_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El predicador

"Buenas. Soy Johannes Rau. Usted me ha escrito...". Y su interlocutor en la otra punta del cable del teléfono se quedaba perplejo, porque quien le llamaba era el presidente de la República Federal, que solía contestar de su puño y letra las cartas que recibía de la ciudadanía; o se ponía en contacto telefónico con el remitente cuando le escaseaba el tiempo. En su larga vida política no fue nunca demasiado aficionado a los privilegios y ventajas de que disfrutan los cargos políticos: su chófer, mientras detentaba la más alta magistratura del Estado, relata que le producía admiración y animadversión a un tiempo la sana costumbre de respetar las señales de tráfico que tenía el presidente; eso originaba el nerviosismo correspondiente en el conductor oficial que podía verse parado delante de un semáforo en rojo o atrapado en un atasco, aunque raramente su pasajero llegaba tarde a una cita o reunión de trabajo. Esas actitudes y comportamientos del presidente Rau no eran una farsa, ni los trucos y artilugios populistas de algunos políticos a la caza del voto; eran la expresión de una convicción democrática fundamental: el apodado, de forma irónica unas veces y afectiva otras, Predicador de Wuppertal o Hermano Johannes creía en la igualdad y "llevaba siempre la sociedad civil en su corazón".

Y esas anécdotas que no son tales, y esas tiernas y cívicas palabras hacia un político al que todos situaron en el ala derecha de la socialdemocracia alemana, el SPD, aparecieron en medios de comunicación alternativos y verdes, un tanto alejados de la ideología política de Johannes Rau, a quien se llevó la parca esta semana, pero nos dejó al resto de los europeos su ejemplo como dirigente. La semblanza del que fuera presidente de la República Federal Alemana en esos medios de comunicación adquiere, además, un mayor valor: era conocida la reticencia de Rau a formar una coalición con los verdes y alternativos a mediados de los noventa, cuando los votantes de Renania del Norte-Westfalia no le dieron una cuarta mayoría absoluta y necesitaba socios para gobernar su Estado Federal, o autonómico como se dice por aquí.

Otras facetas, hitos o aspectos a considerar en la biografía del Hermano Johannes, a lo peor, carecen de interés por estos pagos, y no merecen la atención de nuestra clase política, autonómica o no. Son aspectos o hitos con los que el vecindario puede tropezar cualquier día en una enciclopedia o libro de historia reciente, tales como que Rau era la izquierda de la derecha y la derecha de la izquierda; que era un humanista cristiano con preocupaciones sociales, y que desde su más temprana juventud se identificó con la iglesia de los evangelios, minoritaria frente a la oficial, y no con el oficialismo religioso que no condenaba las leyes racistas de Nüremberg; que era, también en su juventud, un pacifista que propugnaba la neutralidad y el desarme de la vencida Alemania, para evitar muros y alambradas entre las gentes de su pueblo, postura minoritaria también en esa época; que fue concejal y alcalde de su pueblo antes de dirigir los destinos del land más poblado de su país, en el que tuvo que afrontar en los veinte largos años de su gobierno la crisis del carbón y del acero en la región del Rhur, llevar adelante una reconversión industrial y preocuparse por las nuevas tecnologías; que se murió ese otro día convencido y convenciendo de que la familia tenía un sentido, como lo tiene la cultura, los libros, la reconciliación histórica con los hebreos, y luchando verbalmente contra la desconexión entre la clase política y el resto de la población, algo al uso entre nosotros.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_