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Columna
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Situación de 'prepánico'

Jesús Mota

Para explicar las causas eficientes por las cuales el petróleo cuesta ya 74 dólares por barril y siembra el miedo en los mercados, ministerios de Economía y tertulianos de toda condición, debería mencionarse en primer lugar la famosa prima de riesgo geopolítico. Se entiende perfectamente que la intervención militar de Estados Unidos en Irak actuó como si se hubiera instalado permanentemente un factor de inestabilidad en la principal zona mundial de producción y distribución de petróleo; también se comprende sin esfuerzo que el desafío nuclear de Irán y la amenaza de otro ataque estadounidense, cuyas consecuencias nadie puede prever razonablemente, dispare aún más el precio del barril. Un cálculo rápido concluiría que la prima de riesgo por la crisis de Irán es de aproximadamente de 10 dólares por barril, como la de Irak fue de unos ocho dólares. Si el pulso nuclear desapareciese por arte de birlibirloque, la lógica de la situación en el mercado llevaría el precio a los 62 o 63 dólares. Hasta aquí, el alcance aproximado del desaguisado geoestratégico.

La posición más prudente es valorar la probabilidad de que los precios del petróleo retrocedan moderadamente a corto plazo

Otros factores contribuyen a elevar el precio; pero son condiciones estrictas del mercado, dicho sea para ahuyentar la tentación de atribuir el encarecimiento aquí y ahora a lugares comunes como "el petróleo es un bien escaso que se agotará un buen día". De hecho, pueden citarse dos circunstancias estacionales que enrarecen la formación de los precios. La primera es que las refinerías pretenden fabricar más productos ligeros con menos capacidad de producción, bien por ahorro de costes, bien por requisitos esporádicos de cierre para mantenimiento; así que aumentan la demanda de petróleo brent, el de mayor calidad, que se encarece en proporción a esa demanda. Dicho sea de paso, esta demanda creciente de brent amplía el diferencial de precios entre el codiciado crudo ligero y otros tipos de calidad media-baja. Esta brecha era de cinco dólares por barril el miércoles pasado. La segunda distorsión aparece con los nuevos requisitos de gasolinas sin aditivos con octanaje más alto y gasoil sin azufre en EE UU, que exige crudos de mayor calidad. La demanda presiona sobre las mejores calidades y más caras. Esta presión es estacional y desaparecerá cuando se recupere la plena capacidad de refino.

Desde fuera del mercado petrolero actúa otra fuerza encarecedora. El crudo se ha quedado a vivir en los mercados de futuros. Durante los últimos tres años han entrado en el mercado de commodities un volumen de inversión de unos 100.000 millones de dólares; el 70% de esa inversión está fijada en petróleo y gasolinas. Los inversores entran continuamente en el juego del petróleo y ya no lo dejan rápidamente, como era costumbre cinco años atrás. Ahora lo mantienen en sus carteras. A nadie le gusta que caiga el valor de su inversión.

Una hipótesis razonable es que cuando desaparezcan los problemas primaverales del mercado -refinerías, nuevas gasolinas en EE UU-, también se esfumen parte de las tensiones que suben los precios. El flujo de inversión hacia el petróleo es un factor autónomo y la prima de riesgo geopolítico no depende del mercado. Con este juego de fuerzas actuantes, cabrían pocas dudas de que los precios tenderían a bajar moderadamente. Pero queda todavía por mencionar otra causa de inquietud, quizá la que más nervios desata entre los traders y conocedores del mercado petrolero. Resulta que la capacidad ociosa ha disminuido. ¿Qué se entiende por capacidad ociosa? Pues la que tiene un país, región o cartel para poner en producción en menos de treinta días una cantidad extraordinaria de petróleo y mantenerla al menos durante 90 días. Esa capacidad ociosa es el colchón que utiliza la OPEP en ocasiones -por ejemplo, durante la crisis del huracán Katrina- para evitar que la subida de precios reduzca la demanda mundial y recorte los ingresos de los productores. Esa capacidad ha disminuido durante el último año. La exploración, detección y extracción dependen de las inversiones que se destinen a tales menesteres; y que los inversores consideran que no están los tiempos para arriesgar dinero en Oriente Próximo o América Latina.

Así están repartidas las cartas en la jugada del petróleo. La actitud más cómoda es sumarse al movimiento de prepánico que tanto éxito cosecha entre comentadores y economistas de tertulia; la más prudente es valorar la probabilidad de que los precios retrocedan moderadamente a corto plazo; y la más prudente es activar medidas de auténtico ahorro energético. Pero ésta es otra historia.

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