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Columna
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Por tierra, mar y aire

Está el territorio éste donde me ha tocado pacer, revolucionado. No, no sólo por eso, sino por lo otro, o sea lo de ir y venir y llevar y traer, porque anda en cuestión la reforma del aeropuerto de Pasajes y del puerto de Fuenterrabía. O viceversa. Según parece, el puerto de Pasajes o Pasaia no es ya más que un calcetín. Lo ha dicho el lehendakari. Aquel legendario refugio marítimo que a lo largo de los siglos ocasionó disputas sin cuento entre San Sebastián y Rentería porque era fuente de suculentos ingresos ya no vale y por eso hay que darle la vuelta como a los calcetines, pero ¿será para dejar lo sucio fuera o dentro?

De creer al lehendakari habría que dejarlo fuera a fin de que lo de dentro, que ya está deteriorado, pueda quedar como La Concha de Donostia, pero con fábricas. Por lo que no va a transformarse en el lugar idílico que pretenden, dado que las bahías de ensueño compaginan mal con la industria. A cambio, lo de fuera, o sea el monte Jaizkibel, que cuenta con su riqueza paisajística y biológica y sus bífidus activos, quedará hecho unos zorros cuando le coloquen el puerto exterior delante y lo taladren con un túnel. Pues bien, a esto es a lo que el lehendakari de todos nosotros, pero más de algunos, llama desarrollo sostenible. Lo ha dicho: Pasaia y el corredor de Jaizkibel se convertirán "en un auténtico ejemplo de desarrollo sostenible y de intermodalidad del transporte". Toma.

¿Y qué hay del aeropuerto de Fuenterrabía u Hondarribia? Pues lo mismo, pero con un poco más de lío. Quiero decir que también se buscan la sostenibilidad y la intermodalidad, aunque las dificultades se sitúan en esferas de más altos vuelos, como cabía esperar de lo relacionado con los aviones. En efecto, mientras la salvaguardia del enclave natural de Jaizkibel parece interesar únicamente a un puñado de ecologistas y montañeros, la cuestión del aeropuerto se juega a bandas más copetudas. El proyecto de Fomento, ideado cuando gobernaba el PP, mereció la repulsa de los vecinos y de las instituciones vascas concernidas -Ayuntamientos de Hondarribia e Irún y Diputación Foral- debido a que afectaba a unos vecinos que debían de haberle cogido tanto gusto al ruido que contemplaban como un crimen irse a vivir a otra parte. Ahora bien, héteme aquí que de repente se ha visto que aquella solución tan fundamentalmente contestataria contra el poder central como poco ecuánime -primaba el bienestar de un puñado frente al de una mayoría mayor- iba a recortar tanto las posibilidades del aeropuerto que la Diputación ha vuelto sobre su decisión y plantea una ampliación, aunque menor que la que propuso Fomento. El nuevo enfoque ha vuelto a ser criticado tanto por los vecinos como por los ayuntamientos concernidos, que no le ven la gracia a lo de la sostenibilidad e intermodalidad y quieren que la pista se quede como está.

Para complicar más la cosa se ha metido en el jaleo AENA, ese organismo del volar, que pone alguna pega ambiental a la ampliación propuesta por la Diputación y, sobre todo, quiere que prime la seguridad, por lo que dicen que habría que recortar la pista operativa actual, cosa que nadie ve con buenos ojos porque mermaría aún más la ya de por sí exigua capacidad del aeropuerto. A falta de que se pueda construir una pista de goma que contente a todo el mundo, pienso que se pueden solucionar los problemas del aeropuerto de Fuenterrabía y del puerto de Pasajes de una tacada. Bastaría con anclar un portaviones lejos de la vista y trasportar por un tubo submarino la chatarra y otras mercaderías, mientras se trasladaba a tierra en batel a los usuarios de los aviones, aunque sólo fuera para resucitar a las míticas, independientes y batalladoras bateleras de Pasajes.

Francia tiene por ahí uno, el Clemenceau, que quiere desguazar. Pero como al menos cumple el requisito que pedía Gila, flota, podríamos comprarlo por cuatro perras (y perros) y destinarlo a un uso tan noble. No sé por qué las instituciones se empeñan en ver problemas donde no los hay.

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