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¿Y si trabajamos por un 'proyecto-mundo'?

Uno tiene la sensación de que vivimos un tiempo donde los debates internacionales se multiplican con sus preguntas y sus respuestas, pero sin una verdadera relación entre unos y otros. No todos los vasos comunicantes están en acción o, si se quiere, hay una cierta crisis de transversalidad. Esa transversalidad capaz de convocar miradas y aportes de diversos lugares del planeta, para tener una globalización donde todos tengan su espacio y las normas sean claras y comunes.

Cada mes, en foros privados o públicos, surgen los análisis que van a la esencia de temas mayores y profundos de nuestro tiempo. Allá se discute sobre el agua, por acá es el cambio climático, unos se juntan para entender qué significan religiones y culturas en el mundo de hoy, otros remarcan su inquietud ante los desequilibrios financieros mundiales o la crisis energética y, por cierto, se reitera la persistencia de las cifras sobre carencias de trabajo y de los millones castigados por la pobreza, mientras el tema de las migraciones coloca tensión en calles y parlamentos.

Y es ante este naipe global contemporáneo, que se baraja de diversas maneras, donde uno se hace una pregunta mayor: ¿tenemos, realmente, un proyecto-mundo cuando ya caminamos por el siglo XXI? Tal vez el término suene un poco rebuscado, pero en esencia alude a un plan de futuro hacia donde queremos caminar. Una visión que sea reconocible como la plataforma desde la cual la humanidad -cualquiera que sea su religión, su plan político o su cultura- se proponga avanzar.

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Cuando se produjo el fin de la II Guerra Mundial emergió un proyecto común. Tuvo principios, fundamentos, perspectivas y esperanzas. Tras los atentados a las Torres Gemelas también emergió una gran alianza global contra el terrorismo. Fue el momento de haber dado a esa gran alianza una tarea mayor: no sólo proteger a la humanidad frente al terrorismo, sino también aunarse en torno a una agenda fundacional de este siglo. Todo indica que a estas alturas esa oportunidad ya se desdibujó.

La velocidad de la historia reciente nos demuestra que la rapidez en las decisiones no siempre va a la par de los nuevos procesos sociales. Si fijar las metas del Milenio fue un momento histórico para entregar una declaración de solidaridad como nunca antes se dio la humanidad, la porfiada realidad no dice que en el 2015 no se lograrán las metas anunciadas.

Cada país tendrá que hacer lo suyo, nadie lo hará por él. Y eso reclama un proyecto de la nación que se quiere. En nuestra experiencia hemos constatado que éste es un requisito esencial para avanzar. Hay que tener un proyecto-país en la cabeza, un referente hacia donde ir y trabajar para que la ciudadanía descubra los perfiles de la sociedad que se quiere construir. Sin embargo, el esfuerzo propio ya no es todo, porque en muchos casos los países descubren que cuestiones claves de su existencia se están resolviendo más allá de sus fronteras. Por eso no habrá democracia plena en los países si no hay democracia efectiva en la globalización. Y ello lleva a pensar en la urgencia de un proyecto-mundo.

Pero, ¿tienen los ciudadanos en el Norte o en el Sur del mundo, en Oriente u Occidente, una idea clara de lo que se está construyendo? ¿Dónde están emergiendo las certezas de hoy? A veces da la impresión de que estamos mucho más en el tiempo de la realidad constatable y no en aquel de la esperanza posible. Más en el tiempo del diagnóstico que en aquel del debate donde tejer las coordenadas que nos permitan, mancomunadamente, enfrentar los desafíos que emergen de ese diagnóstico.

A la par, cabe preguntarse si los ciudadanos están encontrando en el progresivo avance hacia la democracia de los últimos años aquel escenario en el cual poner sus mayores sueños. En América Latina, como también hemos visto recientemente en Europa, los ciudadanos concurren lealmente a las urnas y no le dan la espalda a la democracia. Pero esa inversión ciudadana no es gratis, viene con la esperanza de que la democracia no les dé la espalda a ellos.

Por ello, el gran desafío para los próximos años se llama "cohesión social". Porque queremos cohesión social en nuestros países, también queremos cohesión social en el mundo. Y es allí donde lo multilateral se convierte en escenario fundamental, tanto en los debates internacionales como en los grandes objetivos de política nacional. Lograr esa cohesión es desafío de esta generación en todos sus ámbitos políticos, geográficos y culturales. No existe nadie, ni la potencia más poderosa, que pueda asegurarle paz al mundo actuando sola.

Todo esto reclama tener un proyecto-mundo. Pero no parece que estemos caminando por esa ruta. Más bien uno siente que tenemos una crisis de sinergia política, de ausencia de una mirada holística, aquélla donde el todo resulta mayor que la suma de las partes.

Los esfuerzos por lograrlo existen. Es el espíritu con el cual veíamos en días pasados el encuentro en España del secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, con los conductores de las diversas agencias del sistema multilateral. Esa perspectiva debe multiplicarse en todos los ámbitos donde sea posible y acelerar la comunicación entre todos los sectores, públicos y privados, gubernamentales y de la sociedad civil. El proyecto mayor es esencial, especialmente para los países menores cuya estabilidad depende de un sistema internacional coherente y respetado por todos, un sistema de normas comunes donde la globalización se encuadre en las decisiones multilaterales.

Al asumir la presidencia del Club de Madrid siento que tenemos la obligación de hacer aportes en esta perspectiva. Aquí llegan ex mandatarios de talante democrático, provenientes de diversos países, para trabajar en el marco de tres dimensiones: la experiencia, la transparencia y la anticipación.

Experiencia por lo vivido políticamente. Transparencia porque podemos debatir y dar ideas sin las ataduras propias de un mandato. Pero también asumir el reto de anticiparnos a escenarios críticos y situaciones nuevas, abrir debates y análisis con imaginación sobre las realidades que vemos a futuro. Todo presidente llega a gobernar con una idea de país; su país. Ahora hay que invitarlos a dar un salto; trabajar por una idea planetaria.

Tenemos que sentarnos a la mesa sabiendo que poco nos sirven los "ismos" del pasado. La interacción de las urgencias es un dato ineludible, como también lo es la contradicción entre los proyectos democráticos internos y una globalización sin normas. No podemos aceptar que las desigualdades sean el fundamento de la historia que estamos construyendo, ni interna ni externamente. Lo que nos corresponde es poner oído a lo que está en los sueños de hombres y mujeres de hoy en todo el mundo, para que las piezas encajen y la coherencia predomine.

Ricardo Lagos, ex presidente de Chile, es presidente del Club de Madrid.

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