El Valencia recupera su eficacia
El equipo de Quique se deshace del Celta en Vigo sin brillo, pero con suficiencia
Puestos a anestesiar partidos, nadie como el Valencia. Ante un equipo impenetrable y musculoso como el de Quique Flores, especialista en la paciencia, se le dio al Celta por ejercer de replicante. En su versión mas resguardada, el grupo de Fernando Vázquez intentó hacerle un nudo al partido, a la espera de algún latigazo de Canobbio o de Baiano. La propuesta le encantó al Valencia, que en un ejercicio de oficio desató a su rival en una de las pocas ocasiones que dejó el encuentro, aburrido como pocos. Entró Angulo por un costado y atacó la pelota con rabia. Batió a Pinto, y dejó grogui al Celta, que castigó a Balaídos con el peor partido en muchos meses. Con los tres puntos se le esfumó la posibilidad de alcanzar la Liga de Campeones, mucho más inaccesible para el Celta que el subcampeonato para el grupo de Mestalla.
CELTA 0 - VALENCIA 1
Celta: Pinto; Ángel, Contreras, Lequi, Placente; Iriney, Oubiña (Gustavo López, m. 75); Núñez (Perer, m. 61), Canobbio, De Ridder (Méndez, m. 61); y Baiano.
Valencia: Cañizares; Miguel, Ayala, Albiol, Moretti; Angulo, Albelda, Baraja (Marchena, m. 90), Aimar (Mista, m. 84); Regueiro; y Villa (Hugo Viana, m. 89).
Goles: 0-1. M. 29. Regueiro baja un balón largo de Miguel, se revuelve y lo deja para la llegada de Angulo, que anota de fuerte disparo.
Árbitro: Ramírez Domínguez. Mostró tarjetas amarillas a Albelda, Moretti, Cañizares y Méndez.
Unos 16.000 espectadores en el estadio de Balaídos.
Con su ideario, Váquez sacrificó la calidad, y el equipo lo notó. Sustituir a Jorge Larena y Silva -inhabilitado por cláusula para jugar contra el Valencia- por Iriney y Núñez tiene un precio, que el Celta pagó caro. El balón salió siempre sucio de la defensa, y Canobbio, enchufado ante su ex equipo, no encontró gente con la que asociarse. Vázquez se miró en el espejo de Quique Flores, y plantó un equipo musculoso, resguardó a Oubiña y descolgó a Canobbio para asistir a Baiano. Una propuesta muy similar a la del Valencia, en el que Regueiro ejerció de asistente de Villa. Pero el partido se desequilibró por las bandas: Aimar y Angulo llevaron un peligro del que carecieron De Ridder y Núñez. El holandés se anuló con el cambio de banda; Núñez se anula solo: tiene un guante en la bota, un guante de boxeo.
El resto lo pusieron Albelda y Baraja, impenetrables para un equipo disminuido en calidad. Ayudados por Ayala y Albiol, los dos medios centro dejaron el contador céltico de oportunidades a cero en la primera parte. Si acaso, un tibio penalti que solicitó De Ridder y un disparo de Baiano en la misma jugada. El partido estaba llamado a convertirse en un peñazo, porque tampoco el Valencia llegó al área. Aunque masticó siempre el tiempo a su antojo, sólo inquietó a Pinto con un disparo lejano de Villa y con las diagonales de Angulo. En una de ellas, al poco de empezar el choque, metió una vaselina que atrapó Pinto con apuros. La segunda la clavó en la red, en una jugada que nació de una de las abundantes pérdidas de balón de Iriney. Cayó la pelota a pies de Miguel, que buscó a Regueiro con un pelotazo. El uruguayo controló, esquivó a Lequi y esperó la llegada de Angulo, que llegó como una flecha y anotó con el cañón.
El Valencia no fue ni mucho menos un equipo espectacular, pero se le vio más cómodo, como más acostumbrado a desanudar partidos como el de ayer. La variedad de versiones del Celta, en cambio, le tiene aturdido: no necesita resguardarse tanto para ser de los equipos menos goleados, y da la sensación de que una diabólica ecuación provoca que, cuanto más se proteja, peor se defiende. Por eso Quique Flores mantuvo el decorado en la segunda mitad. Vázquez, en cambio, dejó transcurrir un buen pedazo de la reanudación antes de emprender una reforma estructural del equipo de las que le gustan: entraron Perera y Méndez, un central y un delantero, y salieron Núñez y De Ridder.
Fue la clásica acometida a golpe de corneta, con tres defensas, carrileros y mucha gente por delante del balón. A petición del público, Gustavo López, lejos de su banda, le echó picante a los minutos finales, pero no había quien alterara el temple del Valencia, un equipo rocoso que no se dejó intimidar por los desbocados intentos finales del equipo de Balaídos.
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