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Columna
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Modestia

Hace unos días, en un teatro de Barcelona en apariencia modesto actuaba el ilusionista Hausson, hombre de maneras suaves y aspecto igualmente modesto. Al acabar la función algunos espectadores se quedaron a saludar al ilusionista y a charlar con él un rato. Un tontaina le preguntó cuál era el truco de un sorprendente número de adivinación. Acentuando la modestia, Hausson respondió que no había truco, que aquella noche el número había funcionado por chiripa, pero que lo normal era que saliera mal. El tontaina, cuyo nombre, dicho sea de paso, encabeza esta columna, se dio por respondido. Hausson es un mago de fama mundial y la conversación transcrita se desarrollaba en el Espai Brossa, un local exquisito y sofisticado. El mago y el local juegan al antiguo juego de la modestia, que consiste en hacer creer al espectador que lo que éste ve es demasiado sencillo para no ser verdadero.

Esta idea me resultó aplicable al cabo de unos días en Nápoles, ciudad caótica y desestructurada a los ojos del forastero. No así a los del forastero cualificado, a quien el desbarajuste no pilla desprevenido. Ha corrido mundo e incluso ha estado ya en Nápoles con anterioridad, allí conoce gente y ha consultado apresuradamente la consabida bibliografía. Este conjunto de información, reflexión, testimonios y experiencia le permiten saber que bajo la anarquía se oculta una ley ancestral, quizá más sabia, un código que le permitirá, si no integrarse, al menos cruzar la calle sin ser arrollado por un autobús. Muchos forasteros perecen en el intento. Otros no, pero son increpados por los conductores a bocinazo limpio, aunque no de viva voz ni con aspavientos malhumorados porque los napolitanos están acostumbrados desde hace siglos a soportar con modestia a los forasteros que creen haber descubierto el truco de aquel desmadre incomprensible y cruzan cuando no deben, ensimismados en la explicación que darán a su regreso.

No hay truco. Ni en lo que ocurre en el escenario de un pequeño teatro ni en lo que ocurre en las calles de una ciudad abigarrada y contradictoria. Sólo la realidad de siempre, la única que hay. Pero dispuesta y presentada de tal modo, que engaña al que la mira con intención de ver lo que se oculta detrás de la modestia.

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