El 'lobby' que nunca existió
Alguien me contó que cuando Miguel Boyer (ministro de Economía y Hacienda del primer gobierno de Felipe González) expropió Rumasa recibió la visita de un grupo de importantes prohombres catalanes (Círculo Ecuestre, Círculo de Empresarios, Omnium...) que le dijeron muy clarito: "Usted expropie lo que quiera de Ruiz Mateos, pero el Banco Atlántico ni tocarlo...". Y así fue. Así funciona un lobby. Así han actuado los remolacheros cuando han tenido que conseguir mejor precio de retirada por parte de Bruselas. O a esas reglas del juego apostó Rodríguez Zapatero cuando hace unos meses se acercó una noche a Barcelona a cenar con media docena de personas que querían explicarle su opinión sobre la marcha del Estatut y otras cuestiones. Eso es hacer lobby.
Vistos estos ejemplos cabe preguntarse: ¿Es posible la existencia de un lobby valenciano, como pedía esta semana Francisco Pons (AVE) "para influir en Madrid"? ¿Vendría Zapatero a una reunión con ilustres que quieren explicarle la importancia de aclarar lo del urbanismo en Bruselas? ¡Ja! Ni de coña. No es posible hoy por hoy un lobby valenciano. Como mucho está Benjamín Muñoz, que piensa que para lobby ya está él.
De entrada, la reunión de AVE, muy sofisticada bajo el lema de DAFO (debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades), como marca el IESE, estaba viciada de origen. Eran multinacionales todas las que estaban, pero no estaban todas las multinacionales que son. ¿Por qué tienen que hablar de DAFO grandes empresas extranjeras y no las multinacionales valencianas? ¿Dónde estaban Mercadona, Lladró, Porcelanosa, Astroc, Marina d'Or, Hansa, La Española y otras muchas más? ¿Son menos multinacionales porque son de aquí? ¿El lobby lo tiene que hacer Ford o Panama Jack? Los lobbys no son políticos. Por eso el conseller Gerardo Camps se quitaba el tema de encima al día siguiente. ¡Qué cosas tienen los de AVE!
Los lobbys son en sí mismo grupos de presión que influyen legalmente, pero sin dejarse ver, ni siquiera con los políticos. Un grupo de presión se crea y actúa, pero no se anuncia en los papeles, ni, por supuesto, pide permiso en la ventanilla de la conselleria del ramo, aunque a los políticos les encante estampar el visto bueno.
Además, no puede hacerse un lobby cuando los presuntos integrantes del grupo no están dispuestos a poner un real para alcanzar un objetivo colectivo, que además los beneficiará individualmente. Pregunten a los del vino, la remolacha, la leche o el textil de Catalunya cuánto les cuesta al año tener información de las decisiones de Bruselas. Influir en esas decisiones ya es otro presupuesto. ¿Cuántos promotores inmobiliarios están dispuestos a invertir un euro por metro cuadrado techado para recuperar la imagen del urbanismo valenciano en Bruselas? ¿Cuánto se han gastado los murcianos para conseguir resultados? No están los promotores valencianos por esa apuesta, por ver la necesidad de lobby. "Com en Massamagrell, cadascú per a ell".
Además, para construir un lobby o varios, primero hay que hacer los deberes en casa. Y para esa faena da lo mismo que las empresas sean grandes o pequeñas, que de todo hay funcionando bien y mal. Aquí hay que apuntar cuestiones como la inseguridad jurídica, política y burocrática, la debilidad tecnológica, la escasa formación profesional, baja productividad, altos costes energéticos, poca capacidad asociativa horizontal y otras, pendientes desde hace años en el tejido empresarial valenciano. Por eso Francisco Pons miraba a los políticos cuando hablaba de lobby, porque si mira a los suyos se queda solo. Están cada uno a lo suyo. Seguimos siendo fenicios. Pero nos va bien. ¿Para qué cambiar?
www.jesusmontesinos.es
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.