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Columna
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El espectro de la Navidad

Si se pasa al espíritu de la Navidad, sólo unos minutos, por el microondas o se lo hornea, con el relleno de frutos secos y carne picada, del pavo, a los postres de turrón y mazapán, se revelará su espectro. Ahora, el espíritu de la Navidad, bien deglutido e impregnado de bicarbonato, se ha hecho todo el circuito intestinal, y sus residuos han sido destinados por el esfínter a fertilizar las ilusiones, el precio del marisco y las vitrinas de púrpura del próximo año. Los estampidos de las botellas de cava son las salvas fúnebres del espíritu de la Navidad, que se desvanece en medio de unas burbujas de alcohol, de evocaciones y de hipocresía. Y poco después, la codicia contable ocupará nuevamente ese escenario, cedido a una clientela de ilusos, que crece y se reproduce en las grandes superficies resplandecientes de artículos e intrigas, donde se dejan la extraordinaria o todo el crédito de la tarjeta, a mayor gloria del mercado. En un espectáculo así, toma el relevo de la función el espectro de la Navidad. Ya no se trata de tocar la zambomba, sino de ponerse al día en materia de informática, moda y sumisión a las marcas de fábrica. El espectro de la Navidad es la metáfora de un Estado de bienestar en obras. Ni los evangelistas, ni los matemáticos, ni los filósofos, ni los políticos, ni los ciudadanos conocen o fingen no conocer dónde empieza el espíritu y dónde termina el espectro de la gran fiesta. Hasta que un día descubren que el mendigo que pide en la puerta de su oficina o en la esquina de su casa tiene la misma mirada de espanto que aquel Papa Noel sobre cuyas rodillas sentaron a sus hijos, para fotografiarlos, sobre un fondo iluminado de opulencia. Aquel Papa Noel, como tantos otros, cada madrugada, con un contrato eventual y algunas monedas de las propinas en sus bolsillos, se emborrachaba en la taberna del suburbio. Luego, ya en su chabola, se despojaba de la venerable barba, de la indumentaria y de la oronda barriga de almohadillas. Y una noche más, sonreía al contemplar tanta impostura asalariada en las miserias de su propio cuerpo. Estaba provisto de conciencia, pero nunca se atrevió a nombrar al culpable.

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