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Reportaje:Fútbol | Final de la Copa del Rey

El día soñado

Los miles de aficionados del Espanyol y del Zaragoza que invadieron las calles de Madrid pasaron una jornada de fiesta sin apenas incidentes

Jordi Quixano

Siete y media de la tarde. Un Bernabéu absolutamente vacío esperaba a los desconocidos huéspedes, ruidosos en grado superlativo. Por los aledaños del estadio, toda la muchedumbre se castigaba invariablemente las gargantas al compás de las atronadoras bocinas, preludio de la fiesta futbolística. Los trabajadores del estadio ultimaban detalles. Y los aficionados del Espanyol y del Zaragoza se acicalaban a la espera de que las puertas del Bernabéu les diesen, por fin, la bienvenida. El día había sido muy intenso, muy largo.

Amaneció temprano en el aeropuerto del El Prat de Barcelona y en la estación de tren Las Delicias de Zaragoza. Los seguidores, entusiasmados con la final, enseñaban con orgullo los colores de su equipo. La ocasión lo merecía. "¡Sí, sí, sí, nos vamos a Madrid!", gritaban con euforia por las dos ciudades.

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Once de la mañana. El sol de Madrid saludaba a los invitados. Las dos carpas instaladas por ambos clubes, próximas al estadio, empezaban a revolucionarse. En la Plaza Picasso, la del Espanyol; en el colegio San Agustín, la del Zaragoza. La hora punta, sin embargo, no llegó hasta el mediodía. "18.000 litros de cerveza, 8.000 de agua, 24.000 de refrescos", enumeraba Pedro, encargado de una de las barras del recinto periquito. Y 30.000 bocadillos. De chistorra, de jamón y queso, de chorizo...", explicaba Sergio, vendedor en un chiringuito de la parcela blanquilla. Y desde la otra carpa, a un escaso kilómetro de distancia, respondían: "Aquí hemos traído 1.500 kilos de butifarra".

"Hoy es un buen día", explicaba Manuel, quien regenta una caseta de souvenires en la calle Padre Damián, contigua al Bernabéu. Y añadía: "Los del Espanyol compran más bufandas y los del Zaragoza más bocinas. Pero se vende todo". A la hora de comer, el ruido y los cánticos bajaron de decibelios. "Llenar el buche para luego desfogarse", repetían unos hinchas aragoneses. Poco duró el sosiego de la calle. La algarabía, a eso de las cinco, ya era incontenible. Pero compartir un trozo de calle no suponía ningún riesgo para ambas aficiones, que se respetaron cortésmente. Se gritaron a los oídos. Pero no llegaron a más. Así, la mayoría hacía caso a su repetido cántico: "Alcohol, alcohol, alcohol, alcohol. Hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual". Alguno de ellos necesitó asistencia. Antes de que se inciara el choque, el Samur-Protección informó de que había atendido a once personas, ninguna de ellas con daños de gravedad. La atención médica se centró en alguna lipotimia, alguna torcedura y las inevitables intoxicaciones etílicas.

El patio de tierra del Colegio San Agustín era un auténtico horno. No sólo porque el sol pegaba de justicia, sino porque los más de 35.000 aficionados baturros copaban cada espacio del recinto. No era de extrañar que hubiese disparidad de opiniones. "Esto es una mierda", decían los más clásicos. "¡Qué fiesta! Es algo increíble. Con esta afición es imposible que perdamos", convenían los jóvenes y los más animosos. Pero todos se animaban cuando alguien empezaba a entonar el consabido: "Alé, Zaragoza, alé, alé...". Sobre el cemento de la Plaza Picasso el ambiente estaba igual de caldeado. Un par de pelotas gigantes circulaban por las cabezas de los asistentes, cientos de banderas ondeaban al ritmo de la música y miles de bufandas revoloteaban a la par que las tonadillas periquitas.

A las siete y media salieron los autobuses de los equipos camino al Bernabéu. El técnico blanquiazul, Miguel Ángel Lotina, saltaba. Sánchez Llibre hacia numerosos aspavientos con los brazos. Los jugadores repiqueteaban los cristales. Y los miles de aficionados acompañaban al autocar del Espanyol en su paseo por la Castellana hasta el estadio. Por el otro lado, el Zaragoza iba igual de escoltado. Los policías, a pie, a caballo y en coches, no daban abasto para abrir el mar de gente. A las ocho, la afición se impacientó y cercó el Bernabéu. Entonces, los porteros abrieron las puertas y los asientos empezaron a conocer a sus nuevos inquilinos. Con las palmas rojas, las laringes desgastadas, las piernas agarrotadas por el cansancio, y, algunos, con los ojos vidriosos. Por entonces, todos estaban felices.

Luis García cabecea, solo ante César, y consigue el segundo gol del Espanyol.
Luis García cabecea, solo ante César, y consigue el segundo gol del Espanyol.ULY MARTÍN
Seguidores del Zaragoza y del Espanyol muestran su entusiasmo en apoyo de sus respectivos equipos.
Seguidores del Zaragoza y del Espanyol muestran su entusiasmo en apoyo de sus respectivos equipos.BERNARDO PÉREZ

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