El fin de la era Sharon
Ariel Sharon: un hombre de fuertes instintos, prepotente, guerrero, astuto y brillante, estratega, valiente y corrupto; un hombre cuyos movimientos por el mundo oscilaron entre la creación y la destrucción, e ignoraron abiertamente cualquier limitación, sea en el ámbito internacional como en el de la ley. Un hombre que sin duda se ha visto a sí mismo como alguien destinado a generar historia y no sólo a atenerse a las circunstancias históricas. Un hombre que una y otra vez ha promovido procesos políticos y militares de largo alcance, con el objetivo de cambiar por completo la realidad, a fin de adecuarla a su visión, y siempre actuando con determinación, y en ocasiones no sin brutalidad y sin reparar en los medios.
Pues bien: este hombre está ahora luchando por su vida. E incluso sus opositores más declarados sienten, junto a la esperanza de que se recupere, preocupación y miedo ante el enorme vacío que de pronto se ha abierto en el gobierno del país.
Y es que Sharon, en un corto periodo de tiempo, ha pasado de ser uno de los hombres más odiados por los israelíes a erigirse en un líder valorado, aceptado y querido por la mayoría de la población, en una especie de padre con autoridad al que seguir con los ojos cerrados. Es más: ya ni se le exigía que les dijera hacia dónde se dirigía y cuáles eran sus planes políticos y cuál la realidad que deseaba alcanzar para ellos. Nadie, ni siquiera sus ministros más allegados, sabían cuando le ingresaban en el hospital (a menos de 90 días de las próximas elecciones) si Sharon se proponía, tras ser reelegido, iniciar negociaciones de paz con los palestinos o si se disponía a llevar a cabo otra retirada unilateral de los territorios de Cisjordania.
En un sorprendente proceso por el que el ciudadano renuncia a su derecho a saber, los israelíes han preferido dejar su futuro en manos de Sharon, renunciar a ejercer su derecho a la crítica y a la información. Con el enorme apoyo que tenía su nuevo partido, la mayoría de la población israelí estaba diciendo algo así como: "Confiamos en que harás lo correcto y ni siquiera nos interesa conocer los detalles".
Sin duda, este proceso resulta enigmático, y quien resuelva este enigma dará con una parte esencial del espíritu israelí, con sus puntos fuertes y débiles, con los temores judíos más profundos a los que Sharon sabía alimentar de forma audaz a la vez que prometía apaciguarlos y acabar con ellos, y también descubrirá los anhelos de los israelíes por liberarse de la constante humillación típica del judío de la Diáspora, el judío débil, el gusano de Jacob, siempre a merced de la compasión de los otros.
Éstas son algunas de las frases grabadas en la conciencia israelí cuando se habla de Ariel Sharon y que sirven para perfilar un posible retrato de su persona (si bien su personalidad permite crear varios retratos y contradictorios entre sí). David ben Gurion, el mítico primer ministro de Israel, el primero de su historia, declaró en los años cincuenta acerca del joven, valiente y brillante oficial Ariel Sharon: "Si se liberase de su defecto de no decir la verdad, sería un militar ejemplar". Menajem Begin, primer ministro en los ochenta, dijo de él: "Sharon es capaz de concentrar tanques alrededor de la oficina del primer ministro". En los años cincuenta, época en la que Sharon influyó bastante en el modus operandi del Ejército israelí, era oficial en la unidad del comando 101 y era conocido por su conducta violenta, por su brutalidad hacia los árabes, tanto combatientes como civiles inocentes. Sus superiores (entre ellos, Moshé Dayán) advertían sin cesar de su desprecio hacia la vida humana, incluso la de sus propios soldados. Una y otra vez se frenaba su ascenso en la carrera militar a causa de las reservas y fuertes críticas que tenían los altos mandos hacia su manera de actuar.
En 1972 estaba a cargo del mando militar del sur y coordinó la operación de expulsión de habitantes de la franja de Gaza, con el fin de dejar lugar libre para levantar asentamientos. Decenas de miles de palestinos fueron expulsados entonces de sus casas con violencia y crueldad. Sus hogares fueron destruidos, y sus pozos, cegados. Fue ésa la época en que Sharon empezó a convertirse en el arquitecto y hacedor de la "empresa de los asentamientos".
