Israel asiste al fin de una era política
El nuevo partido Kadima, listo para dar un vuelco al mapa electoral del Estado hebreo
Casi seis décadas de vida política israelí dominada por el Partido Laborista y el Likud pasan hoy a la historia. Salvo que medie una catástrofe para Kadima (Adelante), que nadie augura, el partido fundado por Ariel Sharon el pasado noviembre logrará la mayoría suficiente para formar un Gobierno de coalición en el atomizado Parlamento israelí. Por primera vez, un dirigente ajeno a los dos grandes partidos hegemónicos, Ehud Olmert, se hará cargo del Ejecutivo tras una campaña anodina y dominada por el eterno conflicto con los palestinos y la retirada unilateral de parte de Cisjordania.
Comienza hoy una nueva era marcada por la desaparición de los próceres del Estado judío y el surgimiento de una clase dirigente que se aleja de la utopía. Las novedades en la arena electoral son de calado, e impensables hace sólo tres meses. Ariel Sharon, gravemente enfermo e internado en un hospital, sólo aparece en la propaganda del partido que creó a su imagen; Amir Peretz es el primer sefardí que dirige uno de los grandes partidos, el Laborista; el Movimiento de Resistencia Islámica, Hamás, va a gobernar en los territorios palestinos; la ultraderecha religiosa se siente traicionada por el Estado tras la retirada de la franja de Gaza y las promesas del candidato favorito de emprender nuevas evacuaciones... Demasiados vuelcos para ser digeridos en escasas semanas.
"Hasta 1977, Mapai y su sucesor, el Partido Laborista, estaban en la posición que ocupa Kadima. Podían elegir aliados y luego prescindir de ellos. Después se alcanzó una situación bipolar. Pero en 2003 se llegó a un sistema de dominación de un solo partido: el Likud. Kadima va a asumir ese papel", explica el profesor de Ciencia Política de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Gideon Rahat. "La cuestión es si Kadima y la izquierda van a lograr más diputados que la derecha y los religiosos".
Tras una campaña carente de actos de masas y que se ha encauzado a través de la televisión, los encuestadores no las tienen todas consigo. Aunque coinciden en que Kadima logrará entre 33 y 36 escaños de los 120 escaños, deberá pactar, previsiblemente, con los más proclives a aceptar las propuestas de retirada unilateral de Cisjordania que propone Olmert: los laboristas, a quienes se conceden entre 17 y 20 asientos. El Likud sufrirá, si se cumplen los pronósticos, que le otorgan alrededor de 14 escaños en la Kneset, el mayor descalabro de un partido desde la fundación del Estado judío en 1948. Consiguió 40 en las elecciones de enero de 2003. El partido liberal y laico Shiniu, el tercero en el Parlamento actual, se partió en pedazos y ha desaparecido de los sondeos.
Y es que los conservadores y nacionalistas han padecido como nadie una tendencia que también se ha apreciado en años recientes en otras formaciones. "Los partidos no están cohesionados. Los diputados cambian de filas y votan en distinto sentido al de su grupo. Creo que va a haber muchas divisiones", afirma Rahat.
La atomización del Parlamento no es un fenómeno nuevo. La 16ª legislatura ha concluido con una Cámara fragmentada en 20 grupos, uno de ellos tras la escisión del Likud, que pactan apoyos al Gobierno y los retiran con frecuencia. A las elecciones de hoy se presentan hasta 31 partidos. Sólo una docena de ellos tiene opciones de ganar algún escaño, para lo que se exige el 2% de los votos de los votos válidos. Algunos representan más bien el voto de protesta. Es el caso del Partido de la Guerra contra los Bancos.
Y ese riesgo se puede aplicar a Kadima más que a nadie. "No tiene instituciones. La lista electoral fue elaborada personalmente por Olmert y tiene caballos de Troya en su interior. No sorprendería que Kadima no existiera en las próximas elecciones. Ya ha sucedido con el liberal y laico Shinui. Ha habido un big bang, pero no sabemos si el sistema se va asentar", advierte el docente. Es razonable que si la organización que lidera Olmert obtiene excelentes resultados, será más sencillo repartir el pastel entre sus dirigentes, una amalgama de socialdemócratas y liberales, de palomas y halcones.
Todo cambia a velocidad de vértigo en la política israelí. Los porcentajes de participación en los comicios se adecuan a los registrados en los países occidentales. Muy lejos queda el 86,9% que votó en las elecciones de 1949. Aunque hace siete años, en los comicios en los que venció el laborista Ehud Barak, el 78,7% de los electores ejerció su derecho. Cuatro años después se redujo 10 puntos. Hoy, el espantajo de la abstención preocupa sobremanera a los partidos mayoritarios, mientras la extrema derecha se moviliza sin descanso. Las encuestas predicen que sólo votará un 65% de los mayores de 18 años. El desencanto de los jóvenes es palpable.
Casi 300.000 electores se han sumado al censo, que supera ligeramente los cinco millones. Y los sondeos revelan que no son los más apasionados a la hora de votar. Lo afirmaba el domingo Uzi Landau, diputado del Likud: "Los jóvenes están hartos de los políticos israelíes. Deberíamos preguntarnos por qué". Una de las causas es, sin duda, la corrupción rampante.
LA LUCHA POR LA KNESSET
-Casi seis décadas de hegemonía laborista y del Likud tocan hoy a su fin
-La campaña electoral, sin actos masivos, ha sido encauzada en televisión
-"Los partidos no están cohesionados", advierte un analista
-La legislatura termina con una Cámara dividida en 20 grupos políticos
-La renta 'per cápita' es de 14.500 euros, pero su distribución es desigual
-Hamás dice que está dispuesto a hablar con la comunidad internacional
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