Democracia y víctimas
Si hablara del terrorismo podría referirme a la incapacidad para asesinar de ETA, gracias a la política antiterrorista que le está impidiendo hacerlo materialmente y que ha desarbolado su discurso violento, aunque pese a ello sigue siendo temible y asesina. También podría referirme a la necesidad de atención permanente hacia el colectivo de sus víctimas, más ahora que se están marcando los criterios de sus necesidades mediante el Alto Comisionado. Sería lógico hablar de la indudable necesidad de la unidad de todos los partidos democráticos contra el terror y el apoyo indiscutido a la política antiterrorista y a quién tiene el deber y el derecho de conducirla, el Gobierno.
Pero yo quiero hablar de las posibles futuras víctimas del terrorismo, esas víctimas que aún no tienen nombre, pero quizá ya lleven el mío o el suyo, amigo lector. Yo quiero hablar de mi derecho como posible víctima del terrorismo a que mi opinión no quede encubierta por la de las víctimas de ayer. Para ellas todo el apoyo del mundo, todos los medios del Estado, pero no el derecho a que prevalezca su voz sobre la de la mayoría democrática, porque eso también sería una victoria de la intolerancia sobre la democracia. Que su voz sea oída por todos, sí. Que sus palabras decidan, no. No tienen ese derecho, ni nadie se lo puede dar en una democracia.
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