Pájaros asesinos
La gente empezaba a mirar al cielo con otros ojos, parecidos a los de los personajes de aquel cuento siniestro de Daphne de Maurier con el que Alfred Hitchcock hizo la película Los pájaros y que, cuando uno ya conoce la historia, da miedo desde la primera línea: "El día tres de diciembre el viento cambió de pronto". Diez palabras de aspecto inofensivo que, sin embargo, llevan dentro una amenaza: más o menos la misma que todos empezamos a ver en cualquier bicho con alas que se ponga a tiro cuando leemos esas extrañas expresiones como sacadas del diccionario del diablo y llenas de timbres y banderas rojas, que han tomado los titulares de los periódicos como una plaga: pandemia, aviar, H5N1... Mala cosa.
Como todo hijo de vecino, Juan Urbano empezaba a mirar de reojo las pollerías, las plazas con palomas y a los gorriones posados en el tendido eléctrico, por no hablar ya del McPollo de las hamburgueserías; de las pechugas villeroy, en cuya bechamel parece ocultarse ahora un veneno mortal; de las codornices estofadas, la gallina en pepitoria o del pollo con almendras de los restaurantes chinos... Dios, están por todos lados y son un auténtico ejército, lo mismo que en el relato de Daphne de Maurier, con la única diferencia de que allí los pájaros estaban vivos y aquí están muertos, pero y qué. Juan sintió una feroz punzada en el estómago, igual que si una perdiz en escabeche se comiera lentamente su hígado. Qué momento dramático, cuando uno deja de ser el comensal para convertirse en el menú.
Y es que, además, la sombra de los pájaros ya había caído sobre Madrid, tras dejarse ver en otros lugares de España; primero fueron dos garzas en La Rioja: imagínense, ni más ni menos que garzas, esos parientes cercanos de los signos de interrogación de los que Neruda dijo que tenían "cuerpo de nieve pescadora"; luego fue un pato en Navarra; después se recogió a tres cigüeñas y veinte palomas muertas en la provincia de León, a dos tordos en el Delta del Llobregat y, finalmente, cayeron aquí al lado, en Móstoles, un pájaro carpintero y un mirlo. Es verdad que el Centro Nacional de Referencia Veterinaria de Algete ha determinado que esos dos bichos no eran portadores del temible virus, ni tampoco los otros cincuenta analizados desde finales de 2005 hasta ahora, y que la ministra de Agricultura repite una y otra vez que, de momento, no hay que preocuparse; pero también es verdad que nos han avisado de que, a partir de ahora, cada vez que nos encontremos un cadáver con alas es obligatorio avisar a la Policía Municipal. No hay que preocuparse, pero hay que llamar al 092. Uy, uy, uy.
Juan Urbano se acordó de haber leído que en los tiempos de la Guerra Civil los madrileños llamaban "pavas" a los aviones fascistas que atacaban la ciudad y, poniéndose un poco melodramático, se preguntó si con eso del H5N1, que al fin y al cabo también parece el nombre de un bombardero, la cosa llegaría hasta un punto en que habría que mirar hacia arriba del mismo modo en que lo hacían aquellos seres atemorizados por los criminales. Después, se puso a pensar en la forma en que el temor cambia primero la mirada y después las costumbres de la gente. Mientras caminaba por la plaza de Ramales o la de Santa Ana se fijó en el modo en que muchos peatones desconfiaban de las palomas; cuando llegó al barrio de Argüelles, vio algunos puestos del mercado de la calle Altamirano vacíos y al entrar en una cafetería escuchó conversaciones en las que quedaba demostrado que ya corrían por la ciudad los clásicos mitos urbanos: no hay que comer huevos, no hay que ir ni en broma al Zoológico, cuidado con los excrementos de los pájaros... ¿Tendrá algo que ver con eso que éste sea el mismo país en el que las autoridades dijeron que el aceite de colza no era nocivo para la salud y luego murieron, según las cifras más pesimistas, mil doscientas personas? Claro, es que los recuerdos también son migratorios, como las aves, y siempre están cambiando del pasado al futuro. Neruda le llama a los pájaros migratorios "escuadrón de plumas", "flechas del mar" que buscan "victorias triangulares. A veces, recordar un poema también puede dar miedo.
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