El emblema de una época
Si nos atenemos a las declaraciones que los directivos de Terra Mítica vienen efectuando ante la Justicia, no puede extrañar a nadie que el parque se encuentre en bancarrota. Estos señores debían cobrar unos sustanciosos sueldos por su trabajo, en consonancia con la categoría del puesto que ocupaban. Sobre esto, caben pocas dudas. Lo que resulta más difícil es saber en qué consistía exactamente su trabajo. De creer al pie de la letra sus palabras, la delegación de funciones en la empresa era tan extraordinaria que eran los capataces o los jefes de brigada quienes tomaban las decisiones. Cuando en una industria el mando se deja en manos de los capataces, no es difícil imaginar cómo acabará la cosa.
Naturalmente, todo lo que estos señores han manifestado no es más que una estrategia para quitarse los problemas de encima y salir indemnes de la situación. Al punto que han llegado las cosas, poco importa, sin embargo, que los directivos de Terra Mítica hagan estas u otras extravagantes declaraciones para librarse de la acción de la Justicia. Más allá del asunto de las facturas falsas, lo que la investigación deja al descubierto es una manera de gestionar los asuntos públicos. Ahora es cuando puede verse con claridad la tramoya de aquellos sueños que Eduardo Zaplana vendió de manera tan eficaz a los valencianos. No podríamos decir que, en el caso de Terra Mítica, los sueños hayan quedado en nada. Al contrario, se han materializado en esas formas tan apreciadas por los emprendedores que suelen ser la buena vida, las cuentas corrientes y los depósitos bancarios.
Pero el desastre de Terra Mítica no se puede entender si acudimos únicamente a la gestión de sus directivos. Es evidente que estos hombres no se preocuparon o no supieron realizar su trabajo. En algún caso, debemos dudar de su preparación profesional. Pero también es cierto que no se encontraban solos al frente del parque. Hubo personas, empresarios, industriales, representantes de esa sociedad civil concebida por Eduardo Zaplana, que refrendaron su actuación. No hace mucho, un pequeño hotelero benidormense, que arriesgó su dinero en el parque, publicó un artículo en el diario Información de Alicante. En un párrafo del escrito, este hombre hacía una reflexión del mayor interés para el tema que tratamos. Escribió: "En el Consejo de Terra Mítica hay grandes empresarios valencianos de éxito, que tienen doble rasero de medir; en sus empresas son rigurosos, de ahí su éxito. En el Parque son comprensivos, todo va fantástico, en sus empresas, si un directivo no alcanza los objetivos marcados, va a la calle, en Terra Mítica, a don Miguel Navarro, ex director general que dejó una deuda de 5.000 millones de pesetas, lo felicitaron puestos de pie".
Ahora, parece que ha llegado el momento de ver quién paga los platos rotos que estos directivos originaron con su gestión. El asunto ha llegado a un punto en que ya no puede esperar. Se habla, para hacer frente a las deudas, de una intervención de las cajas de ahorros, o de vender de los terrenos aledaños al parque. Tanto da. Pueden decir una cosa u otra, que eso no cambiará la cuestión. Y la cuestión es que el desastre de Terra Mítica, como el del Ivex, o el de la famosa Bienal de Valencia lo pagaremos -ya hemos comenzado a pagarlo- los valencianos. Pero no les quepa duda de que no lo haremos todos por igual. A unos, nos costará bastante más que a otros, como es natural.
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