Urgente

"Tal vez me llamen traidora a la causa, pero no por eso voy a dejar de decir lo que pienso". Ésta es la valiente declaración que hace Phyllis Chesler, profesora de Psicología de la Universidad de la ciudad de Nueva York y una veterana luchadora del feminismo, al que ha dedicado más de 40 años a esos desvelos. La profesora Chesler se pregunta hoy si el feminismo ha muerto. Es su forma rotunda de iniciar un trabajo mucho más sutil, en el que esta brillante mujer analiza desde dentro la deriva del movimiento feminista. No, no ha muerto, se contesta a sí misma Chesler, y si atendemos a las necesidades de igualdad y de justicia que nos presenta hoy el mundo, debería estar más vivo que nunca; sin embargo, ha sucumbido a la tentación de estar más pendiente de una permanente autocomplacencia o de asuntos secundarios que de ocuparse de esas injusticias que claman al cielo. Según esta estudiosa, la causa del retraimiento sería la de confundir la defensa de la igualdad de la mujer en países no occidentales con la Cruzada o el imperialismo, lo cual implica una sumisión a la causa del relativismo cultural que tiene como consecuencia abandonar a su suerte a millones de personas. Debiéramos ser las mujeres, reclama esta clásica del feminismo, las que marcáramos la diferencia, las que hiciéramos entender a los Gobiernos occidentales que no hablamos de una lucha menor, de asuntos de correcciones verbales o de estar peleándonos por la calderilla (la reivindicación del término progenitor sería un excelente ejemplo), sino de mejorar el mundo dándole voz a la mitad de los habitantes del planeta. Es urgente. ¿Está el movimiento feminista donde tiene que estar? No me linchen, dice esta brava mujer, que sabe que ha de defenderse de las suyas. ¿Estaba arropando la memoria del cineasta holandés Theo van Gogh o se encontraba entregado a la tarea de demostrar que era un derechista indeseable que se lo había buscado? La conclusión es que quizá esos movimientos debieran desideologizarse, en el sentido más partidista y simplón del término, retomar su verdadero camino, que es el de la exigencia del cumplimiento de los derechos humanos, y no ceder a la preocupación de si la causa merecerá la simpatía de unos o de otros, si será bendecida por los que señalan el verdadero camino progresista. A veces se equivocan.
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