_
_
_
_
Reportaje:Fútbol | Internacional

Del 'pub' Dickens a Eindhoven

El Middlesbrough, un equipo familiar y en bancarrota hace 20 años, irrumpe en Europa

"Muy tranquilo, muy tranquilo", susurra Fabio Rochemback, en un tono de voz tan suave que parece que se acaba de levantar. Se refiere a Middlesbrough, un puntito al noroeste de Inglaterra. En realidad, el centrocampista portugués vive a casi 30 kilómetros de la ciudad. "Vivo en un pueblecito con un amigo y no voy nunca al centro, ni siquiera a tomarme una pizza", confiesa. Ningún futbolista de la plantilla vive en la pequeña población industrial, 70.000 habitantes, en la que nació James Cook en 1728. El capitán Cook descubrió Australia, un lugar muy lejano de Merton, el suburbio donde aún permanece su casa natal, ahora convertida en la mayor atracción turística de la comarca.

Tampoco Steve Gibson, el propietario del club, vive en el corazón de Middlesbrough. En 1986, el equipo estaba en banca rota. Fundado en 1876, tras más de un siglo de opaca existencia, tuvo que ser refundado por un muchacho de 26 años. Gibson, según su propio relato del asunto, creó un consorcio salvador y pocos años más tarde, en 1995, ascendía a Primera División. El directivo controla el 90% de las acciones de la entidad. Gibson dirige una compañía de transporte petroquímico. La fundó al poco de cumplir veinte años con un préstamo de 1.000 libras de su padre. El único gran logro del Boro, además de sus "heroicos" ascensos, mil veces recordados por los más viejos del lugar, es la Carling Cup de 2004.

Gibson, que con 26 años salvó al club de quebrar, dirige una petroquímica fundada con 1.500 euros

La ciudad está dividida. A un lado del río, chimeneas onduladas de hormigón y tubos de metal de las industrias químicas de las que vive la mayoría de la población; al otro, la Universidad y las callejuelas comerciales por las que esa misma gente deambula en procesión hasta la puesta de sol. En todas las tiendas hay carteles que recuerdan la cuenta atrás hacia la final de la Copa de la UEFA del miércoles en Eindhoven ante el Sevilla. Banderines y mensajes de ánimo. Pegatinas en los escaparates en los que se reflejan los ciudadanos de Middlesbrough, pero por los que raramente transitan los jugadores.

"Este es un club familiar y salimos de vez en cuando a cenar todos juntos y a beber algo. Conservamos algunas tradiciones", revela el delantero holandés Hasselbaink. Pero esas confraternizaciones no son en el centro de Middlesbrough, donde, al margen de dos restaurantes de hotel y alguna pizzeria, la oferta se reduce a los sandwiches de los pubs.

En uno de esos establecimientos, Peter, de unos 45 años y con la cabeza rapada, grita para hacerse oir: "¡Nuestros enemigos son los del Newcastle, enemigos!". Una rivalidad fundada en la cercanía de las dos ciudades, a las que separan 70 kilómetros de autopista y vía de ferrocarril.

Cerca de la estación del tren destaca otro bar por su entusiasmo. Está completamente empapelado de merchandising del club. Tiene una explicación. Es un pub del equipo. Un adhesivo en la cristalera certifica que es "miembro oficial" de los bares cuya existencia gira alrededor del Boro. El resto de establecimientos, muchos, se limita a avisar de que retransmiten en directo todos los partidos del equipo y que, especialmente, sintonizarán sus pantallas gigantes y ofertarán muchas pintas de cerveza muy baratas el día de la final contra el Sevilla.

El entrenador, Steve Mac Laren -nuevo seleccionador inglés-, no es partidario de que los jugadores "tengan vicios perjudiciales". O sea, que no le gusta que beban alcohol. Una actitud que contrasta con la dieta que le impusieron a él sus primeros técnicos: hamburguesas y cerveza Guiness para ganar corpulencia.

No muy lejos de la estación de tren, en la orilla del río, está el estadio Riverside. Es nuevo, fue fundado cuando el equipo ascendió a la máxima categoría en 1995 de la mano de Brian Robson. Un grupo de seguidores grita enfadado. Les habían dicho que tendrían entradas para Eindhoven, pero, al parecer, no es cierto. Son un grupo pequeño, unas 30 personas, pero están muy molestos. Sin embargo, los periódicos locales y los carteles de las agencias, siguen ofreciendo paquetes económicos (desde 90 a 300 euros) para asistir al encuentro. Los hinchas enojados están a unos metros de una puerta metálica que da la bienvenida al recinto. Alrededor de la cancela, un montón de adoquines. Imitan placas como las que indican los números de las calles. Pero llevan una leyenda en su interior. Un mensaje escogido por cada socio. Los hay tristes, como uno que recuerda a un niño fallecido o de entusiasmo: "¡Contigo hasta la muerte!". Es una campaña para conmemorar los primeros diez años de vida del estadio.

"Los hinchas son una parte muy importante de la personalidad del club", dice su capitán, Southgate. El Riverside, como su propio nombre indica, está junto al río, muy cerca del centro de la ciudad. Pero en la zona abiertamente industrial. Hay vagones de mercancias oxidados, hay trozos de madera mojada, viejas construcciones medio ahogadas por el cauce del río. A unos 100 metros, la mole metálica del puente colgante. Middlesbrough tiene su puente colgante. Contruido en 1911, traslada dos vehículos en cada trayecto.

Paul sí tiene entradas. Lleva un peculiar tocado que le cubre las orejas. Viene de Stockton. En realidad, Stockton está pegado a Middlesbrough. Desde la carretera da la impresión de que es la cara más deprimida de la misma ciudad. Además, las próximas Billingham y Redcar también son parte de la causa, lo que justifica un estadio de 35.000 localidades.

El crecimiento del equipo, además de por su capacidad de convocatoria, se aprecia en la evolución de la publicidad en sus camisetas. Hace 20 años anunciaba a un pub local, célebre entre sus universitarios, el Dickens. Ahora figura el logotipo de un casino de Internet. También su progresión en el gasto en jugadores: su traspaso récord en 1991 eran los poco menos de un millón de euros que tuvo que pagar al Hull por Payton. Después han llegado futbolistas como el brasileño Juninho, por más de seis millones, o el italiano Ravanelli, por unos 10. También ha jugado en estos años de bonanza Gascoigne, célebre por cubrir el trayecto entre su casa y el estadio, cerca de 30 kilómetros, borracho y en sólo ocho minutos.

Los holandeses Hasselbaink y Boateng bromean el pasado sábado en el Riverside.
Los holandeses Hasselbaink y Boateng bromean el pasado sábado en el Riverside.AP

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_