Chivos expiatorios
Durante una sesión de psicodrama grupal, el azar reúne en un sofá a un paciente interno y a un psiquiatra, alcohólicos ambos. En la vida representan papeles antagónicos, pero ahora, en el juego teatral, sin barreras de por medio, la dipsomanía les iguala. ¿Quién es el loco? A Antonio Caetano de Abreu Freire Egas Moniz le dieron en 1949 el Nobel de Medicina por desarrollar la leucotomía. ¿Estaba el jurado en su sano juicio? Egas Moniz, ex embajador de Portugal en España, y Almeida Lima, su neurocirujano de cabecera, se lanzaron a trepanar el cráneo de gente que no se podía defender con las mismas armas. Su práctica no se hubiera popularizado de no ser porque Walter Freeman la adoptó y perfeccionó. Este médico estadounidense visitó cientos de psiquiátricos, dio conferencias por doquier e hizo demostraciones allá donde le dejaron. Simplificó la operación: cortaba el lóbulo frontal del cerebro metiendo un estilete por la cuenca del ojo. De tan sencillo, el procedimiento no requería ingreso hospitalario. Como operar resultaba cien veces más barato que internar a los pacientes, en algunos sanatorios públicos se montaron verdaderas cadenas de producción: en una década casi veinte mil personas fueron lobotomizadas en Estados Unidos, el país donde se lanzan las modas. Sin hacer un seguimiento de los pacientes, Freeman, que ni tan siquiera era cirujano, garantizaba su mejora. Se volvían más dóciles, desde luego. Entre las víctimas de la lobotomía, figura la hermana del futuro presidente Kennedy: tras la operación fue ingresada en un convento. A la actriz Frances Farmer, simpatizante comunista, arrestada por perder la camisa durante una bronca en un club, le aplicaron el shock insulínico, otra terapia estrella de la época: provocaba convulsiones, pérdida de conciencia y, finalmente, una rigidez cadavérica. Para que funcionase, según M. J. Sakel, su creador, había que aplicarla un centenar de días consecutivos. Los pacientes salían para el arrastre. La Farmer aguantó, y Freeman le dio la puntilla. Lo cuenta Graeme Clifford, con algunas licencias poéticas, en Frances (1983), película protagonizada por Jessica Lange.
De repente, el último verano
Madrid. Teatro Valle-Inclán
Sala Francisco Nieva
Del 4 de mayo al 11 de junio
La lobotomización de Rose
hermana de Tennessee Williams, tampoco fue un éxito: jamás volvió a salir del psiquiátrico. Profundamente afectado, Williams sublimó los desequilibrios de su hermana y los suyos en One arm and other stories, colección de relatos de juventud que prefigura los grandes temas de su teatro. Blanche DuBois, protagonista femenina de Un tranvía llamado deseo, es un autorretrato psicológico de Williams, de su fragilidad, una exposición a las claras de su desencaje en la sociedad norteamericana. Catalina, eje de De repente, el último verano, es una evocación poética de Rose. Prohibida durante el franquismo, "esta obra se estrenó en España en el Pequeño Teatro Magallanes, hoy desaparecido, bajo la dirección de José Carlos Plaza", recuerda José Luis Saiz, director del montaje que se estrena la semana próxima, producido por el Centro Dramático Nacional. Se popularizó, sobre todo, a través de la película de Joseph L. Mankiewicz, con Elizabeth Taylor en el papel de Catalina, Katharine Hepburn y Montgomery Clift.
Como Francis Farmer, Catalina ha sido ingresada en un manicomio y sometida a una serie de shocks insulínicos para que rectifique su conducta: dice haber visto cómo una panda de chiquillos descuartizaron a Sebastián, respetabilísimo hijo de Violeta, su tía, una mujer rica que pretende conservar incólume su memoria. La madre y el hermano de Catalina también están interesados en que abjure de lo que ha visto: si no, no cobrarán su parte de la herencia del difunto. Por medio está el doctor Cukrowicz, paladín de la lobotomía, dispuesto a aplicar el remedio. Violeta le subvencionará sus investigaciones si la saca del apuro. "Con De repente, el último verano, Williams dio un giro dramatúrgico equivalente al que pegó Lorca al escribir El público", dice Saiz. "Esta obra tiene una dimensión poética y simbólica de la que carecen las suyas anteriores, las más conocidas del público. Tiene el aroma de los mitos clásicos, de la tragedia griega. Entre los temas que trata están el amor y el canibalismo: ¿quién se come a quién?".
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