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Columna
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Madrid sin noche

Vicente Molina Foix

Frente a una mayoría de ciudadanos, sobre todo si son turistas franceses o italianos, yo sostengo que Madrid es la ciudad con menos vida nocturna del mundo. Lo digo ahora, a conciencia de que en estos días sí la hay, pero sin mérito, pues la Navidad conlleva no sólo el turrón, las compras, la iluminación abstracta de Recoletos y las cenas de empresa; ¿qué va hacer la gente después de uno de esos ágapes sino tirarse a la calle, con la bolsa de las botellas de regalo compradas a bajo precio por el patrón y los horrendos pelucones rojos que quizá también se reparten en los negociados? Pasará el fin de año, vendrán los Reyes, y la ciudad volverá a su habitual apagamiento nocturno.

Quienes dicen que Madrid disfruta de una noche muy viva y divertida son los jóvenes clientes de los after hours, pero esto aún tiene menos mérito. Yo mismo me acuesto tarde, y hago en mi casa veladas de alta nocturnidad (sin alevosía últimamente).

No es eso, claro.

La noche la reanima el poder entrar en un restaurante de slow food a las 12 y cuarto, acabada la última sesión de los Alphaville, y no encontrar la desolación de unas sillas con las patas tiesas hacia arriba, como cadáveres de la nutrición. Cenar tarde, conversar sin disc-jockeys, tomarse un aguardiente sentado, ir por calles pobladas de otros seres noctívagos como tú: eso es la vida nocturna. Lo que Madrid tenía (algo más, por lo menos) hace años y tienen ahora, cuando nuestra capital lo ha perdido del todo, sitios tan poco escandalosos como Bruselas, Vilnius o Marsella.

Aunque está escrito hace casi cien años, hay un curioso poema de Manuel Machado, titulado precisamente Nocturno madrileño, que he leído estos días. En él, el hermano listo de Don Antonio expresa su afán de tener el alma llena de un cantar que asocia a nuestra ciudad: "Un cantar que habla/ de vicio y anemia,/ de sangre y de engaño, de miedo y de infamia,/ y siempre de penas", así como de "pálidas caras, de labios pintados/ y enormes ojeras". Un Madrid canalla que sólo en ciertos barrios extremos es posible hoy hallar, entre el pico y la goma.

El poema está reproducido en el catálogo de una excelente exposición, Luz de gas, abierta en la Sala de la Fundación Cultural Mapfre Vida hasta el próximo 15 de enero, donde el visitante verá no sólo una selección de cuadros magistrales, muchos no bien conocidos hasta hoy, sino podrá comprobar también la comparativa pobreza de la noche madrileña en la pintura.

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La exposición abarca, bajo el subtítulo de La noche y sus fantasmas en la pintura española, un muestra muy bien seleccionada que va desde 1880 a 1930, un tiempo más noctámbulo que el nuestro.

Sólo por ver el estremecedor lienzo de Viladrich titulado Mis funerales, o un Calvario de Rusiñol que viene desde el museo del Monasterio de Montserrat, merece la pena visitar las salas de Mapfre en Azca; de día, eso sí, pues la exposición no tiene visita golfa como algunos centros de arte de Roma o París (otra carencia más de la noche madrileña). Si el visitante no practica, como es de esperar, el boicot a lo catalán, tiene un disfrute asegurado con las numerosas obras de Modest Urgell y su hijo Ricard, Mir, Anglada-Camarasa, Nonell, Casas, y otros artistas del resto de España como Solana, Sorolla o Maeztu.

Aunque el motivo nocturno está recorrido en la muestra de modo amplio y ocurrente, fijándose también en lo que llamaríamos la "noche interior", hay espléndidos cuadros de noche urbana barcelonesa, donostiarra, bilbaína, y también de la luminosa 'night life' de Nueva York y la oscura mala vida parisina, firmados estos por, entre otros, Iturrino, Sunyer y Vázquez Díaz.

Sólo hay un cuadro, sin embargo, de Madrid: una preciosa vista de la Gran Vía pintada por el asturiano Piñolé en 1935. Muy poca noche, ya se ve, aunque pueda citarse, por cercanía, el fascinante 'Luz eléctrica en Castilla' de Regoyos, que da a sus cuatro figuras pueblerinas más misteriosa presencia de la que yo suelo ver en mis paseos tardíos por el centro de Madrid, ciudad donde -citando de nuevo el poema de Manuel Machado- sólo, y no siempre, se divisa "esa horrible cosa que cruza de noche/ las calles desiertas".

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