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Reportaje:

'Ojo de Halcón' ve un tercio más

El sistema electrónico usado en el torneo de tenis de Cayo Vizcaíno, ganado por Federer, validó 54 bolas de las 162 dudosas

Hasta Roger Federer, crítico con el sistema de cámaras para comprobar electrónicamente las pelotas dudosas, recurrió a Hawk-Eye (Ojo de Halcón) por primera y única vez en la final del Masters Series de Miami, en Cayo Vizcaíno (Florida, Estados Unidos), que volvió a ganar, esta vez ante el croata Ivan Ljubicic: 7-6 (7-5), 7-6 (7-4) y 7-6 (8-6). No tuvo razón, sin embargo, el tenista suizo al pedir la revisión de un saque cuando podía perder su servicio en el primer set. No importó. Ljubicic no la tuvo en una ocasión, pero sí en otra. No le sirvió pese a sus 21 aces -por ocho de Federer-, alguno a más de 220 kilómetros por hora, sólo por debajo de los del estadounidense Andy Roddick, eliminado por David Ferrer.

La de Ljubicic fue la 54ª y última revisión positiva de las 162 totales en la competición, entre su versión masculina y la femenina. Ello supone el 33,3%, es decir que un tercio de las bolas discutidas fue favorable a las reclamaciones de los jugadores y que las ocho cámaras del sistema vieron más que los árbitros. Ninguna fue decisiva, pero sí es una cifra a tener en cuenta. El método, lejos de suscitar polémicas, aclaró rápidamente las situaciones controvertidas. Parece claro, pues, que los medios modernos, bien usados, clarifican los deportes y evitan injusticias o decisiones erróneas porque el ojo humano no lo puede ver todo. En los primeros cuatro días, eso sí, la proporción era algo menor: 17 peticiones positivas de 65, un 26%. Las exigencias subieron según fueron sucediéndose las rondas.

El ruso Marat Safin, que cayó en la primera sin paliativos, se quejó de que el sistema complicaría el juego y lo haría más lento. Craso error. En menos de diez segundos, muchos menos de los que tardan ciertos jugadores en prepararse para el saque o, simplemente, en botarla, todo el estadio podía convencerse de si la bola había entrado o no. Y en televisión. Los "¡ooohhh!" del público, al resultar la decisión contraria a su favorito o a lo que creían que había pasado, y los aplausos o los pitos, por la equivocación de los jueces de silla o de línea, fueron significativos.

La helvética de origen checo Martina Hingis, cuando fue eliminada por la que sería a la postre ganadora, la rusa Svetlana Kuznetsova, usó al límite las dos peticiones permitida por manga y la otra de los desempates. Pero, al cabo, se tuvo que rendir a la evidencia del mayor poderío de su rival. Curiosamente, hasta en la mismísima bola de partido.

Muchos jugadores, entre ellos los españoles, apenas recurrieron a Ojo de Halcón en otro ejemplo de que, si es selectivo, sólo puede ser positivo. Las discusiones con los jueces al estilo McEnroe han pasado a la historia de las anécdotas. La queja es que sólo se implantó en la pista central. El problema de llevarla a todas en cualquier torneo sólo será económico.

En la final, tanto Federer como Ljubicic admitieron sus numerosos errores en las pelotas ajustadas a las líneas y no pidieron la mayoría de las revisiones a las que tenían derecho.

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