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CANTO

Sangre ardiente

El segundo concierto de la gira de Cecilia Bartoli por España ha redimido de alguno de sus pecados al Teatro Real, pues la mezzoprano romana ha levantado las aclamaciones más intensas de la reciente historia del coliseo madrileño después de su reapertura como teatro de ópera. Como hace tres días en Valladolid, la cantante italiana se ha entregado a fondo y, aunque las dos actuaciones han tenido sus puntos de diferencia -dos garbanzos nunca son iguales, como demostró artísticamente Luis Buñuel en la película Tristana-, lo cierto es que en esta ocasión las comparaciones son secundarias y lo que prevalece son otro tipo de consideraciones.

Está ya muy lejos Cecilia Bartoli de aquella ragazzina que cantaba en abril de 1991 en el Liceo de Barcelona el personaje de Rosina de El barbero de Sevilla, mientras su mamá hacía de Berta. La cantante, que saltó a la fama con un aria de esta ópera en un concurso televisivo, y cuyos primeros éxitos fueron mozartianos y rossinianos, se ha ido decantando en los últimos años por el repertorio barroco y por un tipo de espectáculo que explora en repertorios no trillados. En la ópera aparece a cuentagotas y siempre con directores de primera fila -Rattle, Harnoncourt, Barenboim-. En los últimos años, Cecilia Bartoli ha completado programas dedicados a músicos como Vivaldi, Gluck o Salieri, pongamos por caso, siempre bien asesorada musicológicamente, y con un quinto sentido comercial que convierte en oro todo lo que toca. El último producto artístico ha sido esta exploración en la ópera prohibida por el Vaticano en los primeros años del XVIII, que propició el desarrollo de la cantata dramática con predominio de la alegoría o el oratorio bíblico, pero que en modo alguno anuló la perspectiva operística de la música a su servicio. Dos claros ejemplos son las obras El triunfo del tiempo y el desengaño o La resurrección, algunos de cuyos fragmentos Bartoli incluye en el programa de esta gira.

Cecilia Bartoli

Opera proibita. Obras de Alessandro Scarlatti, Antonio Caldara y Georg Friedrich Händel. Orquesta Barroca de Friburgo. Concertino y directora: Petra Müllejans. Teatro Real, 17 de febrero.

Por Madrid, Cecilia Bartoli ha pasado como un huracán. No solamente canta, y muy bien, tanto en los terrenos pirotécnicos como en el hermoso melodísimo barroco, sino que es una intérprete que posee una fabulosa capacidad de comunicación con el público. Desprende alegría a raudales, vibra con sus músicos, sonríe con "dulce simpatía", camina con garbo, y tiene una manera de estar que invita a la proximidad. Cecilia enamora en escena. Tiene "sangre ardiente", como el título de una de las canciones de Scarlatti que interpreta. La dosificación del número de actuaciones de la cantante -a Carlos Francino le dijo en la SER que 50 al año son muchísimas y que para cantar bien hay que vivir la vida- le permite llegar a tope a cada recital, sin necesidad de reservarse. Un programa como el del Real es una prueba. Tuvo hasta 17 intervenciones vocales, contando las cuatro propinas. Su generosidad es evidente. La Orquesta Barroca de Friburgo, no siempre impoluta, está muy identificada con la cantante, a la que favorecen los sonidos de época por cuestiones de estilo y dado que su voz, magníficamente equilibrada en todos los registros, no es excesivamente voluminosa. El concierto de Cecilia Bartoli es un acontecimiento para la lírica en España y hace reflexionar sobre los divos del siglo XXI. Hace felices a los espectadores y da beneficios a los empresarios, en plena crisis del sector discográfico. Y todo ello con un repertorio nada comercial.

Cecilia Bartoli y la Orquesta Barroca de Friburgo, ayer en el Teatro Real
Cecilia Bartoli y la Orquesta Barroca de Friburgo, ayer en el Teatro RealTEATRO REAL

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