Cuesta imaginarse el éxito de cientos de asentamientos a lo largo de los territorios ocupados sin el tesón, las dudosas formas de actuar y el entusiasmo ideológico de Sharon. También en su actividad política se encargó de destinar fondos del presupuesto de los organismos gubernamentales que dirigía a la construcción de asentamientos, y se preocupó de emplazarlos en lugares que implicasen romper el tejido social de la población palestina, y, en definitiva, hacer con ello más difícil cualquier acuerdo de paz estable.
Sharon, con una venda blanca manchada de sangre alrededor de su cabeza, es uno de los símbolos de la guerra de 1973, en la que estuvo al mando de la unidad que cruzó el canal de Suez, un hecho que tal vez implicase un giro en la guerra y la consiguiente victoria israelí. No obstante, su forma de combatir en esa guerra provocó duras críticas, hasta el punto de que el jefe de las Fuerzas Armadas consideró en dos ocasiones a lo largo de la guerra la posibilidad de cesarle a causa de la negativa de Sharon a obedecer las órdenes de sus superiores.
Después, Sharon pasó a la vida política. Siempre se opuso a cualquier iniciativa de negociación con los árabes. Votó en contra del acuerdo de paz con Egipto, criticó con dureza los acuerdos de Oslo e incluso se opuso al acuerdo de paz con Jordania. En 1982, cuando era ministro de Defensa, empujó al primer ministro de entonces, Menajem Begin, aprovechándose de la confianza de éste en él, a involucrarse en la guerra de Líbano, que acarreó miles de muertos en ambos lados y hundió al Ejército israelí en el fango libanés durante 18 años.
Su comportamiento durante la guerra de Líbano y su responsabilidad en la matanza que las milicias cristianas perpetraron en los campos palestinos de Sabra y Chatila hicieron que finalmente una comisión de investigación del Gobierno israelí le cesase como ministro de Defensa. Su presencia en la Explanada de las Mezquitas en el año 2000, en medio de unas relaciones especialmente tensas entre Israel y los palestinos, fue la cerilla que encendió el derramamiento de sangre que supuso la Intifada de Al Aqsa.
Pero, al poco tiempo de ser elegido primer ministro, se produjo un cambio que nadie hubiese esperado. En un determinado momento de su vida quizá Sharon llegara a la conclusión de que Israel, en esta fase del conflicto, no podría obtener ningún logro territorial o políticomás y que debía concentrarse en mantener lo que se había logrado hasta entonces. Podemos imaginar que cuando Sharon vio lo que estaba ocurriendo en Israel percibió los signos de una pérdida de rumbo, desesperación ante el prolongado conflicto, convertido ya en una especie de batalla campal en un callejón sin salida. La iniciativa de Ginebra, que proponía un borrador para una solución pacífica y que fue aceptada ampliamente por la sociedad israelí, unida a la crítica cada vez mayor que manifestaron antiguos jefes del Mosad y del Servicio de Seguridad Interior por el estancamiento político, hicieron que Sharon se embarcase en el más osado y sorprendente proyecto de su vida política, reconociera que la tierra debía dividirse entre los dos pueblos, aceptase que la ocupación no podía continuar, que los palestinos debían tener su propio Estado y que había que desmantelar los asentamientos de colonos en Gaza.
Y como todo paso crucial que ha dado Sharon, lo hizo con tenacidad y en ocasiones brutalidad, con una increíble sagacidad política, actuando de forma unilateral y mostrando un coraje personal y político encomiables.
¿Qué va a ocurrir ahora? Israel es una democracia, pero en estos momentos estamos siendo testigos de un fenómeno que recuerda lo que sucede en los países totalitarios ante la marcha del líder. Tan concentrado era el Gobierno de Sharon que parece que con su repentina marcha nadie podrá ocupar su lugar. La sensación que predomina es que, pese a que la gran mayoría de la sociedad israelí manifiesta una y otra vez en las encuestas su deseo de acabar con el conflicto con los palestinos y fijar por fin unas fronteras definitivas, no hay actualmente ningún líder como Sharon, capaz de dar los difíciles y dolorosos pasos necesarios para alcanzar la paz con el apoyo de la mayor parte de la sociedad.
