La sombra de Schopenhauer
Clément Rosset resume el pensamiento del filósofo alemán en unos textos concebidos para la divulgación de un filósofo que tuvo una gran influencia sobre muchos escritores importantes de finales del XIX y del XX, desde Nietzsche a Borges pasando por Freud.
Dos circunstancias han sido decisivas para explicar la tardía influencia de la filosofía de Schopenhauer tanto como su posterior caída en un relativo descrédito. Schopenhauer escribió después de Hegel, y por otro lado, antes que Nietzsche. O sea que su desventura fue doble: quedó eclipsado en vida por un contendiente intelectual demasiado poderoso; y tras una breve gloria alcanzada al final de su vida, fue desplazado y superado después de muerto por un discípulo genial. Lo que explica que, al cabo de siglo y medio, la figura intelectual de Schopenhauer parezca un tanto desdibujada y para una buena parte de la filosofía académica resulte irrelevante. Su pensamiento se sitúa en una posición paradójica en el panorama del siglo XIX, ya que al mismo tiempo que parece un típico producto del espíritu decimonónico es una excepción a ese espíritu.
ESCRITOS SOBRE SCHOPENHAUER
Clément Rosset
Traducción de Rafael del Hierro
Pre-Textos. Valencia, 2005
200 páginas. 17 euros
De forma significativa, los
estudiantes de grado suelen escoger a Schopenhauer para realizar sus trabajos de habilitación, quizá porque es un filósofo que siempre resulta agradable de leer y es fácilmente accesible ya que todo su pensamiento está contenido en un solo libro, donde se lee a un Kant humanizado y libre de la prosa plúmbea y farragosa del celebérrimo filósofo de Königsberg. No importa que Schopenhauer sea del todo inconsistente con respecto al criticismo o que infrinja todas las cortapisas que Kant aconsejaba mantener en materia de metafísica, ética o estética: sus argumentos son claros y contundentes, un punto atrabiliarios, y se acompañan de ese romanticismo canónico que glorifica la música y difunde todos los topicazos sobre el arte y el genio que a los jóvenes les encanta leer. Y por añadidura, hasta se permite coquetear con el budismo.
Por lo demás, como Nietzsche, Schopenhauer ha sido un autor importantísimo para muchos escritores decisivos en el siglo XX. Está en el Nietzsche juvenil, claro, pero también está en Freud, en Wittgenstein y en Jorge Luis Borges. Entre los schopenhauerianos contemporáneos inteligentes se cuenta Clément Rosset, filósofo francés no muy conocido en España pese a los esfuerzos por difundir su trabajo de Savater, Pere Saborit y en especial Rafael del Hierro, quien traduce y anota este volumen que reúne las tres monografías que Rosset dedicó en su juventud a Schopenhauer, todas ellas publicadas originalmente en Presses Universitaires de Francia, alguna en la célebre colección Que sais-je.
En conjunto o por separado, son textos divulgativos donde se resume y parafrasea a Schopenhauer sin ahondar demasiado en sus temas. Hay alguna repetición -por ejemplo, el mismo comentario de Gueroult aparece citado en las páginas 32 y 56 (con toda seguridad, porque originalmente aparecía en libros diferentes)- pero en conjunto Rosset se muestra ya en estas monografías juveniles como un finísimo lector, en especial de la estética de El mundo como voluntad y representación. La huella de la metafísica schopenhaueriana en Rosset habría que buscarla sin embargo en sus obras maduras (por ejemplo, en Lo real: tratado de la idiotez, que también tradujo Del Hierro para Pre-Textos, Valencia, 2004). En cualquier caso, este volumen resulta interesante porque muestra cuánto debe Rosset a Schopenhauer, desde el principio de crueldad hasta la idea de lo real como una constatación que, de tan contundente, resulta insoportable, absurda. Rosset representa aquí a Schopenhauer como un filósofo del absurdo en detrimento de la caracterización tradicional que lo retrata como un pensador pesimista; y muy lejos de toda condescendencia exegética, al mismo tiempo que reconoce a Schopenhauer como el primer genealogista de las ideas, advierte que en este terreno como en tantos otros no estuvo a la altura de sus propios descubrimientos ("torpe continuador" de Kant, "torpe innovador", cuando se lo compara, por ejemplo, a Nietzsche), "demasiado moderno para ser clásico, demasiado clásico para ser moderno" (página 91).
Como el propio Rosset, dicho sea de paso.
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