Violencia eficaz
Delante de mí, en mi cuarto de estar, el jeque Omar Bakri Mohamed dice que el dibujante danés que insultó al profeta debe ser juzgado en un tribunal islámico, y que entonces "será ejecutado de acuerdo con las leyes islámicas". Es evidente que el clérigo islámico de origen sirio no está en mi cuarto de estar; está en una pantalla de televisión, en directo desde Beirut, donde los manifestantes acaban de destrozar la embajada danesa, un suceso que no hace que la amenaza de muerte parezca mucho menos amenazadora. Imagínense cómo deben de sentirse los dibujantes daneses.
Durante siglos ha habido una norma que regía la coexistencia de las civilizaciones. "Cuando estés en Roma, haz como los romanos". La globalización ha acabado con esa norma. Con las migraciones de masas, las personas y sus culturas están mezcladas físicamente. Roma ya no es sólo Roma; es también Túnez, El Cairo y Tirana. Birmingham es también Cachemira y el Punjab, mientras que Londres es el mundo entero. Gracias a los medios de comunicación de ámbito mundial, ya no hay nada que sea una ofensa local, una intimidación local. Todo puede llegar a todos. Las culturas rivalizan para difundir sus normas en todo el mundo: George W. Bush propugna la democracia de estilo occidental, el papa Benedicto XVI el catolicismo, Omar Bakri Mohamed la sharía.
El resultado menos malo será un compromiso entre el derecho a la libertad de expresión y la necesidad de contención voluntaria en un mundo tan mezclado
El peligro es que estemos ante el comienzo de una espiral, en la que los extremistas musulmanes den alas a los extremistas antimusulmanes
Ésta no es una guerra, y Occidente no va a ganarla ni a perderla. Es un debate interno del islam y de Europa, donde viven ya millones de musulmanes
¿Cómo debemos vivir en este nuevo mundo? ¿Cómo podemos mantenernos libres en él? Como la mayoría de mis amigos, he pasado la última semana dándole vueltas a esta cuestión. Tenemos la sensación de que éste es un momento trascendental para todos los que vivimos en Europa. Y sabemos que no existe una respuesta sencilla. El resultado menos malo será un doloroso compromiso entre el derecho universal a la libertad de expresión -el oxígeno de todas las demás libertades- y la necesidad de contención voluntaria en un mundo tan mezclado.
Respuesta injustificada
Hay una cosa, no obstante, de la que estoy muy seguro: la violencia -o la amenaza explícita de violencia- como la que hemos presenciado en los últimos días es una respuesta totalmente injustificada a la publicación de unas palabras o unas imágenes. Eso es lo primero que hay que dejar claro. Me ha entristecido ver a políticos y comentaristas británicos, sobre todo de izquierdas, que dudaban un largo instante antes de decirlo, o que consideraban necesario decir antes otras cosas. Me entristeció -aunque no me sorprendió- la débil reacción de la UE ante el asalto criminal a la embajada danesa en Siria que, al parecer, fue permitido, o incluso alentado, por el régimen gobernante. Deberíamos haber dicho: cuando quemáis la bandera danesa, quemáis nuestra bandera. ¿Por qué no retiraron inmediatamente a todos los embajadores de la UE en Damasco en señal de protesta?
La violencia o la amenaza explícita de violencia -como la expresada por los manifestantes de Londres en los carteles que decían decapitemos a quienes insultan al islam- es moralmente injustificable y acarrea, con razón, el riesgo de acción judicial. Está bien que a Abu Hamza, el demagogo cargado de odio que solía hablar en la mezquita londinense de Finsbury Park, se le haya condenado por el delito de incitación al asesinato. Los dibujos daneses eran ofensivos, quizá incluso insultantes -y, tras reflexionar, a mí no me pareció bien que los volvieran a publicar varios periódicos europeos-, pero no representaban un peligro para ningún grupo ni individuo concreto. No se pueden comparar, en absoluto, con el hecho de amenazar de muerte a unos dibujantes o el incendio de una embajada, en el que murieron varias personas. Y que no nos digan esas viejas tonterías de la violencia estructural o la "tolerancia represiva".
