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Columna
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El maldito 'gordo'

Todos los años ocurre lo mismo. Aparte de la multitud de tentaciones, generalmente con marchamo oficial, para multiplicar nuestro peculio, sobrevive, con parecida fortaleza, el señuelo de la lotería de Navidad. Proporcionalmente, dicen los matemáticos, el sorteo es el menos generoso, pero la tradición puede con todo... hasta que un día se acaba. Los billetes, los décimos, las participaciones, suponen un sacrificio correlativo a la capacidad económica y la gente acude a este convite con similar devoción. Ha pasado el sorteo de este año repitiéndose, fatigosamente, la misma sosa y vulgar ceremonia que, distribuida generosamente por los medios de comunicación, es una repetición de la edición anterior. Ocurre que los premios grandes estén muy repartidos lo que, no se sabe por qué, confiere a este despojo cierto aire de justicia distributiva al suponerse que, en lugar de un millonario consolidado, hay un grupito de personas que no van a salir de pobres.

El fin primigenio, la justificación original era, por supuesto, la de aliviar de apuros a los menesterosos, la famosa justificación social. Hoy tiene más posibilidades el rico, pues en sus triunfos están, no sólo adquirir muchos números distintos sino que, cuando juega, lo hace en fuerte cantidad. Si gana, millones. Entre mis viejos recuerdos de reportero ocupaba un lugar destacado el sobrehumano trabajo que desarrollábamos el día del sorteo. Especialmente en Madrid, sede de la Administración de Loterías, la tarea comenzaba con las típicas entrevistas a quienes habían dormido ante la misma puerta de la Fortuna, en la mayoría de los casos para sacarse unas pesetillas vendiendo el puesto a los menos madrugadores. Se hablaba con los envarados funcionarios, con las loteras -generalmente mujeres viudas-, con los niños de San Ildefonso -que en aquellos tiempos eran huérfanos de servidores del Estado, pero hoy ha desaparecido aquella condición- y con los ganadores, de haberlos en la capital. Si no, exacerbado el ansia reporteril, con algún familiar que residiera en la Corte. En aquella carrera por la noticia valía todo. Yo mismo, arrastrado por la vorágine noticiosa, viví idéntica jornada febril que mis compañeros, sin recordar horarios, ni tiempo para despachar un pepito, aquellos bocadillos que encerraban en la barra de pan un trozo de carne asada. Si algunas vez supe por qué se llamaban así, lo he olvidado; era una denominación simpática.

Hoy, los medios de comunicación son de más variada y mejor calidad. La informática averigua, en unos segundos, el lugar donde han sido vendidos los números ganadores y la identidad de los agraciados. Salvo, claro, el caso, que ocurre periódicamente, de que sea imposible desvelar la identidad del tocado por la fortuna, en todas sus series. Pese a los denodados esfuerzos de los periodistas suele ocurrir de tanto en tanto. Otra cosa que siempre me llamó la atención era la contabilidad del Estado, cuando resulta, sistemáticamente, beneficiado por los premios que no se vendieron.

Es el que más gana, precisamente sin jugar. Cuestión pareja con el destino de los cientos de miles de euros que se capturan a los grandes delincuentes. Aparecen curiosamente apilados en las comisarías, junto con los demás integrantes del cuerpo del delito, pero la gente no suele saber dónde van a parar esas sumas, en qué cándido renglón de los presupuestos figuran. Parecida cosa con las fianzas millonarias que exige la justicia y no son devueltas. Recuerdo que, en uno de mis tropiezos editoriales con los juzgados, tuve que depositar cinco millones de pesetas, en su momento y para mí, cantidad respetable. Llevé -como exigido- el dinero en efectivo y seguí al oficial que había de depositarlo. Pasamos -en la plaza de Castilla- junto a la oficina que el Banco de España tenía en las dependencias, dejamos atrás a la Caja Postal de Ahorros y caminamos un breve trecho hasta entrar en la sucursal de un conocido banco, donde saludaron con afecto y alegría al funcionario que les canalizaba aquellos fondos.

No recuerdo bien si fue antes o después del cambio de régimen, pues creo que para estos asuntos los condicionamientos exteriores nunca han contado. Ya pasó la lotería, ya tiene varios dueños el maldito gordo que jamás se ha dignado pasar cerca de nosotros.

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