La consagración de la 'botellona'
Cuando en 1913 se estrenó en París el ballet de Stravinsky La consagración de la Primavera, con una atrevida coreografía de Diaguilev-Nijinsky, el público burgués no acabó de reventar en cólera hasta que se produjo la escena del sacrificio humano. Esto era demasiado. Invocar la magia simpática de los pueblos primitivos, según la cual ha de derramarse sangre de persona en medio de la orgía -en Grecia y Roma se hacía con mujeres embarazadas- para que estalle el esplendor de la naturaleza, resultaba ya del todo intolerable. Sin embargo, desde que el mundo es mundo se produce esta alianza soterrada y tenaz entre los ritos de la nueva vida y el sacrificio que reclaman los dioses para fertilizar la tierra. (No se olvide: en una concentración sevillana de 1998, murió por navajazo un joven de 16 años. Ese día, muchos creyeron que se acababa la botellona. En realidad, ese día se consagró el modelo. Atención.) Siquiera sea a la manera simbólica, no otra cosa es lo que sucede cada año aquí mismo, en nuestra Semana Santa, con la muerte de Cristo y la gran diosa madre cereal empujando lo suyo por el otro extremo de la procesión. O sea, que aunque no sean ritos cruentos, hallaremos por doquier elementos mágicos que ayudan al retorno del tiempo fecundo.
Con todo eso en las entretelas, las personas de orden han vivido estos días un inconfesable miedo-deseo a lo que pudiera ocurrir en las tan anunciadas y publicitadas macrobotellonas. Por suerte, la cosa no ha ido a más: una porción de heridos en Barcelona, en Salamanca y en otros lugares, botellazos en Sevilla, cómo no. Lo curioso es que no parecía sino que otra suerte de magia simpática se hubiera producido entre los mensajitos de los jóvenes, convocando para el viernes 17, y los medios, a ver quién arrimaba más público y en qué remataba el mogollón. Algo parecido a lo que debe ocurrir con los incendios forestales, y seguramente con los casos encadenados de violencia machista. Nada como una buena propaganda gratuita para que la cosa cunda. En fin, servidumbres de nuestro tiempo y viva la posmodernidad. Con un poco más de rito, que es a lo que iba, ya mismo lograremos definitivamente La consagración de la Botellona.
Cierto que entender a los jóvenes de hoy se ha vuelto una asignatura de lo más arduo. Pero no estaría de más, para empezar, que la culturilla global que nos atonta se acordara de lo que siempre fue este renacer de las leyes naturales en el comportamiento colectivo. Y más que en ninguna otra parte, en los pueblos mediterráneos, cuya cultura es esencialmente deudora del vino y del bosque, de la furia lasciva de Dioniso y de sus lúbricas bacantes. Y si no, repasen la pintura renacentista, los Boticelli y los Tiziano, dedicada a exaltar la incoercible alegría del cuerpo, la belleza y el amor. Ni que decir tiene que de todo eso poco sabe la mayoría de nuestros jóvenes, ni falta que hace. Las latencias festivas son así. Actúan y listo. Pero sorprende este olvido en ciudades como Sevilla, donde la comunidad tiene oficializadas de hace tiempo dos espléndidas fiestas de primavera (tres, si contamos el Rocío), aunque eso sí, dentro de un orden más o menos apolíneo.
¿Quiere decir eso que no debamos preocuparnos por este rebrote descomunal del fenómeno? Claro que sí, pero sobre todo por su sentido en medio de una sociedad como la nuestra, donde ya no hay bosques ni más ritos de paso que los que organiza el poder, exámenes y oposiciones. Que hoy se despierte ese deseo del inconsciente colectivo a refrescar raíces, con la magnitud y el descaro con que lo está haciendo, es para inquietarse, pero por saber qué demonios está queriendo decirnos y qué otras causas se suman a magnificar estas concentraciones descomunales y descoyuntadas. Antaño los jóvenes se rebelaban contra el poder, las dictaduras y las guerras, constituían culturas alternativas de música y flores y drogas no oficiales. Los de hoy simplemente parecen decididos a romperle los nervios al sistema. Y desde dentro mismo, pues hasta consumen la droga oficial, el alcohol. Lo cual que no sé si es más ácido que lo otro. En todo caso, hay mucho que hurgar aquí, y no sirven las explicaciones banales: bebidas más baratas y ganas de charlar... O la rivalidad entre Sevilla y Granada, el mejunje que faltaba.
Las miradas convencionales tampoco sirven. La social está irritada y la política irrita, desvalida. La jurídica no cesa de decir tonterías. La médica se preocupa -con razón, sobre todo en un punto: el hígado inmaduro de los adolescentes no se recuperará ya nunca de tan tempranas borracheras-. La mirada al bies de la derecha clama por soluciones ejemplares. Pero la última vez que irrumpió la policía en un gran festejo fue en los Sanfermines del 78, con resultado de un muerto -otro-, montón de heridos y una estela imborrable de odio al poder, que ha servido de alimento a separatistas, terroristas y otras aves de rapiña. Así que hacen bien los munícipes de hoy tentándose la ropa antes de ordenar ataque.
Pero por probar con las otras causas sumatorias, y aun a riesgo de incurrir en espejismos racionalistas, en calderilla sociológica: alguna culpa, digo yo, tendrá el sistema. Se lo hemos puesto a los jóvenes de lo más lindo: un tinglado educativo tedioso e inservible, contratos basura, que aquí les colaron sin que hicieran una mueca, sueldos de limosna -cuando lo hallan-, hipotecas vitalicias... Qué queremos, ¿qué nos aplaudan? Y algo de culpa han de tener ellos también, claro: precisamente el no organizarse contra los estudios basura, los contratos serviles, las limosnas y las hipotecas de ahorcarse. ¿Por qué no lo hacen? ¿Acaso están ahogando las rebeldes energías naturales, que también existen, en botellonas de tres al cuarto? ¿No estarán trocando el atavismo orgánico de la naturaleza en un desafío inorgánico, tan llamativo como inútil?
Pero, en fin, ninguna arenga de domingo que se precie puede acabar sin alternativas. Yo llevaría al botellódromo una Semana Santa en circuito continuo (a lo mejor en el Palmar de Troya, mira, a nadie se le había ocurrido). Y a los aledaños un hangar de mullidos colchones con escenografía boscosa y máquinas expendedoras de preservativos a buen precio. Y al Estadio Olímpico de Sevilla, para los papás, un campeonato noche y día entre el Chelsea, el Inter, el Real Madrid y el Barça. Arsa.
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