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FUERA DE CASA
Columna
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Entre copas

La cita era en tierras del ribeiro, entre unas colinas, unos ríos que conocen el vino desde el tiempo de los romanos. En la provincia de Ourense, cerca de medievales monasterios, en una tierra que da unos vinos de excelencia, el director de cine, gozoso vividor y excelente lector que es José Luis Cuerda presentaba su vino, el San Clodio. Hace años se enamoró de Galicia, de estas tierras del interior de plácida exuberancia, aguas saludables y festivos rituales con pulpo y vinos blancos. Compró una bodega del siglo XV y unas hectáreas para replantar las mejores cepas de la zona. Una moda en el mundo del cine y la música -Depardieu, Malkovich, Imanol Arias, Almodóvar, Serrat o Lluís Llach ya tienen sus propios vinos-, un lujo para el que ya no es necesario ser marqués. Alguna de nuestras mejores bodegas están en manos de la sociedad civil, de pequeños propietarios de la zona que supieron mimar sus viñedos, de dueños de restaurantes o de abogados que dejaron el mundo del dinero por el mundo del placer. Por el lujo de hacer un buen vino. En la fiesta de Cuerda nos encontramos con Javier Alén, abogado de éxito que ahora está encantado con la calidad de su vino del lugar de Mein. Menos ricos, más felices. Entre vinos y pulpos celebraban el nuevo vino muchas gentes del cine español, políticos de todos los colores, arquitectos, músicos y gentes del pueblo, vecinos de la tierra de adopción de Cuerda. Parecía una película de Cuerda, con fondo de gaitas, tamboriles y las misteriosas y procaces voces de las cantareiras de Raigañas.

Los padrinos eran amigos del director, Emilio Pérez Touriño y Alejandro Amenábar. El presidente de la Xunta, que muchos veranos pasó por aquellas tierras, alabó el nuevo vino, elogió al nuevo bodeguero y aseguró que Cuerda, él solo, era una nueva y excelente denominación de origen. A su lado, Amenábar, el director que descubrió Cuerda, el más brillante de nuestros jóvenes directores, que no olvida a su primer productor, a su amigo el cineasta-bodeguero que le acompañó en sus primeras películas. Cuerda reconoció que sin las películas de Amenábar no tendría finca gallega, ni bodega, ni vino que presentar. Amenábar se está pensando el desplazarse a Galicia para terminar, sin prisas, el próximo guión. Otro atrapado por esa tierra.

Por allí bebían Fernando Bovaira, Gerardo Herrero, Manuel Pérez Estremera, Manuel Villanueva, Manolo Matji, Sarah Haligua y otras gentes del cine todavía sin vino propio. Admirando la arboleda, lejos de tentaciones arboricidas, fumaba y bebía Juan Miguel Hernández de León. Cerca del río, el director del Teatro Real, el gallego Miguel Muñiz, recordaba su juventud entre aquellas riberas, persiguiendo novias con el fondo de la música de Glenn Miller en un pick-up. Antón Reixa gritaba feliz, cada vez menos resentido, cada más integrado.

Aunque no vimos amanecer, fuimos felices entre copas, monasterios y gentes del espectáculo de saber vivir. Hay otras formas, pero están en éstas.

Algunos de la fiesta de Cuerda estaban en el jurado del Príncipe de Asturias, el jurado que premió a otro manchego de cine, a otro genio que está a punto de hacer un vino, al gran Almodóvar. Una semana gloriosa para Pedro, conquistando las taquillas de Francia con Volver, rindiendo a Cannes desde las antípodas del código y siendo el elegido para representar las artes en los Príncipe de Asturias.

Sin resaca, sin copas, de vuelta en Madrid el mismo día que el Barça conquistaría París, el mismo día que el fútbol demostró su poder, su capacidad de transmitir felicidad a monárquicos, republicanos, socialistas, nacionalistas o populares, la ciudad se había acercado un poco más al mundo catalán. Jordi Savall, catalán universal, nos admiraba con los músicos de la Capilla Real de Cataluña en la muy madrileña, y vinculada a la monarquía, iglesia de los Jerónimos. Reformada por otro universal de pueblo, el navarro Rafael Moneo. Era el comienzo musical para adentrarnos en la catala-nización que Madrid vive estos días. Pasqual Maragall, con prisas y sin querer hablar de otra cosa que no fuera el Barça, inauguró en compañía de su amiga Esperanza Aguirre la muestra de aproximaciones a la cultura catalana. No en cualquier sitio, en la Real Casa de Correos, que algún día será Ayuntamiento, y que siempre fue el edificio de nuestro correo, de los tiempos en que los sellos servían para las cartas y no para la especulación. Por cierto, ese edificio, que es un icono de Madrid, lo construyó otro español de pueblo, el gallego de Porriño Antonio Palacios. El constructor de nuestra ciudad moderna. No están mal estas mezclas, estos cruces de españoles de diversas culturas, diversas lenguas. No está mal, es como cruzar un vino con muchas cepas. Suele mejorar el producto.

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