Reconstruir la casa
Me viene a la cabeza (deformaciones de la literatura) un título de Salinger, el autor de El guardián entre el centeno. El título en cuestión es Levantad, carpinteros, la viga maestra. No encuentro otra metáfora mejor para estos días y los que nos esperan que la de un carpintero levantando una viga, construyendo una casa en la que habitarán personas, ciudadanos, vecinos; construyendo una casa en la que habitaremos todos y que a todos, por tanto, deberá o debería dar cobijo. Quiero ser optimista. Una casa con puertas y ventanas por donde entren el aire y la luz para todos y no para unos cuantos. No para los vecinos del sexto izquierda o los dueños del ático.
La casa es todo un símbolo. Gabriel Aresti habló de la casa del padre, pero a mí me emociona más la casa de Antonio Gamoneda en su Blues castellano. "En mi casa están vacías las paredes / y yo sufro mirando su cal fría. / Mi casa tiene puertas y ventanas: / no puedo soportar tanto agujero". Hemos visto multitud de agujeros en todos estos años infinitos que parecen tocar a su fin. Pudimos aprender a distinguir los orificios de una pistola de calibre 9 milímetros Parabellum con precisión de peritos balísticos. Nuestros ojos han visto mil agujeros negros llenos de sangre negra, porque gracias a ETA, también, pudimos aprender lo negra que es la sangre y lo adherente que es la masa encefálica de un guardia civil, de un cocinero, de un concejal del PP o del PSOE, de una mujer o un hombre que pasaban por allí. Descubrimos muy pronto que los agujeros se tapaban muy bien con serrín. Gastamos toneladas de serrín. Entre agujeros y serrín, Antonio Gamomeda termina así su blues: "El mundo es grande. Dentro de una casa / no cabrá nunca. El mundo es grande. / Dentro de una casa -el mundo es grande- / no es bueno que haya tanto sufrimiento".
El mundo es grande, sí. Más grande que la casa de los vascos y más grande que el reino de España y más grande que Europa. Tengo una foto encima de mi mesa de trabajo. Es una mujer vieja que se llama Vicenta Martínez y vive en Nicaragua. Tiene un trozo de madera en las manos con el que espera reconstruir su casa después de que el maldito huracán Mitch se llevara su techo, sus paredes, sus cosas, sus cultivos, sus pocos animales. Vicenta está dispuesta, qué remedio, a comenzar de cero. No es bueno que haya tanto sufrimiento, parece que nos dice en esa foto que ahora mismo contemplo. Pero a pesar de todo parece decidida a reconstruir su casa y hasta esboza una tímida sonrisa, una grave sonrisa. A Vicenta le haría mucha falta un carpintero que levantase, lo mismo que en el libro de Salinger, la viga maestra de su nueva casa. Pese a todo, ella sigue aferrada a sus raíces.
Nuestro huracán particular ha declarado, jura que con carácter permanente, un alto el viento, o sea, un alto el fuego y un alto a la sangre. Nuestro huracán particular ha sido sordo y cruel, mucho peor que el Mitch. Aunque nuestro museo de titanio brille y nuestros restaurantes continúen haciéndonos felices, el huracán desbarató la casa y arrasó nuestras tierras y nos dejó desnudos. No estamos, en el fondo, mucho mejor que los damnificados por el huracán que asoló Nicaragua, aunque nos creamos ricos. Los agujeros negros cubiertos con serrín ya no se ven, pero siguen ahí. Nuestra conciencia colectiva, si de verdad existe, está agujereada. Es la devastación moral que deja un huracán de más de treinta años.
Es curioso, durante más de treinta años hemos oído hablar de construcción (construcción nacional) a los amigos de los huracanes y sus no pocos socios. Y ahora, cuando el viento de la muerte ha cesado, comprobamos los daños invisibles ocasionados por el vendaval (vamos a comprobarlo y va a ser duro). Ahora lo que nos toca es la reconstrucción y el adecentamiento del solar. Tendremos que luchar contra los especuladores (que en el negocio inmobiliario no faltan, por desgracia). Y desenmascarar a los oportunistas que pretendan hacer ganancia fácil. Habrá mucho estraperlo ideológico y mucho ventajista, mucho tahúr (y no del Misisipi) y mucha subcontrata. Va a ser difícil levantar esa viga maestra para construir la casa que todos deseamos, pero vamos a hacerlo, no lo dudo. Vamos a aprender todos de Vicenta Martínez.
José Fernández de la Sota es escritor; acaba de publicar Cumbre del mar (Hiperion), Premio Valencia de Poesía.
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