Esperanzas y temores
EL 'ALTO EL FUEGO PERMANENTE' declarado esta semana por ETA respondió de manera eficaz a las expectativas mediáticas despertadas por el presidente del Gobierno el pasado 10 de febrero cuando declaró su convicción de que el principio del fin de la violencia se hallaba próximo. Las hipótesis -de signo diferente y a veces contrapuesto- sobre los verdaderos propósitos perseguidos con su espectacular anuncio por la banda terrorista reflejan demasiadas veces las posiciones ideológicas y políticas que sesgan sus conjeturas; sin embargo, el valor de las explicaciones depende en cada caso exclusivamente del respaldo empírico y la calidad argumental que las fundamentan. La experiencia de las falsas treguas de ETA con fines tácticos (ganar tiempo, montar infraestructuras o conseguir armas) está siendo manipulada de forma acrítica por algunos dirigentes populares para presentar ante la opinión como dato incontrovertible la provisionalidad del alto el fuego; se diría que el PP no perdona a la banda haber ridiculizado en un comunicado al Gobierno de Aznar como víctima de la tregua-trampa de 1998, expresión utilizada por el ministro del Interior antes de que su presidente le desautorizara en toda regla y enviara una delegación oficial a entrevistarse con "la dirección del MLNV" en Suiza.
El comunicado de ETA abre una ventana de oportunidad para un final dialogado de la violencia en el marco de la resolución aprobada en mayo de 2005 por el Congreso de los Diputados
La fiabilidad del alto el fuego dependerá en gran medida de que abarque -la incógnita se despejará muy pronto- el cobro del llamado impuesto revolucionario y la kale borroka. La experiencia de las rupturas internas provocadas dentro de las organizaciones terroristas por los grupos hostiles a la decisión mayoritaria de abandonar las armas -el atentado de Omagh, en Irlanda, sirve de trágica prueba- obliga a la cautela: aun siendo improbable, no cabe descartar una escisión del nacionalismo radical a fin de boicotear un final dialogado de la violencia. En cualquier caso, los sentimientos de alivio y las voces de esperanza que suscitó la noticia del alto el fuego -aireada y comentada por los medios de comunicación con rango de "acontecimiento histórico"- predominaron sobre los recelos y los temores de algunos dirigentes políticos: la rigidez de los enfoques y las inercias mentales de los partidos suelen terminar por distanciarles de sus votantes.
Abstracción hecha de los datos verificados y de los argumentos razonables, las motivaciones para desconfiar del alto el fuego de ETA hunden también sus raíces en pasiones inconfesables. El sector de políticos y periodistas más identificado con el ala dura del PP ha emprendido una feroz ofensiva para impedir el final dialogado de la violencia -bajo control parlamentario, según la resolución del Congreso de 17 de mayo de 2005- mientras Zapatero sea presidente del Gobierno, por temor a que los avances a lo largo de ese difícil camino pudieran redundar electoralmente en favor de los socialistas: la degradación moral causada por esas ambiciones y vanidades insatisfechas ofrece perfiles obscenos. Sin embargo, el buen tono del diálogo mantenido durante la sesión de control parlamentario del miércoles entre el presidente del Gobierno y el líder del principal partido de la oposición parece abrir una ventana de oportunidad para que el terrorismo vuelva a ser un asunto de Estado por encima de las pugnas electorales: si las dos grandes formaciones de ámbito estatal no lograran ponerse de acuerdo en el Parlamento, el final dialogado de la violencia sería una meta difícilmente alcanzable.
El alto el fuego de ETA abre una secuencia de comportamientos imposibles de profetizar a causa de su complejidad: si la historia del futuro nunca está escrita, ¿cómo adivinar los propósitos de actores que además son miembros de organizaciones cuyos mecanismos de toma de decisiones nos resultan desconocidos? Pero aunque la predicción fracase, siempre hay un lugar para el compromiso político y la apuesta moral. Tan improcedente sería considerar derrotistas a quienes se toman en serio los llamamientos a la prudencia del propio Zapatero como aceptar que otros negasen al presidente del Gobierno el derecho a recorrer el camino incierto del final dialogado de la violencia sólo por una cainita envidia a su eventual éxito en la tarea.
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