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CONTRASEÑA | Martí Boada

La guerra de los pájaros

"Estoy a 39 de fiebre", dice el naturalista con voz de ultratumba a través del teléfono. ¿Gripe aviar? "Ja, ja. No, no. Otro virus". Transformamos la cita en un encuentro telefónico entre Barcelona y Sant Celoni: aún no se ha demostrado que los virus invadan las conexiones telefónicas, menos mal. Hace años que le conozco, le imagino arrebujado en una manta como un oso de peluche, rodeado de libros y el ordenador a mano. "No es mi mejor día", advierte. Los virus siempre son un reto. Y un misterio. Que la muerte de una gallina en Vietnam tenga que ver con la enfermedad de un pato francés acarrea toneladas de suspense. ¿Ciencia o fantasía? Allá vamos.

"La experiencia acumulada en lo de la gripe aviar muestra, por el momento, que la naturaleza gana. Somos unos primates vulnerables, inmersos en el síndrome de autosuficiencia excesiva de principios del milenio". La especie humana no puede controlar lo natural, ni impedir las migraciones de los pájaros: huyen del frío o del calor, buscan comida. Esa es su ley. Una ley conocida, "en España la ornitología se ha profesionalizado mucho; sabemos menos de la genética". Hay gripes víricas transmitidas por aves descritas desde el siglo XIX. Pero el planeta se ha hecho pequeño, el hombre también vuela y los virus son globales.

Hombres y pájaros se aman y se odian, se temen y se necesitan, se controlan y se vigilan mutuamente desde hace siglos. "Las aves son un termómetro de lo que sucede en el territorio. Sus movimientos tienen gran capacidad de seducción, cuando algo se altera en la naturaleza ellas dan la alarma". O se convierten en amenaza terrorífica, como las vio Hitchcock en su película Los pájaros. ¿Así las vemos ahora? "La película generó verdaderas neurosis. Las aves tienen una estructura arcaica, extraña, visten plumas... Nos quedan muchas cosas por saber".

Él sabe de pájaros, como de la naturaleza, por experiencia propia. Nacido en una familia de leñadores conoce los ciclos naturales y la batalla del hombre con el medio ambiente en carne propia. Curioso, estudia sociología, química, geografía, se doctora en Ciencias Ambientales. Discípulo de Ramon Margalef, entre otros, funda en 1978 una Escuela de la naturaleza en el Montseny: fue su primer laboratorio. Hoy dirige un equipo de 25 investigadores en la Universidad Autónoma, de donde es profesor: cambio ambiental global, bioinvasión, erosión económica, sostenibilidad, forman parte de su vocabulario normal, pero se le entiende a la perfección.

Da clase de Paisaje en la Escuela de Arquitectura: "Explico una metodología para poner en valor el territorio. Es increíble cómo se desconocen los ciclos naturales: nos regimos por ciclos políticos y económicos". El choque entre lo natural y lo demás parece inevitable. "Vivimos una gran tensión entre la naturaleza y la sociedad: desde los años cincuenta hasta ahora casi se ha triplicado la población del mundo. Si se aplicara el principio de igualdad y todos los habitantes consumieran de media las 30.000 kilocalorías como en los países más desarrollados... el barco se hundiría". Ha investigado esto más allá del Montseny: en México, Suráfrica, Estados Unidos, hasta en Siberia. Sus trabajos han recibido varios premios: el Roll of Honour de Naciones Unidas, el Pulitzer de los naturalistas (1995), y el premio Nacional de Medio Ambiente (2004). Él, campechano impenitente, divulgador próximo, con más de 50 libros escritos, sigue con una curiosidad a prueba de cualquier sorpresa.

Pronto va ir a la Antártida para comprobar el deshielo. Lo suyo es ver y tocar. "Trabajo con un método que situamos en la posnormalidad. Además de la pura ciencia nos interesamos por otro tipo de saberes y fuentes directas, abordamos muy directamente a los antagonistas de la hipótesis: se trata de obtener una dimensión social que complemente lo puramente científico y amplíe el conocimiento". También la ciencia está en transformación. "La gripe aviar es otro síntoma de que no vamos bien en nuestro encuentro con la naturaleza. La especie humana debe conocer sus límites y, así, dar la vuelta a la situación. Soy optimista, lo contrario es el efecto kriptonyta: la información fatalista te desactiva intelectualmente".

Por si acaso, advierte que no se toquen ni pájaros, ni gatos o perros muertos, sino que se avise inmediatamente a las autoridades veterinarias. Dejamos para otro día hablar de las palomas, las cotorras y las gaviotas que invaden Barcelona.

PERFIL

De 57 años, ha vivido siempre en la falda del Montseny. Allí tuvo su primer laboratorio. Hoy dirige a 25 investigadores en la Universidad Autónoma. "La especie humana no conoce sus límites en su relación con la naturaleza: la gripe aviar es síntoma de que no vamos bien". Pero él es optimista vocacional.

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