"Nunca pienso en mis enemigos"
El hombre más rápido del mundo no vive la sofisticada existencia que corresponde a las grandes estrellas del deporte. Es una tarde de invierno en Jamaica, donde el invierno significa poco. El día es agradable, perfecto para el atleta que hace las habituales series de entrenamiento en la University of Technology de Kingston. El atleta es Asafa Powell, un chicarrón que se mueve sin ninguna petulancia entre sus compañeros de entrenamiento. El lugar se denomina Centro de Alto Rendimiento, consideración que evidentemente resulta excesiva a la vista del escenario. La pista es de hierba y las instalaciones no recuerdan de ninguna manera los futuristas emplazamientos que acogen a los mejores atletas europeos y estadounidenses. Esto no es Colorado Springs y, desde luego, no se acerca ni de lejos a los centros especializados de España. Esto es Jamaica, la isla que ha producido los mejores velocistas por metro cuadrado. Atletas como Herb McKinley, Lennox Miller, Don Quarrie, Ben Johnson o Linford Christie nacieron en esta isla de 10.000 kilómetros cuadrados y 2,7 millones de habitantes. Sin embargo, la mayoría de los velocistas jamaicanos han perfilado su carrera fuera de la isla: unos en universidades estadounidenses, otros representando a Canadá o el Reino Unido. Asafa Powell, no. Ha decidido permanecer en Jamaica, donde es más que un héroe nacional. Es casi un dios. "No me muevo de aquí porque soy una persona muy arraigada a mi familia y mis amigos. Estoy feliz en este entorno. Salir de Jamaica era un riesgo que no estaba dispuesto a correr. Me espera mucho trabajo por delante y no quiero cambiar de forma de vida", dice Powell.
"Hay drogas por ahí, sin duda. No soy de los que niegan el problema del dopaje"
"No pienso moverme de Jamaica. Estoy feliz en mi entorno y salir sería un riesgo"
"La lesión me ha parado el ritmo. Quizá retome los 200 metros en un par de años. Ahora, a lo mío"
El pasado año, en Atenas, Powell batió el récord mundial de 100 metros: 9,77 segundos. La marca resulta todavía más valiosa porque borra los dos récords anteriores: el del estadounidense Tim Montgomery (9,78s) y el de Ben Johnson (9,79s). Los dos se dopaban. Los dos han sido actores principales en el estado de sospecha generalizada que planea sobre el atletismo. "Es verdad que a veces miro a mis rivales y me entran dudas. Pero siempre pienso lo mismo: 'voy a ganarte de todas maneras'. Hay drogas por ahí, sin duda. No soy de los que niegan el problema".
Powell, 23 años, regresó hace una semana a las pistas. Eligió una competición local para probarse. El pasado día 30 participó en una carrera de 400 metros. Nada del otro mundo: 48 segundos casi al trote. En julio de 2004 sufrió una lesión en los aductores que le retiró de la temporada. La recuperación ha sido lenta y complicada, pero Powell no ha perdido la confianza, ni su amabilidad. "Lo he pasado mal. Vi los Mundiales de atletismo por televisión y no logré volver a las pistas. Ahora sólo pienso en apartar la lesión de mi cabeza, mantenerme bien físicamente y regresar a mi mejor nivel", comenta. Su primer objetivo está cercano: en marzo competirá en los Juegos de la Commonwealth, que se disputarán en Melbourne (Australia).
Grande y potente -mide 1,89 y pesa 85 kilos-, Powell transmite, sin embargo, una sensación serena y elegante cuando corre. Es un caso de desarrollo tardío: "No me había interesado demasiado por el atletismo, ni por sus leyendas. Prefería jugar al fútbol". No destacó en las competiciones juveniles, a pesar de los excelentes antecedentes familiares. Donovan, uno de sus seis hermanos, fue un notable velocista en los años noventa. Elaine Fraser, una profesora de su colegio, atisbó en el joven Asafa algunas condiciones interesantes. Su despegue fue instantáneo. En los Mundiales de París no pasó desapercibido para los especialistas, aunque se le vio poco. Fue descalificado en los cuartos de final, en medio del alboroto que provocó el estadounidense Jonathan Drummond, despachado de la pista.
Un año después, se presentó como favorito en los Juegos de Atenas. Pero fracasó en la final. Terminó quinto. "Me pudo la presión. Tengo que admitirlo. Soy un atleta muy joven y no llegué mentalmente preparado a la final. Todos me veían ganador. Aquello me sirvió de lección. Aprendí de mis errores y regresé un año después a Atenas para resarcirme". Lo consiguió. En la pista de su gran decepción, obtuvo el éxito de su vida: en junio de 2004 batió el récord mundial de 100 metros. El impacto de su carrera fue enorme. Los estadounidenses, encabezados por Justin Gatlin, le desafiaron. La cita estaba señalada: los Mundiales de Helsinki. La lesión impidió a Powell enfrentarse a Gatlin, cuya exhibición en la final abrió un fragoroso debate. ¿Quién es mejor, Gatlin o Powell?
"No me preocupo de lo que haga Gatlin o los estadounidenses. Mi mente nunca está puesta en buscarme un enemigo a batir. Concentro todas mis energías en ganar carreras, sin importarme los nombres, ni su nacionalidad", añade Powell, que se dedicará exclusivamente a los 100 metros. "La lesión me ha parado el ritmo. Quizá retome los 200 metros en un par de años. Ahora, a lo mío". Lo dice con naturalidad. Si los velocistas se distinguen por su arrogancia, Asafa Powell es una excepción. Hijo de un reverendo protestante, su vida no ha sido ajena a las amaguras y las tragedias. Su hermano Michael murió en un tiroteo en 2002. Poco después fallecía Vaun, otro de sus hermanos. Porfundamente religioso, apasionado del gospel y el reggae, Powell se refugia en la música, como suele suceder en Jamaica, una isla fascinada por los ritmos de su músicos y la velocidad de sus sprinsters. La isla de Bob Marley y otro rey: Asafa Powell, que vuelve a las pistas.
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