Los tónicos de la voluntad
El fútbol es el deporte más popular en nuestro país, el que cuenta con más seguidores y el que más emoción y pasiones suscita. La popularidad y aceptación que tiene el fútbol confieren a este deporte una dimensión de espejo social en el que mirarnos, pero que también muestra al mundo cómo somos y nos comportamos, qué valores sociales compartimos, cuál es nuestra cultura deportiva y qué reflejo tiene todo ello en las gradas de un estadio cuando se enfrentan dos equipos rivales. España y el resto de países de la Unión Europea conforman un espacio público compartido de ciudadanía, de libertad individual, de seguridad jurídica y de bienestar social. En ese espacio, el racismo, la xenofobia o cualquier otra forma de violencia que atenten contra la dignidad humana resultan inaceptables.
La reforma de la Ley del Deporte agravará las sanciones por actitudes racistas y xenófobas
Bajo ningún concepto los estadios de fútbol pueden ser el último reducto de comportamientos que, amparados por el anonimato de la multitud e instigados por grupos ultras, dan rienda suelta a los peores y más excluyentes instintos de algunos espectadores. Por muy minoritarios y puntuales que sean estos hechos, utilizar el fútbol como altavoz de manifestaciones racistas y xenófobas es una rémora de nuestro peor pasado, que sólo admite una actitud de tolerancia cero. Cuantas personas amamos el fútbol tenemos la responsabilidad indeclinable de actuar contra cualquier brote de racismo en los estadios.
El racismo es un comportamiento cruel e intolerable en una sociedad civilizada. Por ello, cuando se trata de alzar la voz y de plantar cara frente a estos comportamientos, todos estamos concernidos: jugadores y aficionados, entrenadores y árbitros, directivos de clubes y de federaciones, responsables políticos, periodistas y medios de comunicación. Cada uno tenemos la obligación de contribuir, desde nuestro respectivo ámbito de competencias, a que los estadios de fútbol sean un espacio abierto, incluyente y sin barreras, donde jugadores, aficionados y espectadores respeten los principios de la ética deportiva, el derecho a la diferencia y a la diversidad. Es decir, aquellos rasgos distintivos de una sociedad abierta, democrática y pluralista, como es hoy día la sociedad española, donde ninguna raza, religión o grupo étnico es considerado superior a otros.
Afortunadamente, el sistema deportivo español cuenta con los medios, la experiencia, el consenso y el compromiso necesarios para hacer frente a esta lacra con garantías de éxito. La Comisión Nacional Antiviolencia es el órgano encargado desde hace más de una década de prevenir, perseguir y sancionar estas conductas. Pero sería absurdo contentarnos con lo que tenemos si funciona. Mucho más coherente es diseñar nuevos instrumentos y actuaciones para evitar lamentables manifestaciones racistas y xenófobas, que, a veces, se dan en nuestros estadios.
Por ello creamos, hace más de un año, el Observatorio contra el Racismo y la Xenofobia. Y el 18 de marzo pasado convoqué al mundo del fútbol en el Consejo Superior de Deportes para firmar un Protocolo de Actuaciones contra el Racismo, la Xenofobia y la Intolerancia, que fue suscrito por todos los actores relevantes del fútbol español. En él se establecen 31 medidas, agrupadas en los niveles de prevención, localización y control de los autores de estas manifestaciones, así como de represión y sanción de los incidentes racistas, xenófobos e intolerantes en el fútbol.
Es el momento de valorar la eficacia de estas medidas y de articular nuevas actuaciones en función de las circunstancias que se están produciendo, como la modificación de la Ley del Deporte que el Gobierno presentará próximamente. La reforma prevista actualizará las tipificaciones de este tipo de conductas, agravando las sanciones existentes en la actualidad e incluyendo los comportamientos individuales de signo racista como actos sancionables en el derecho deportivo.
En nuestra mano está, pues, impedir que el insulto, pero también la falta de respeto a un adversario por el color de su piel, se convierta en un hecho habitual, visto con normalidad por niños y adolescentes, según una lógica tan inaceptable como antideportiva, basada en la consideración de que con tal de ganar e intimidar al adversario todo vale. La falta de respeto puede ser tan agresiva e hiriente como un insulto directo. No cabe justificar o banalizar estos graves comportamientos. No vale mirar hacia otro lado, ni afirmar que estos hechos suceden también en otros países.
Si son las aficiones quienes, principalmente, crean el ambiente, el colorido y la pasión dentro y fuera de los estadios, que hacen del fútbol algo único, también han de ser protagonistas a la hora de aislar, identificar y erradicar la amenaza que comporta ser tolerantes ante la reiteración de actitudes racistas y xenófobas en el fútbol español. Si las manifestaciones de racismo se consideran un hecho anecdótico, si cuando estalla el acomplejado odio de que se alimenta miramos para otro lado, quien terminará perdiendo es el fútbol, nuestro club y la afición en que ambos se sustentan. Ningún comportamiento racista puede quedar impune. Cualquiera de sus manifestaciones ha de tener cumplida respuesta y la más urgente es ponernos siempre en la piel del otro, del humillado y ofendido por el insulto. El racismo constituye una grave amenaza que, más allá de lo estrictamente deportivo, nos obliga a pensar de manera global, pero con el coraje necesario para enfrentarnos y actuar contra él localmente.
Pensando estos días la mejor manera de hacer frente a la lacra del racismo, he recordado la figura ejemplar de don Santiago Ramón y Cajal. Precisamente este año se conmemora el centenario de la obtención del Premio Nobel de Medicina por sus descubrimientos acerca de la individualidad histológica y funcional de las células nerviosas, así como de la transmisión neuronal.
En su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias, conocido como Tónicos de la voluntad, don Santiago aconseja que ante determinadas situaciones no nos engañen el optimismo y el buen deseo. Ante determinados hechos, decía, no podemos permitir que las enfermedades de la voluntad nos arrastren a la modorra, la dejadez y la abulia. Pues bien, lo mismo sucede con el racismo. Ante esta lacra todos estamos concernidos y ninguno puede, como aconsejaba don Santiago, ser diletante o contemplador, mirar para otro lado o disimular cuando el racismo estalla a nuestro lado en forma de grito insultante y bárbaro.
Jaime Lissavetzky es secretario de Estado para el Deporte.
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