracias. Las democracias, sugiere, tienen más probabilidades de cambiar sus políticas como consecuencia de ese tipo de ataques y menos probabilidades de tomar represalias devastadoras contra el grupo agresor, y, sobre todo, las democracias les conceden el oxígeno de la publicidad gracias a unos medios de comunicación libres (aunque Irak no sea una democracia plena, el efecto mediático está presente, y con creces). Es decir, se trata de una decisión racional.
Asimismo, casi todos los que participan en misiones suicidas se consideran soldados en una causa noble. "Estamos en guerra y soy un soldado", declaró el jefe de los terroristas de Londres, Mohammad Sidique Khan, en un vídeo en el que también elogiaba a "los héroes de hoy, como nuestro amado jeque Osama Bin Laden". Los que realizan misiones suicidas, sean religiosos o laicos, creen que van a adquirir gloria y honor, dos conceptos anacrónicos en sociedades liberales burguesas como las nuestras, que prefieren la fama y la celebridad. Por consiguiente, morir es tan importante como matar. El martirio es un fin deseado. Unos terroristas suicidas palestinos hablaron para un libro con la condición de que no se aplicara el término "suicida" a sus acciones; preferían "explosiones sagradas". "No tenemos tanques ni cohetes", decía uno, "pero sí tenemos algo mejor, nuestras bombas humanas islámicas. En vez de un arsenal nuclear, estamos orgullosos de nuestro arsenal de creyentes". Este comentario refleja otro rasgo común: las misiones suicidas las suele llevar a cabo el bando más débil, en conflictos caracterizados por una enorme asimetría de fuerza militar. Son el arma de David contra Goliat.
Actuar por cuenta propia
Las misiones suicidas las suele planear un equipo con raíces en una comunidad concreta. Es muy poco frecuente que el terrorista suicida actúe por su cuenta. Normalmente se apoyan y se animan mutuamente. El informe del Home Office indica que los cuatro terroristas de Londres se abrazaron en la estación de tren de King's Cross antes de dirigirse a sus respectivas muertes: "Parecen felices, incluso eufóricos". En muchos casos, existe un líder que les inspira y que les ha adoctrinado de forma sistemática durante un largo periodo. En el caso del joven Hasib Hussain, dicho líder fue casi con seguridad Sidique Sid Khan, un maestro de primaria famoso por su talento para tratar a niños con problemas de lenguaje o de conducta.
Los cálculos que hace el grupo suicida son desmesurados, inhumanos, salvajes y, a largo plazo, seguramente erróneos; pero no son irracionales. Estos atentados representan una tremenda publicidad para su causa. Por horrible que resulte, en muchos casos, desde los tigres tamiles hasta Al Qaeda, pueden servir para reforzar la moral de sus partidarios y el prestigio (en una comunidad determinada) de sus grupos. En los primeros días de la guerra de Irak, un grupo de adolescentes árabes de las barriadas pobres de París se manifestó por las calles de la capital gritando: "¡Todos somos palestinos, todos somos iraquíes, todos somos kamikazes!".
Comprender no es disculpar. Sea cual sea el perverso valor que hace falta tener para volarse a uno mismo, la única consecuencia indudable que tuvieron las acciones de los terroristas de Londres fue la muerte y la mutilación de ciudadanos inocentes. Ahora bien, comprender es empezar a ver qué se puede hacer para hallar una solución. La pauta que estamos empezando a descubrir hace que sea muy difícil, por no decir imposible, prever quién va a ser el próximo terrorista suicida; pero, por lo menos, indica en qué tipo de lugares podemos empezar a mirar.
www.timothygartonash.com Traducción de M. L. Rodríguez Tapia.
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