Tardía reacción del Sevilla
Empate sin goles en Riazor, donde el cuadro de Juande Ramos sólo buscó el triunfo al final
El Sevilla se presentó en Riazor con la piel de cordero, amontonó a su tropa en el centro del campo y se dedicó a jugar con la paciencia y el desgaste del rival. Dejó transcurrir con parsimonia la primera parte, a la espera de que el Depo se cociese entre las aprensiones que le acometen en su estadio y la esterilidad de su paupérrimo juego de ataque. El cuadro de Juande Ramos parecía tenerlo todo previsto para rematar al rival en la última media hora. Demasiada premeditación para un juego tan caprichoso. El Depor logró resistir la tardía ofensiva y acabó salvando el empate.
Las vacaciones vaciaron Riazor, que ya se ha acostumbrado a vivir los partidos con la platea a medio completar, y el choque aportó muy poco para que los que habían elegido otras formas de ocio tuvieran oportunidad de arrepentirse de su deserción. Sin alcanzar las fronteras del horror que tantas veces se han rebasado esta temporada en el estadio coruñés, la visita del Sevilla tampoco contribuyó mucho a elevar el nivel. Hasta que los visitantes hicieron tocar la corneta, el partido discurrió entre lo anodino y lo banal. Uno de esos duelos atiborrados de centrocampistas que acaban convirtiendo las áreas en territorio irrelevante.
Al Depor, como casi siempre, no se le pudo achacar falta de interés. En su descargo figuraba además el multitudinario parte de bajas, que forzó a Joaquín Caparrós a cerrar el centro de la defensa con dos laterales -Héctor y Romero, bastante duchos en cubrir esta clase de urgencias- y a montar el ataque con dos chicos de la cantera, Iago y Xisco. El Depor perseveró en la línea de las últimas semanas, que han moderado el aire perentorio de su fútbol para recuperar un poco de esmero en la elaboración. La gente, al menos, se libró de la tabarra de los pelotazos. Pero el equipo resultó tan inofensivo como de costumbre. Por mucho que buscó, en la primera parte no halló más argumento que el tiro distante. En uno de ellos, al borde del descanso, Sergio -que, por lo demás, volvió a ser un desastre- obligó a Palop a una gran estirada.
El Sevilla levantó una empalizada en el centro del campo, con un medio de cierre por delante de la defensa y otros dos pivotes unos metros más arriba. El armazón le dio para vivir sin sobresaltos y para poco más. Hubo algunas tibias amenazas en la primera parte, algunas punzadas de Navas, Adriano o Saviola, siempre sin continuidad y con muy poca carga intimidatoria.
En el descanso Caparrós reemplazó a Iago por Rubén, lo que arrancó silbidos aislados en la grada, tan necesitada de ilusionarse con algo que ya le había cogido cariño al chico por algunos detalles de los partidos anteriores. El cambio no surtió demasiado efecto en un equipo con problemas casi irresolubles para producir fútbol de ataque. Al Sevilla, sin embargo, se le vio más resuelto sin necesidad de cambiar nada, como si hubiese estado esperando hasta ese momento a que el contrario madurase. Juande Ramos lo confirmó poco después al sustituir a uno de sus pivotes, Renato, por un segundo atacante, Luiz Fabiano.
Desde ese momento, se vio que el aparente conformismo del Sevilla había sido una pose. Y aunque no llegó a atosigar al adversario, aumentó de forma notoria la frecuencia de sus acometidas y obligó a Molina emplearse a fondo en un par de ocasiones. El Depor, sin retirarse de la batalla, se resignó a esperar que una acción aislada produjese lo que nunca sería capaz de conseguir con un fútbol tan descosido e inconstante como el suyo. A esas alturas de choque ya había comparecido Tristán, que nada más entrar al campo vio como la mitad de la grada lo acogía con el pulgar hacia abajo. Como casi siempre, su presencia no hizo nada para que cambiasen de opinión. Caparrós hasta acabó haciendo un cambio para perder el tiempo que le faltó al Sevilla cuando quiso dar la estocada que había demorado toda la noche.
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