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Reportaje:GOLF | Masters de Augusta

La sensibilidad y el 'putter'

En plena polémica por el alargamiento del campo, los favoritos intentan concentrarse en su juego corto

Carlos Arribas

Las manos. La punta de los dedos. La sensibilidad. "¿Cómo decía Neruda?", se pregunta Mages Murugiah, el gurú de Vijay Singh, el fiyiano que ganó en 2000. "Sí, decía aquello de que el cerebro, la cabeza, la imaginación, sólo se puede expresar a través de las manos. Las manos del artesano, el pintor, el escultor, el escritor, el jugador de golf...".

Mientras los monitores de la sala de prensa del Augusta National Golf Club repiten en bucle perpetuo la última ronda del Masters del 86, del domingo de hace 20 años, cuando Severiano Ballesteros descubrió, para su sorpresa, que no era Dios al lanzar al agua la bola en el hoyo 15; el domingo en que Jack Nicklaus, de 46 años entonces, ganó su sexta y última chaqueta verde, Murugiah rompe el discurso monotemático. Entre vociferantes opiniones, entre tanta gente que habla de fuerza bruta, de potencia, de metros y más metros, de un driver, de dos drivers -Phil Mickelson llevará en su bolsa uno para cerrar la bola y otro para abrirla-, Murugiah usa su suave francés, su sibilante acento argelino, para hablar de sensibilidad. "Lo que Neruda dice es que las manos sólo traducen lo que está en la cabeza", explica; "si la cabeza está bien, si cada pieza está en su sitio, todo lo que se intente será fluido, perfecto".

García: "Por muy largo que se juegue, se fallarán 'greenes' y casi todo se resolverá en el 'putt"

Hablaba Murugiah, con otras palabras, con otra sensibilidad, de lo mismo que todos, de lo único que preocupa a todos los jugadores que se creen con posibilidades de ganar este Masters, el primer grande del año. Hablaba del putt, del putter.

Jack Nicklaus, que no jugará, que ya no jugará más grandes, resumía la historia del golf en dos eras. Una, desde los orígenes hasta 1995; la otra, desde 1996 hasta nuestros días. "Y", añadía El Oso Dorado, "ha habido más cambio en los últimos diez años que en los cien anteriores". Se refería a los avances tecnológicos, a los nuevos palos, a las nuevas bolas.

"Sí", añade Sergio García; "pero, al final, por muy largo que sea el campo, por muy largo que le den a la bola los nuevos drivers impulsados por las nuevas varillas de colores, por muy bien que le des, aun pegando buenas bolas, se van a fallar greenes y casi todo se resolverá en el approach y el putt". García, que no se encuentra con el putt desde hace unos meses, que sufre la falta de química con el palo más fino, también habla finalmente de las manos, de la nueva forma en que empuña el putter, con la mano derecha baja. "Llevo cuatro semanas así y parece que funciona", avisa; "trabajo en ello y voy mejor cada día, con más confianza. Estos greenes serán un buen examen, aunque me habría gustado practicar un poco más".

Sergio Gómez, el apoderado de José María Olazábal, también termina hablando de sensibilidad, de golpes finos. Cuenta que, en febrero, se acercó Butch Harmon, su profesor, a Olazábal y le dijo que ya le pegaba muy largo, que había entrado en el club de los pegadores. "Ahora", le advirtió, "entrarás en el club de los que fallan el green con el hierro 9". Y así fue. "Pero, poco a poco", dice Gómez, "también superó ese problema. De hecho, ahora, cuando le sigo, ni me fijo en lo que hace desde el tee. Estoy seguro de que la dejará larga y en el centro de la calle. También sé que la dejará bien en el green. Empiezo a sufrir cuando agarra el putter". "En efecto", corrobora el último español que ha ganado el Masters; "con el putter voy a rachas. Días buenos y días que...".

La sensibilidad de Miguel Ángel Jiménez, después de pasar por sus manos, después de conducirle a golpes exquisitos, continúa hasta la punta de sus pies, hasta la puntera de charol brillante de sus zapatos Nebuloni, hechos por encargo. Calzando esos zapatos, clavando sus fuertes puntas en la hierba, con un buen veguero entre los labios, se siente único. Las preocupaciones son asuntos menores. "Tampoco estoy muy contento con cómo estoy jugando", dice, "pero habrá que ir poco a poco".

La sensibilidad de Tiger Woods está dividida. La cabeza del gran favorito, que ganó en 2005 y tres veces más, de quien puede alcanzar su quinto Masters, está a medias entre California y Georgia. En California, su padre agoniza. Earl, un boina verde que le dio el sobrenombre de Tiger en recuerdo de un compañero desaparecido en Vietnam, sufre cáncer de próstata. Y, mientras intenta sobrellevar el asunto, a su alrededor ha germinado la duda. Los comentaristas se preguntan si podrá concentrarse.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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