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Reportaje:

Una casa con 35 adolescentes

Cruz Roja galardona a un centro de acogida de menores extranjeros no acompañados

Ibrahim Rasheed recorrió, a pie o en autobús, 16 países antes de aterrizar en Barajas. "Cuando era pequeño veía el mapa y buscaba la mejor ruta para llegar a Europa", recuerda este ghanés de 22 años. Ahora sonríe cuando relata su historia, salpicada de pasajes dramáticos. Empezó su odisea con 12 años y tardó tres en llegar a España; antes estuvo dos meses en un centro de detención turco, en el que la tortura era práctica común. No fue lo peor. Salió de su país con 10 amigos; sobrevivieron cuatro. "He tenido mucha suerte, por eso siempre estoy contento", afirma. Ibrahim tiene otro motivo para sonreír: acaba de lograr la nacionalidad española.

Él es uno de los 400 menores refugiados o inmigrantes no acompañados que la Casa de La Merced de Madrid lleva acogiendo desde hace 18 años. Una casa abierta al mundo, en la que un equipo de 22 jóvenes solidarios afronta a diario el reto de educar y levantar el ánimo a 35 adolescentes que lo han perdido todo. Chavales de diferentes países -13 en la actualidad- que afrontaron largas travesías solos, sin recursos, huyendo de guerras, hambrunas, malos sueños y futuros inexistentes. Echaron a correr en busca de acogida y la encontraron en esta casa.

La sede de dos plantas de la calle Castelar es su primer destino. Allí, los escolarizan y les ayudan a que su adaptación sea lo más rápida y suave posible. Llegar a un país extraño con 16 años y ponerse a convivir con diez desconocidos, de culturas diferentes, no es poca cosa. "Les hacemos ver que muy pronto serán mayores de edad y que deberán ganarse la vida por sí mismos", afirma el padre Pablo Pérez, burgalés, director del programa. Conforme se adaptan y demuestran que son responsables, se mudan a uno de los cuatro pisos tutelados, en los que tienen mayor autonomía.

Diawa Bah vive en uno de ellos desde hace dos años. Cuando este guineano desembarcó en Valencia, se sintió en otro mundo: "Todos eran blancos, hablaban español y tenían mucha prisa". Tenía 17 años y llegó a Madrid con la ayuda de un senegalés, que lo dejó en la plaza Manuel Becerra. "Allí me senté a esperar, hasta que vi a uno de los míos. Le hablé en fula [su lengua materna] y me respondió". Su paisano le llevó al centro de La Merced, y allí lo acogieron y tramitaron su residencia.

"La capacidad de trabajo y esfuerzo que tienen estos chicos debería ser una lección para los adolescentes españoles", reflexiona Vicente Ortolá, que trabaja en uno de estos pisos. Hace un par de días, uno de los chicos le preguntó extrañado a otra educadora, Sonia López, por qué sus compañeros de colegio se entusiasmaban tanto con los festivos, cuando poder estudiar es un privilegio. "Les exigimos mucho, a veces demasiado para su edad. Pero saben que son afortunados: algunos amigos suyos han muerto en el camino. Les brindamos una oportunidad y ellos saben que la deben aprovechar", afirma Sonia.

Arash tiene 31 años y residió en la vivienda de Castelar. Supo aprovechar su oportunidad: estudió Ingeniería Civil y ahora es jefe de obras de una empresa líder en cimentación. Llegó a España con 13 años escapando del servicio militar de su natal Irán, durante la guerra con Irak. Fue uno de los primeros residentes de la casa y dentro de unos meses el padre Antonio, uno de los fundadores del centro, oficiará su boda. Se casa con una española. "Te llama la atención encontrar personas que dan todo a cambio de nada", dice agradecido.

Arash se encuentra muy bien en España, donde ha pasado más de media vida. "Aquí, más que racismo, lo que hay es clasismo", asegura, y lo ilustra con una anécdota: "Un colega me preguntó por el origen de mi nombre". Respondió que era persa, y su amigo, sorprendido, replicó "¿Y cómo te pusieron tus padres un nombre persa, hombre?".

La Cruz Roja Española ha galardonado a este centro por su labor en la integración social de menores extranjeros no acompañados. En total, 400 en 18 años. Y la mayoría siguen manteniendo contacto con la casa. Una decena de ellos han vuelto convertidos en educadores sociales. De alguna forma, intentan dar a los nuevos náufragos lo que ellos recibieron.

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