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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Vivir en Gualta

Hablar del Empordà, o más concretamente de lo que Pla llamaba el Empordanet, a veces resulta un poco tópico, porque el visitante tiende a mitificarlo como una tierra cercana al paraíso. Y no diré que en algún sector no lo sea. Es un paisaje que aparentemente no tiene nada, poco espectacular, pero quizás aquí radica su gracia: la mole del Montgrí, seca y áspera, rodeada del verde insultante de la alfalfa o el amarillo chillón de los girasoles; cañizos, cipreses, pequeñas lomas que en primavera se llenan de toda clase de flores; bosques de alcornoques que parecen sacados de un cuento de hadas, pueblos de piedra que de tan perfectos parecen de cartón, masías revalorizadas. Y el mar... Muchos de estos pueblos que los veraneantes descubrieron hace décadas y que en invierno quedaban desiertos han crecido espectacularmente por dos clases de residentes: los inmigrantes, sobre todo subsaharianos, y muchos artistas que decidieron dejar la ciudad e instalarse definitivamente en lo que era antes su segunda residencia. Unos y otros se han adaptado a su nueva vida, aunque el cambio ha sido, en algunos casos, brutal.

Gualta es uno de estos pueblos estratégicamente bien situados que tiene la gracia de no parecer, aún, un decorado de cartón piedra invadido de turistas, como su vecino Peratallada, turistas que, con la excusa del aparcamiento, están obligados a pagar para entrar en el pueblo. Gualta está lleno de agua: un canal recorre sus calles y uno diría que Rodoreda se inspiró aquí para escribir La mort i la primavera. El pueblo mira al Montgrí y si se tiene la suerte de tener una terraza en dirección al mar se ven los peñascos de las Medas a dos pasos. Gualta tiene ahora algo más de 300 habitantes, muchos forasteros, aunque ellos ya se sienten ampurdaneses. Es el caso de Lluís Malet, un pintor que decidió dejar Barcelona para instalarse con su mujer y su hija en la casa donde pasaba sus fines de semana desde hace una década. No niega que los tres años que lleva viviendo aquí han influido en su pintura. Si antes interpretaba pintores del siglo XVI al XX, ahora plasma la naturaleza y sus cuadros están llenos de ajos, coles, cepas, judías verdes... Entrar en su casa es como entrar en un huerto, no en balde la serie se llama L'hort a la tela.

Lluís vive en una casa antigua de pueblo adaptada a sus necesidades. Así, la entrada se ha convertido en una sala de exposiciones donde el visitante puede admirar y comprar, si quiere, las telas que cuelgan de las paredes. Me enseña su casa y me cuenta que antes era profesor de filosofía y que ahora su vida es mucho más apacible: juega a dominó en el bar del pueblo, hace una revista llamada El bramador de les clavegueres, juega con su hija Júlia y pinta siempre que quiere. "No todo son ventajas", dice, "por ejemplo, aquí no llega el ADSL, ni hay escuela porque al final sólo quedaban ocho niños inmigrantes. Ahora todos van a Torroella". Lluís me muestra su patio, con un limonero y las magníficas vistas del Montgrí. Malet expone en verano y me confiesa que tiene clientes fijos, muchos ingleses. Ahora prepara una nueva serie que tiene la influencia de la cultura asiática, embebida de su hija adoptiva, que no para de corretear por la casa y de preguntarme qué quiero saber de su padre.

Lluís conoce a todo el pueblo y me lleva a casa de Judith Pujadó, una escritora que también dejó la capital hace dos años para instalarse con su familia en Gualta, que define como un paraíso perdido. Judith me abre la puerta empolvada de blanco porque está rascando las vigas. Le quedará una casa preciosa, pero todo pasa por sus manos y la de su compañero, que es músico. Ahora está a punto de sacar El límit de Roche, su última novela, aunque también trabaja de documentalista en TV-3. "Voy tres veces a la semana a Barcelona en coche. Aquí no pasa ni un autobús y la gente mayor acabará marchándose porque se siente aislada".

Mucho más veterano en Gualta es Vicenç Rovira, ahora maestro en Torroella y antes en Barcelona. Vicenç es fotógrafo y tampoco esconde la influencia del paisaje ampurdanés en su obra. Empezó con una serie de retratos de gente de Gualta, después de colocar un cartel en las calles pidiendo modelos. Hace dos años expuso una serie de ágaves en blanco y negro: el detalle de unas hojas, los pinchos que parecen pezones pasados por el ojo minimalista y sensible de Vicenç Rovira. Ahora está embarcado en una serie de paisajes con balas de paja y otra de las Bárdenas, y este verano piensa exponer en el claustro del Hospital de Torroella, de donde él es programador en la Agrupació Fotogràfica. Vicenç ha convertido el gallinero de su casa en laboratorio y allí revela las fotos.

Y la otra Gualta es el albergue de la Generalitat para temporeros, la mayoría provenientes del este de Europa, que en verano recolectan manzanas. Al final de la calle hay un molino en ruinas que también acostumbra a estar lleno en verano. Las condiciones de vida son mucho peores que en el albergue, porque el dueño del molino no tiene muchas manías a la hora de albergar a sus trabajadores. Al lado del albergue vive una familia de gambianos con tres hijos nacidos aquí y parientes de todos lados. Más abajo viven dos familias de magrebíes y una pareja de lituanos. La mujer de Lluís ha enseñado a leer a Aija, la mujer gambiana, y ahora le ayuda con el carné de conducir. Y está encantada.

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