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EL ENREDO
Columna
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La risa de Dios

TRAS SU ELECCIÓN como papa, en una televisión de Francia caricaturizaron a Benedicto XVI vestido como un nazi y rebautizado como Adolf II. Hubo quejas, y el Consejo Superior de lo Audiovisual de Francia apercibió a la televisión, que solicitó disculpas. El incidente se disolvió. Más civilizado, imposible. Esas son las reglas. El problema de las caricaturas de Mahoma no radica en que el dibujo fuera de mala calidad o su mensaje injusto, islamofóbico o alto en calorías. El problema está en que alguien no acepte las reglas democráticas y decida que el dibujo es un crimen que se paga con sangre y fuego. Eso no es aceptable. Pero ¿ahí acaba el debate?

En estos días se afirma que en nuestras democracias el único límite a la libertad de expresión es la ley. Eso no es exacto. Hay más límites. Claro que los hay. Si lo sabremos en España, donde el humor que hacemos sobre el rey Juan Carlos I es de una amabilidad versallesca. Cada país tiene la historia que tiene, y nuestra democracia es treintañera. ¿Por qué en la televisión pública británica se satirizaba a la reina Isabel y aquí no? (¡Cómo que no! Aquí también satirizamos a la reina Isabel, si queremos). Los británicos nos llevan 500 años de ventaja en democracia. ¿Cuándo habrá en España una sátira cruel de la Monarquía? ¿El año que viene, dentro de diez, no será hasta don Felipe, llegará antes la República que la sátira de la Monarquía? Claro que hay límites a la libertad de expresión, y los límites no los marcan sólo las leyes. También los usos sociales, la tradición, el contexto o el deseo de comunicarse con mucha o poca gente. No es lo mismo hacer chistes en familia que ante millones de personas. Convivimos todos los días con límites, tácitamente aceptados, sobrentendidos, para no andar provocando incendios.

Gran Bretaña nos lleva 500 años de ventaja en democracia. ¿Cuándo habrá en España una sátira cruel de la Monarquía?

Consideramos natural que la sensibilidad cristiana, la nuestra, configure esos límites tácitos, y entendemos como una imposición la sensibilidad islámica, la de los otros. Y ya no son los otros. Están aquí, vivimos mezclados. Son recién llegados, pero están aquí. ¿Aceptamos su sensibilidad para conformar nuestros límites? ¿Cuánta sensibilidad, cuánto límite? ¿Les ignoramos como si no estuvieran y sólo aceptamos los límites que se ajusten a la tradición cristiana, amplios, cómodos, flexibles y familiares? Si nuestro cristianismo prohibiera la reproducción de imágenes de Cristo, ¿tendríamos como una regla elemental de convivencia no reproducir viñetas de Cristo, para no herir a conciudadanos nuestros? ¿Estaría ese límite incluido en las leyes, por tradición? El periódico danés que publicó las caricaturas de Mahoma quería experimentar con los límites, y desatendió las protestas de ciudadanos daneses de credo musulmán. Ciudadanos daneses. No fanáticos de la otra punta del hemisferio. Esos han llegado después, a sacar tajada.

La tolerancia cristiana es muy amplia, pero no siempre ha sido así. Tampoco podemos presumir tanto. Tal vez tengan razón quienes dicen que el mundo islámico va con 400 años de retraso, pero ¿qué son 400 años en la vida de Dios? Por supuesto, todo esto son preguntas para el caso de que salgamos de este lío y podamos seguir conviviendo. Si no salimos y nos matamos todos, pues una cosa menos en que pensar.

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