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Tribuna
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Traidores

Como fruto del actual encanallamiento de la vida pública, proliferan los gritos de "traición". Se lanzan por doquier. Nadie se libra, si bien el traidor máximo (a España, a la democracia, a todo) resulta ser Zapatero. Son legión los que así le estigmatizan, en manifestaciones, radios, entrevistas chuscas, proclamas de Internet. Pero hay para todos, para Aznar, Rajoy, Carod, no digamos Maragall o Convergència: a todos se les ha detectado alguna actitud traidorzuela o (de ser catalán) la condición de taimados traidores redomados.

Y si hablamos de lo que sucede en casa, no paramos. El de los vascos es el país de los traidores, si tomamos en su literalidad lo que se oye. Cuando se denosta en serio se exclama "traidor". Así que Patxi López ya va advertido por su afán traicionero y los que de él discrepan le afean así sus barriobajeros intentos de bajar al PSE del monte del PP. Con frecuencia Ibarretxe, Arzalluz y compañía suelen ser tachados de traidores, a España o a Euskalerria, según el color del cristal del insultante. No resulta difícil leer de "la traición del tonto útil Madrazo", y a lo mejor lo que le duele no es lo de la tontez ni la utilidad, sino que le digan traidor. Otegi y sus secuaces, se dice, cometen "alta traición" a España, aunque este ámbito (Batasuna) es el menos descalificado por traidor; tal es el respeto que se le tiene, como el que infunde la mafia. Y si por un casual los nacionalistas marcan distancias con los terroristas, salta: "ETA, traidora al Pueblo Vasco". La traición es el no va más. Para parte de la sedicente izquierda abertzale Aralar tiene el cartel de "traidor". De Garaikoetxea mejor ni hablar, que como tal ha sido calificado por unos y otros a lo largo de los años.

Así que la publicación del Evangelio de Judas cae como un traje a nuestro estado anímico tan susceptible con la traición. ¿Puede la buena nueva iluminarnos? Quizás. No porque diga que la traición de Judas estaba amañada con el Cristo traicionado - aquí ninguno de los mencionados tiene conciencia de ser traidor-, sino por un par de circunstancias. Primero, por la optimista creencia de que un único texto referido a sucesos de 300 años antes puede cambiar la historia. Segundo, por ese chocante miedo escénico del Judas Iscariote a quedar mal y al qué dirá la posteridad, que parece impropio de aquella época sin tanta perspectiva cronológica. Así, como el Judas nuevo, nuestros próceres gobiernan pensando no en lo que hay, sino en las generaciones venideras. La diferencia: el Judas ese sacrifica su imagen póstuma por hacer el bien; los nuestros nos sacrifican a nosotros por quedar bien a futuro. Pero sí compartimos la idea de que lo de hace tres siglos (o más) guía nuestras vidas. No ha muchos días el propio lehendakari aseguraba que lo nuestro lo arreglarían en un plis plas los derechos históricos, de tiempos de maricastaña. Fe en el pasado y fe en el futuro. De la que nos preocupe el presente, nos salimos.

Incluso antes de esta publicación la figura del Judas traidor no tenía desperdicio. Entiende que las treinta monedas le compensan y va y traiciona. Luego se arrepiente y se suicida. En la vida real no suele suceder así. Quizás se traiciona por las monedas, pero en las épocas actuales el traidor ideologiza el asunto y se convence de su moralidad profunda. Lejos de suicidarse, dedica la vida a sostenella. Para el traicionado lo malo no es en sí misma la traición, sino que el traidor le perseguirá de por vida, amargándosela, para convencer al mundo de lo listo que fue al cometer su desaguisado.

Por eso, en este país de los traidores nadie se siente traidor. Se insulta al prójimo, pero no se induce al arrepentimiento. Ni se intenta. Se usa porque es una descalificación máxima. Porque sugiere que hay valores nobles que han sido objeto de falta aviesa por parte de algún deleznable. El insultante se siente en posesión de la verdad y deja clara la perversión moral del denostado. Pero ningún traidor se arrepiente. Todos creen, también, que están en la verdad.

La brutalidad se apodera así de nuestro lenguaje público. Nos llamamos "traidores", seguiremos con "delatores" y acabaremos atizándonos por españoles: todo puede empeorar. Que (San) Judas, traidor modélico sin milongas ideológicas, nos proteja.

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