Ésta ha sido una violencia injustificada y criminal, pero quizá ha sido también eficaz. Una forma de ver la discreción de la que han hecho gala los medios de comunicación británicos en los últimos días es decir que han sido responsables, pragmáticos, sensibles al hecho multicultural, etcétera. Pero también podría decirse que les daba terror que les incendiaran sus oficinas. ¿Ha sido un caso de prudencia con una pizca de miedo, o, más bien, miedo disfrazado de prudencia? A lo largo de toda la historia, la violencia se ha salido muchas veces con la suya, pero la batalla de la civilización contra la barbarie consiste en garantizar que no sea así.
Con todo, lo que sigue sin respuesta es esta pregunta: ¿cómo lograr el equilibrio entre la libertad de expresión y el mutuo respeto en este mundo mezclado, en el que la comunicación instantánea es, a la vez, una bendición y una maldición? No debemos responder al fuego con fuego ni a las amenazas con amenazas. El peligro, en este momento crucial, es que estemos ante el comienzo de una espiral perversa, en la que los extremistas musulmanes den alas a los extremistas antimusulmanes como Nick Griffin, del Partido Nacional Británico, de extrema derecha -y cómo me gustaría que le hubieran condenado un par de días antes que a Abu Hamza-, cuyo lenguaje violento, a su vez, empujará cada vez a más musulmanes moderados hacia los yihadistas, y así sucesivamente. Sin embargo, no estoy de acuerdo con un artículo publicado recientemente en The Guardian que decía que la BBC hacía mal en emitir una larga entrevista con Omar Bakri Muhamad.
Contraste de voces
Al contrario, creo que los medios británicos han hecho exactamente lo que tenían que hacer al dejarnos oír las voces de los extremistas musulmanes y contrastarlas con otras voces musulmanas moderadas y razonables y con otras no musulmanas. En el programa Newsnight, de la BBC, hubo un apasionante debate en el que dos mujeres musulmanas británicas discutieron tranquilamente con el extremista Anjem Choudary, del grupúsculo de Al Ghuraba, que despotricó e hizo demagogia con un estilo y un acento también inequívocamente británicos. Es decir, el programa fue una plataforma civilizada en la que unos musulmanes podían discutir con otros. Los periodistas se apresuran a escribir sobre la ira musulmana que barre el mundo, pero muchos musulmanes británicos están tan furiosos con los provocadores yihadistas como con los dibujantes daneses.
La tentación en la que están cayendo demasiados es considerar que nos encontramos ante un enfrentamiento crucial entre el islam y Europa, o el islam y Occidente (aunque, por una vez, Estados Unidos está algo apartado de la línea de fuego). Los extremistas quieren situar el problema en esos términos, como en la pancarta que ondeaban frente a la embajada danesa en Londres: Europa es el cáncer, el islam es la respuesta. Pero la auténtica línea divisoria es la que separa a moderados y extremistas en ambos lados, a los hombres y mujeres partidarios de la razón y el diálogo -musulmanes o no musulmanes- y a los hombres y mujeres partidarios del odio y la violencia. Los medios -y no es la primera vez en la historia reciente- son más importantes que los fines. Es más, los medios que escoja cada uno decidirán dónde acaba.
Ésta no es una guerra, y Occidente no va a ganarla ni a perderla. Es un debate interno del islam y un debate interno de Europa, donde viven ya millones de musulmanes. Si la razón se impone al odio será porque la mayoría de los musulmanes británicos, franceses, alemanes, españoles, italianos, holandeses, daneses y europeos en general conseguirán dominar a sus minorías extremistas. Los europeos no musulmanes podemos ayudar a que sea así con nuestra política tanto exterior, respecto a Irak, Irán, Israel y Palestina, como interior, en los asuntos relacionados con la inmigración, la educación, el empleo, etcétera. También podemos contribuir demostrando sensibilidad cultural y capacidad de contención; pero lo que no podemos hacer es ceder en los principios de una sociedad libre. Ofrecer plataformas de discusión libre y civilizada para que los musulmanes europeos debatan entre sí, como han hecho los medios británicos durante la semana pasada, es uno de los mejores servicios que podemos prestar.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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