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Una llamada de auxilio para el año nuevo

Ariel Dorfman

Mi única certeza para el año 2006 es que toda predicción terminará siendo un disparate. Después de todo, si me hubieran pedido, a fines de 1905, que anticipara los acontecimientos del año siguiente, ¿podría acaso haber pronosticado el terremoto de San Francisco de 1906 o el sismo aún más devastador que sacudió a Ecuador unos meses antes? ¿O el tsunami que desoló Hong Kong? ¿O la erupción del Vesubio que sembró fuego y destrucción en Nápoles? ¿O los motines de negros en Atlanta exigiendo igualdad y los motines de obreros en Estocolmo exigiendo pan? Ni modo.

Esa familiar letanía de desastres me sugiere, sin embargo, que quizás una forma eficaz de vaticinar el futuro sea interrogar el espejo siamés del pasado, escudriñar el ano 1906 con alguna malicia para ver si nos sirve de guía para lo que podría suceder un siglo más tarde. En cuanto a las calamidades, por ejemplo, es probable que durante el ano 2006 no suframos el mismo número de aluviones o de mineros del carbón muriendo en explosiones gigantescas, pero hay, en cambio, excelentes posibilidades de acumular una gran variedad de nuevas y distintas catástrofes, peores que las de un siglo atrás, incluso más demoledoras que en el 2005 -si tomamos en cuenta el sobrecalentamiento del globo terráqueo y nuestra simultánea congelación intelectual-. Y en cuanto a la guerra, aquella desgracia que tan directa y estúpidamente fabrican los hombres, también puede profetizarse un incremento sustancial en sus estragos, nuevas alturas alcanzadas en el infinito arte de perfeccionar la matanza masiva. Otra vez más, 1906 nos entrega una clave, quizás irónica: en aquel momento el mundo celebró la hazaña del gran Santos Dumont, vitoreaba ese avión suyo que voló nada menos que 60 metros sin tocar el suelo; mientras que cien años más tarde la conquista de la gravedad tendrá una encarnación menos apacible, sirviendo más bien para cometer crímenes de guerra. No hay que ser un mago con una bola de cristal para advertir que hace tiempo que las naciones más poderosas del mundo prefieren las guerras que se practican a la distancia. Me atrevo a presagiar, entonces, que en el 2006 no vamos a presenciar otra ruinosa invasión de otro desafortunado país por fuerzas de tierra. Lo que se viene, creo yo, es una hecatombe apocalíptica lanzada desde el aire, con una caterva de aviones bombardeando aldeas y ciudades y praderas, engendrando más víctimas, más sobrevivientes, más terroristas potenciales, la muerte cayendo desde el cielo que fue tan limpio y travieso para Santos Dumont y sus congéneres.

¿Y la esperanza? Si escuchamos con atención, ¿no podremos acaso percibir algún susurro del pasado, algún aliento que nos manda ese año 1906? ¿No descubrieron aquellos hombres hace un siglo atrás un modelo de cómo enfrentar su propio incesante ciclo de desventura y violencia?

Fue, en efecto, en ese año de 1906 que nuestra especie decidió establecer una señal de auxilio que todos los habitantes del mundo, en tierra y por mar, podrían reconocer. Cualquiera que distinguiera Tres Puntos Tres Rayas Tres Puntos en una transmisión telegráfica Morse sabría con seguridad, superando las barreras del idioma, sobrepasando los escollos de la nacionalidad, que alguien estaba pidiendo ayuda, alguien estaba mandando un SOS, exigiendo la salvación, salven nuestro barco, salven nuestros cuerpos, nuestras almas están en peligro.

Tiene que haber una lección para nosotros en esa remota determinación de nuestros ancestros de hallar un modo universal de rescatar a quienes estaban perdidos y desesperados, hallar un código que el mundo entero podía entender y aceptar.

Como si de alguna manera supieran que cien años más tarde nosotros seríamos las almas en pena, nosotros seríamos los que urgentemente estamos tratando de inventar una señal nueva y diferente que todas las naciones y todos los seres humanos respeten en estos tiempos de naufragio, nosotros somos los que reclamamos una respuesta de la noche, pidiendo que venga alguien, que alguien ofrezca socorro a nuestra dañada humanidad en el año que marca el triste centenario del nacimiento de Adolf Eichmann.

Ariel Dorfman es escritor chileno.

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