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Columna
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¿Qué nos interesa a los valencianos?

A tenor de las portadas de algunos periódicos, lo que más nos preocupa son los rifirrafes que se producen en remotas oficinas del Ivex o las discusiones más domésticas de la Acadèmia de la Llengua. Por ejemplo. Se trata, la mayoría de las veces, de abstrusos temas para iniciados que, pese al escándalo con el que se los envuelve en ocasiones, curiosamente casi nunca acaban por sustanciarse en los tribunales de justicia.

Todo eso se produce en el improbable terreno de los hechos. Lo digo porque nuestra política se sustenta, más que en acontecimientos reales, en retóricas declaraciones de sus eventuales protagonistas. Así, Fulanito critica a Menganito no por lo que hace, sino por lo que dice que hace. A su vez, Perenganito replica a Zutanito por los dineros de Ciegsa, el transfuguismo de un diputado, una coma en el proyecto de Estatut o cualquier otro enjundioso asunto al parecer muy presente en la vida diaria de los contribuyentes. Es decir, que nos dedicamos a temas superestructurales, que diría un marxista clásico.

Elevando las anécdotas a nivel de categoría, si un miembro de las Cortes Valencianas abandona una comida al iniciar su presidente una canción de Serrat en catalán, podemos deducir del incidente hasta una soterrada crisis parlamentaria. Lo malo, con todo, no es que los periodistas lleguemos a creérnoslo. Lo peor es que son los propios interesados quienes propician esas interpretaciones a falta de actividades de mayor calado ciudadano.

Supongo que así nos va a unos y a otros, con unos medios de difusión de tiradas estancadas, cuando no menguantes, y una participación electoral en franco retroceso.

Si uno se fía, en cambio, de lo que oye a sus vecinos y de lo que se habla en la calle o en el trabajo, los temas que interesan a los ciudadanos son muy otros. Está la asistencia a las personas mayores y a los discapacitados en una sociedad cada vez más longeva. También, el aumento de inmigrantes, con los lógicos problemas que conlleva de integración social, cultural y laboral. Y qué decir de la violencia de género, cada vez más dramática, y del creciente acoso escolar que hace estragos. Para rematarlo, hay otro tipo de violencia doméstica, más oculta, que sería el maltrato físico y psíquico que padecen nuestros ancianos, la mayoría de las veces a manos de sus propios hijos. Según los expertos, sólo en la Comunidad Valenciana afectaría a más de 30.000 personas.

Y no me olvido de la inseguridad ciudadana. ¿Cómo podría hacerlo? Para evidenciar la magnitud del problema, en sólo veinticuatro horas aparece en Castellón el cadáver de un abogado secuestrado y apaleado, y en Alfafar el de un vecino apuñalado hasta desangrarse en su domicilio.

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Claro que a nuestros políticos les preocupan estos fenómenos. ¡Faltaría más! Pero, en general, la case política va a remolque de la realidad y sólo se le ocurre ampliar las carreteras cuando ya se ha producido el atasco de tráfico, con lo que así no evitan el futuro colapso viario una vez concluida la ampliación. Sucedió lo mismo en su día con el sida, que sólo mereció la atención legal cuando ya llevaba más muertos que todas las demás enfermedades infecciosas juntas.

Un último acontecimiento urbanístico evidencia el abismo entre las ampulosas declaraciones doctrinales y la inmediatez de los problemas del ciudadano de a pie. Me refiero a la LRAU. Metidos todos, propietarios, ayuntamientos, promotores, inmobiliarias,... en el paroxismo de planes generales, recalificaciones, PAI y demás comparsa, han tenido que ser los residentes extranjeros quienes hayan puesto el grito si no en el cielo sí, al menos, en el Parlamento Europeo para denunciar los abusos urbanísticos.

No es que en la Comunidad Valenciana se produzcan más tropelías de este tipo que en la andaluza. Sólo en la provincia de Málaga hay ahora mismo más obras en ejecución que en toda nuestra Comunidad. Y en la localidad almeriense de Carboneras se están conculcando tantas leyes de edificabilidad que merece figurar en el Guinness Book.

Pero esto no es una competición para ver quién lo hace peor. Se trata, simplemente, de comprobar que por una parte están los grandes principios de respeto al medio ambiente, desarrollo sostenible y demás conceptos altisonantes y, por otra, los intereses concretos del ciudadano corriente y moliente que, a veces, se atienden cuando ya es demasiado tarde.

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