Cuesta creer que un nuevo líder pueda llevar a cabo otra evacuación de asentamientos sin que Israel se vea inmerso en un sangriento conflicto interno, algo que no ocurrió en la anterior evacuación, en gran parte debido a que la mayoría de los ciudadanos israelíes acataron obedientemente la voluntad de Sharon.
¿Qué había en él que hacía que fuese tan querido por los israelíes? Sin duda, se debe a varios factores: su espléndido pasado militar (si bien, como ya se ha dicho, su comportamiento durante su carrera militar provocó fuertes críticas), su dureza con los árabes, su violenta actuación en su lucha contra ellos y, por último, su astucia, considerada un arma fundamental en la lucha de Israel por su propia existencia. En los últimos años, Sharon logró hacerse con un estatus casi sin precedentes -sólo Ben Gurion alcanzó un rango similar en los años cincuenta-: el de un líder incuestionable, maduro, sabio, que con los años ha pasado a integrar todas las fuerzas contradictorias y los más fuertes instintos que ha acumulado a lo largo de su vida; y que se ha convertido en una especie de monarca democrático, que irradia seguridad y que no se deja intimidar por ninguna amenaza y que confía sólo en sí mismo y su fuerza. Su aspecto físico, su enorme rancho en el Néguev, su relación profunda e instintiva con la tierra, el aire de noble campesino que emanaba de él, sus legendarias proezas como militar, todo eso les daba a los israelíes una sensación de fortaleza, seguridad, estabilidad; y también lo vinculaba históricamente con esos guerreros y héroes judíos del pasado. En más de una ocasión se comparó a Sharon con Bar Kojba y Judas Macabeo. Muchos de sus admiradores solían cantar en su honor a viva voz: "Arik, rey de Israel", emulando el conocido cántico judío que alaba a David, el rey bíblico. Incluso su sorprendente giro ideológico con respecto a los asentamientos y la ocupación fue visto por la mayoría de la sociedad como una evolución necesaria en un líder sensato y experimentado, y de esa forma legitimó el deseo oculto del pueblo que quizá necesitaba de la actuación de Sharon para comprender lo que realmente quería.
Resulta también muy interesante el cambio de imagen que experimentó Sharon en el mundo, sobre todo en Occidente. El hombre al que la prensa europea y americana detestaba, al que los líderes de muchos países se negaban a recibir, al que se comparó en los medios de comunicación europeos y árabes con el peor de los dictadores y genocidas, el hombre al que se demandaba en el Tribunal Internacional de La Haya por crímenes contra la humanidad, se convirtió en el último año, tras la retirada de Gaza, en una persona querida por los gobiernos, por la prensa y por la opinión pública de muchos países. No sólo George Bush lo consideró un modelo a imitar en tiempos de guerra, sino que incluso el presidente egipcio Mubarak lo alabó y proclamó que "sólo con Sharon es posible alcanzar la paz en Oriente Medio".
Israel se halla ahora ante una época difícil de inestabilidad política. No se puede saber quién va a ser el próximo líder, pero sin duda en estos momentos sí podemos lamentarnos de esta oportunidad perdida (o pospuesta por un tiempo indefinido), ya que se ha perdido la gran ocasión que había creado Sharon cuando encauzó a todo el país hacia la senda del fin de la ocupación. Y aunque lo hiciera ignorando a la parte palestina, debemos valorar su coraje y su firmeza al llevarlo a cabo, yendo totalmente en contra de su visión del mundo hasta entonces. Ahora sólo nos queda desear que se recupere y lamentarnos por el hecho de que, sólo cuando llegan a la vejez, los líderes israelíes se dan cuenta de la inutilidad de una solución a la fuerza y descubren que es necesario ceder y marchar por un doloroso pero inevitable camino para alcanzar la paz.
David Grossman es escritor israelí, autor, entre otros libros, de La muerte como forma de vida (Seix Barral). Traducción de Sonia de Pedro.
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