_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La 'calidad' de la democracia

Con los últimos dimes y diretes sobre el nuevo Estatut, los políticos valencianos han dado un pésimo ejemplo a los ciudadanos: que de nada sirven los acuerdos firmados si en algún momento no convienen a quien los rubrica.

Si eso es malo en sí -aunque luego vuelva a olvidarse cuando se ponga de nuevo en escena y con algarabía el próximo acuerdo-, más grave resulta la argumentación dada por el dirigente socialista Toni Such. Según él, la pretensión de rebajar el listón electoral del 5 al 3% es para conseguir una democracia de "más calidad", de la que "no se excluya a nadie".

¿Quiere eso decir que la vigente es una democracia de "poca calidad"? ¿Depende la calidad de una democracia de dónde se establezca el baremo para entrar en el Parlamento?

A mí me resulta indiferente qué límite se ponga para conseguir una representación parlamentaria. Lo que me inquieta es la adjetivación de la democracia, el que la graduemos más o menos según se acomode a nuestras preferencias. Los fenecidos regímenes comunistas presumían de tener una "democracia popular". Franco calificó su dictadura como "democracia orgánica".

Éste no es el caso, pero si la democracia sólo consistiese en facilitar la presencia parlamentaria de todo el mundo, ¿por qué rebajar el listón representativo al 3% y no eliminarlo totalmente? Claro que, según esa regla, no sería nada democrático un país como el Reino Unido, con un sistema electoral mayoritario de pequeñas circunscripciones en el que, en teoría, un partido puede obtener el 49% de los votos y quedar fuera del Parlamento.

La pretensión del PSPV-PSOE de quitar del Estatut la barrera del 3% responde a sus cálculos electorales, en los que muy probablemente necesitaría la presencia del Bloc en Las Cortes Valencianas -se quedó fuera con el 4,8% en 2003- para con su apoyo quitarle el Gobierno autonómico al PP. Ya ven cómo son las cosas. Hace once años era justamente el partido del presidente Joan Lerma quien no quería rebajar el listón para que no sucediese lo que al final ocurrió: que Zaplana se aliara con la minoritaria Unió Valenciana en el famoso pacto del pollo, para así arrebatarle el poder.

No parece, pues, que los políticos tengan convicciones demasiado firmes. En el caso de nuestro nuevo Estatut, los socialistas necesitaban echar una buena dosis de acíbar sobre el PP, al que tratan de arrinconar en el conjunto de España como grupo político intransigente, aislado y al margen de los pactos mayoritarios. ¿Cómo puede compaginarse ese propósito, argumentaban los afines a Pepe Blanco, con una imagen dialogante y autonomista de Francisco Camps quien, para más inri, está capitalizando el acuerdo sobre el Estatut? Así que leña al mono, si se me permite esa vulgar expresión coloquial.

Al final, tendremos pues nuevo Estatut, habiendo dejado el PP más pelos en la gatera -concesiones en materias tributarias, judiciales y otras-, mientras que el PSPV-PSOE sólo traga -si no hay golpes amagados de última hora- con la innecesaria y repetitiva expresión de "idioma valenciano" al tiempo que queda como el partido dialogante frente a la intransigencia del PP.

¿Es ésta la democracia de "más calidad" que nos ofrecen nuestros políticos? Cuando la transición política del franquismo, ayunos como estábamos de hábitos democráticos, se presentó a las primeras elecciones libres una treintena de partidos, por lo que entonces Manuel Fraga Iribarne calificó como "sopa de letras". Con el tiempo, se ha ido clarificando el panorama y reduciéndose el número de partidos viables. ¿Es eso malo en sí? Ni lo es ni deja de serlo. En las democracias asentadas existen dos grandes opciones políticas: una, más social y progresista, y otra, más liberal y conservadora. Si acaso, hay partidos minoritarios de centro que sirven de gozne atemperador entre ambas posturas.

Lo diferencial -y grave- del caso español es que los partidos minoritarios y decisorios no responden al interés general sino al específico de un territorio concreto sin tener representación electoral en el resto. Sucede, por ejemplo, con Nafarroa Bai, presente en el Congreso con sólo 60.645 votantes. Ése va a ser el problema del futuro y no el del listón electoral. ¿Es lógico que el Gobierno de España dependa, no sólo de ERC, sino por ejemplo de un posible Partido Nacionalista Aranés o un sedicente Partido de Liberación de El Bierzo con un único parlamentario?

Cualquier día habrá que volver sobre el tema.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_