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Columna
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Agravios

El todavía Síndic de Greuges ha vuelto a decir, por si alguien quisiera oírlo, que está dispuesto a repetir mandato. Es, Bernardo del Rosal, un hombre cuyo nombramiento durante la era Zaplana fue recibido con harto escepticismo y que ahora, a tres semanas de dejar el cargo, parece más cerca de ser defendido por la oposición parlamentaria que por el propio PP. Y veamos por qué.

La Sindicatura es una realidad jurídica (y una de las instituciones con mayor arraigo histórico) a la que el Estatut d'Autonomia otorga una importante función: la convierte nada menos que en un importante engranaje de la maquinaria legal puesta al servicio de la ciudadanía, para la tutela de sus derechos y libertades fundamentales, institución no sujeta a instrucciones ni mandato imperativo.

Después de Arturo Lizón y Luis Fernando Saura, pasando por alguna bronca por el injusto veto a Emilia Caballero, el nombre de Bernardo del Rosal levantó serias dudas acerca de que su actuación fuera a ser en verdad independiente. No quisiera yo ahora dotarle de una dimensión épica (que el Síndic ni tiene ni quiere) comparándole con aquel falso general de la Rovere que llevó la farsa hasta morir por unos ideales hasta entonces ajenos. Pero me valgo del personaje encarnado por Vittorio de Sica para explicarles que, según mis fuentes (muy bien informadas, desde luego) del Rosal ha conocido, aprendido y asumido que su misión es servir al pueblo. Y eso se acaba pagando. En recientes declaraciones, el Síndic ha mencionado que algún informe suyo sobre internamiento de menores ha podido molestar al Consell. También consta que no hicieron gracia sus inesperadas aunque fundamentadas críticas sobre la falta de recursos para mujeres maltratadas... Pero cualquiera que observe los avatares de nuestra vida pública sabe que quien le ha puesto la proa tiene más que ver con el cemento real que con el acento social: Bernardo del Rosal se ha atrevido con diversos asuntos urbanísticos, como por ejemplo el plan Rabassa, y no ha sido precisamente condescendiente con la normativa urbanística pasada y presente, y su praxis. ¿Hace falta más explicación? Ahora se da el caso curioso de que a este hombre (nombrado por Zaplana, ergo presunto miembro de la cuerda política zaplanista) le ha salido un competidor dentro de la familia de don Eduardo, también rama política ya que es su suegro, aunque ahora más bien parece arropado por los campistas puesto que el presidente Camps ha dicho de él que "tiene perfil para ser cualquier cosa en la Comunidad Valenciana". Me refiero a Miguel Barceló, un hombre animoso que no encuentra impedimento en sus 82 años de edad, que apela al respeto a los "ancianos de la tribu", y que se dice plenamente capacitado para "dar buenos consejos y tener buenos contactos". Barceló es uno de los "artífices del actual Benidorm", ya saben lo que esto significa. También es el padre de Rosa, esposa de Zaplana. Y de Ángela, a la que la consellera Gema Amor (pariente también de artífices de Benidorm) derrotó como candidata a la alcaldía gracias al apoyo del zaplanista Ripoll, presidente de la Diputación. (Qué jaleo, verdad, cuesta imaginarse lo que serán ciertas comidas familiares llenas de cuñadas agraviadas, ancianos suegros con brillante futuro pese al yerno al que aupó...).

En fin, no es cosa de risa que la Sindicatura de Greuges permanezca sometida a tantos avatares que se impide su estabilidad y que sea tomada en serio. El 9 de abril Del Rosal cesará su mandato de cinco años y PSPV-PSOE y PP tendrán que ponerse de acuerdo para reelegirlo o sustituirlo, pues se necesitan dos tercios de la cámara. Si los populares le han retirado su confianza, que nos expliquen por qué, bien claro y bien alto. Y de no mediar justificación razonable, el grupo socialista deberá rechazar los cambalaches a costa de la institución encargada de velar por el respeto de nuestros derechos fundamentales.

Aunque pensándolo bien, si el desencuentro mundial de las familias campista y zaplanista, zaplanista y barcelonista, produjera una Síndica llamada Emilia Caballero, pues concluiremos que efectivamente no hay mal que por bien no venga. ¿Tendremos esa suerte?

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