Movilidad insostenible
Voy al trabajo diariamente en mi coche. Doce kilómetros de viaje: en 20 minutos, estoy. Luego, vuelta, igual.
He sabido que en el trayecto quemo un litro de gasóleo cada día. O sea, que cada día echo a la atmósfera dos kilos y medio de CO2. Con eso contribuyo al desastre del cambio climático. Cargo de conciencia me da. Por eso alguna que otra vez voy al trabajo en autobús (aunque me sale por varios euros, nada barato, y no me deja muy cerca del puesto). Tengo que subir luego una cuesta de un kilómetro. Bueno, hago ejercicio, viene bien.
Ayer fui otra vez al trabajo en bus. Con la satisfacción de saber que dejo el coche tranquilo, y un litro de gasóleo sin quemar.
A mitad de trayecto el autobús se llenó absolutamente. Íbamos como sardinas en lata. Oí la conversación de dos jóvenes a mi lado: "¡Dios, a ver si me saco el carné de conducir!".
Al llegar a mi parada bajé. Vi un caos circulatorio monumental en una rotonda próxima. Subí el kilómetro de cuesta hasta mi trabajo, sobre la acera solitaria (de hecho, sólo iba yo). Por la calzada bajaban vehículos y vehículos sin fin. Me fijé en ellos, observé, conté, hice una estadística rápida: de 65 coches, en 59 iba sólo el conductor. En seis iban dos personas. Más de dos personas, en ninguno.
Por la tarde se había convocado un foro a favor de la movilidad sostenible; para que los ciudadanos hiciéramos nuevas propuestas; pensar un poco en los problemas, idear soluciones posibles. ¿Participantes? No acudieron ni diez, en un pueblo de 14.000 almas. En aquel momento un tráfico inacabable pasaba por el puente.
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