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Fútbol | Final de la Liga de Campeones
Columna
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El genio alegre y el 'crack' imperativo

Santiago Segurola

El Mundial suele decidir el jugador del año, pero Ronaldinho y Henry tendrán hoy la ocasión de medirse en la final de la Champions. Varias circunstancias convierten al partido en un acontecimiento. Se cumplen 50 años del torneo de clubes más prestigioso del fútbol y se enfrentan un equipo inglés y uno español, representantes de dos campeonatos antiguos y poderosos, de dos modelos que una vez estuvieron en las antípodas del estilo y que ahora, en los tiempos globales, resultan semejantes. Si un equipo recuerda al Barcelona es el Arsenal que ha forjado durante diez años Arsène Wenger. No son iguales, pero en los dos se aprecian conductas parecidas, sobre todo en la veloz dinámica del juego, en la versatilidad de los futbolistas, en una cuidadosa elaboración del fútbol que muchas veces sorprende por extrema: el Arsenal y el Barça están dispuestos a estirar las combinaciones hasta el área rival. Son equipos atractivos que despiertan la esperanza porque mezclan la exquisitez con el poderío, las individualidades con el sentido colectivo y la velocidad con la pausa. Y los dos están coronados por los dos jugadores del año.

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A un lado, Ronaldinho. Al otro, Henry. Uno, en el apogeo de su carrera. El otro, camino de nuevas aventuras, quizá convencido de que merece el gran contrato final de su vida. Son estrellas indiscutibles, pertenecientes a dos escuelas esenciales. Uno es brasileño, pero brasileño de los que disparan la imaginación desde hace decenios. Ronaldinho es el eslabón que une a Garrincha y Pelé con los sucesivos genios que ha dado el juego en Brasil. Festivo para vivir, imbatible para jugar, Ronaldinho desdramatiza el fútbol y lo sitúa en el universo de los sueños. Cualquier niño aspira a ser Ronaldinho. No hay nadie con su poder de fascinación. La pelota no tiene ningún secreto para él. Sin embargo, no es trivial. Prefiere los partidos exigentes. Sus mejores actuaciones se han visto este curso en el Bernabéu, Stamford Bridge y San Siro. Quiere el papel estelar y lo asume con la naturalidad de los grandes. Todos lo saben. Se nota en el campo, donde se establece una relación fluida entre el equipo y Ronaldinho. Y al revés. Al Barça le sobran excelentes jugadores y no tiene problemas de arquitectura. Juega a lo suyo con sus estrellas y con un equipo admirable que desemboca en Ronaldinho.

Henry viene de la última gran escuela: la francesa. Algunas de sus características remiten a Ronaldinho. Puede moverse por todo el frente de ataque, aunque prefiere salir en diagonal de izquierda a derecha; puede escaparse por velocidad y, sin embargo, tiene freno; puede marcar con un tiro libre o con un toque al rincón; puede encontrar a un compañero con un pase en cualquier lugar, hasta en las situaciones de mayor tráfico. Puede hacer la mayoría de las cosas que distinguen a Ronaldinho y hasta permitirse no hacer lo que tampoco distingue a Ronaldinho. No es, ni mucho menos, un cabeceador. Puede ser más elegante que el brasileño, pero menos plástico. Puede despertar tanta admiración, pero invita menos a soñar. Aún no ha probado que sea tan competitivo. Sus últimos años con la selección francesa no han sido lo arrolladores que se esperaba. Su conexión con Zidane ha resultado imperfecta, aunque lo mismo ha sucedido en el Madrid con Ronaldo.

Hay otro rasgo diferencial. Si la ascendencia de Ronaldinho es natural y transigente, el poder de Henry se acerca a lo imperativo. Marca distancias con los demás y lo hace saber. Su juego invita a la imitación. Su carácter genera respeto, cuando no temor. También es cierto que el Arsenal no dispone ni del dinero, ni de la veteranía, ni de las estrellas del Barça. Por lo tanto, a Henry le toca un indispensable papel pedagógico. A Ronaldinho, no. Por esa razón es casi imposible ver un gran Arsenal sin un excelente Henry. Sin embargo, es posible un excelente Barça sin una gran versión de Ronaldinho.

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