El delicado equilibrio de Natacha Atlas
Hoy, Natacha Atlas soporta mal las banalidades políticamente correctas: no, ya no se considera "una embajadora de buena voluntad" -así fue designada oficialmente por la ONU en 2001- entre Occidente y el mundo islámico. Se explica: "En Egipto y países vecinos, donde entienden mis letras, me sigue gente educada a la europea. Mis discos no llegan al gran público". Y no por contenido político o erótico -aunque algún verso encendido fue censurado en Arabia- sino por cuestiones de mercado: "Nuestra industria musical vende millones de casetes de los artistas más populares. Los experimentos quedan fuera. No todo es basura comercial, pero los míos no encajarían por estética visual y por sonido".
Mishmaoul
Editado por Mantra/Everlasting
Natacha Atlas actúa en Santiago de Compostela (4 de mayo), Madrid (5) y Valencia (6).
Por su posición, Natacha cuida sus declaraciones. Del mismo modo que siempre ocultó el año exacto de su nacimiento ("di que fue a mediados de los sesenta y en Bruselas"), ahora sólo explica que su madre era inglesa y que las raíces de su padre estaban "plantadas en muchos países". En alguna ocasión, alardeó de tener -por vía paterna- "algo de sangre sefardí" y eso le creó problemas serios. Ya no bromea sobre ser "una franja de Gaza humana, donde se mezclan palestinos y judíos con observadores internacionales". En 1997 se convirtió al islam: "Los intérpretes de tajwid [recitadores musicales del Corán] fueron decisivos. Me aportaban más bienestar que cualquier otra música".
Atlas ha tenido una carrera más que agitada. Aunque descubierta como vocalista y compositora por Jah Wobble, su proyección internacional comenzó con Transglobal Underground, colectivo británico que encarnaba el ethno-techno. Tras estrenarse en solitario en 1995, se ha convertido en la primera persona a la que se requiere cuando urge una voz oriental seductora. Reconoce hoy que su currículo de colaboraciones es tan amplio como irregular: abarca desde ambiciosos músicos de rock (Daniel Ash, Mick Karn) a artistas anglo-indios (Nittin Shawney, Apache Indian, Dhol Foundation), sin olvidar algunos fantasmas (Jean-Michael Jarre, Franco Battiato, Sarah Brightman) y abundantes trabajos cinematográficos.
¿Es consciente de que su arte suele terminar encajado en triviales fantasías orientalistas? "Normalmente, cuando llegas a un estudio, no tienes una visión panorámica del proyecto. Pero prefiero que me vean como una hurí de Las mil y una noches que como una fundamentalista, aunque ambos sean tópicos. He pasado más tiempo en el Reino Unido que en cualquier otro país y, desde luego, estoy marcada por su cultura pop. No quiero ser una simple rosa del desierto".
En los años noventa, era tentador considerarla una insurgente frente a las identidades posibles ofertadas por el país de su madre. "Según pienso, yo no hacía world music, lo mío reflejaba la realidad multicultural de cualquier ciudad inglesa. Coincidí con el brit-pop y me pasmaba que una música tan blanca fuera la representación de la nueva Inglaterra de Tony Blair. A la vez, tampoco encajaba en el hedonismo de las discotecas". Se reafirmó en sus decisiones estéticas: "El árabe es el mejor lenguaje para mi expresión, para el shaggan. Claro que vendería más priorizando el inglés pero, igual que un cantaor flamenco, ni me lo planteo. Sólo cuando hay que hacer algo para una película...".
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