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Columna
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Una elegía

Hoy es un mal día para los pavos. El peor. A estas alturas, son muchos los pavos que han caído ya y que reposan boca arriba, desplumados y decapitados, en el frigorífico, a la espera de que los trufen, de que les coloquen una naranja en el lugar en que tuvieron siempre la cabeza, de que lo aderecen con salsas barrocas, de que los horneen para dorarles el pellejo fantasmagórico y para reblandecer su carne prieta, que siempre acaba teniendo una textura de corcho y caucho. Hoy es un día malo para ellos. El peor. Aunque no tanto como para los pavos que siguen vivos, vivos pero aterrados, alzando plegarias urgentes al dios emplumado de los pavos para que su amable providencia detenga en el último momento la mano ejecutora. Ahí están ellos, a la espera de que los suban al patíbulo de la encimera de granito y les corten el cuello con un cuchillo asiático. Los pavos, los pobres pavos.

Nada más lejos de mi intención que el promover un debate científico en estas fechas entrañables, pero estoy convencido de que llega un momento en la vida de todo pavo en que adivina que nos lo vamos a comer. Es posible que en su infancia el pavo vea a los humanos como unos seres generosos que le alimentan y le ofrecen cobijo, pero el pavo adulto, al desarrollar su capacidad de raciocinio, comprende que es el elemento de un sacrificio ritual. De ahí que el pavo adulto se comporte de manera esquiva y recelosa, evasiva y suspicaz, como si en vez de un pavo adulto fuese un pavo que estuviese aún en la edad del pavo. Y los pronósticos del pavo se cumplen, por supuesto, y eso va creando una especie de memoria genética en la especie. Un pavo oye un villancico flamenco y es como si oyera una marcha fúnebre polaca.

Los nuevos usos sociales están desplazando al pavo del menú navideño en beneficio de manjares más exóticos, y eso que sale ganando el pavo. Sé de pavos que llegan a la víspera de la Navidad con la esperanza de que sus dueños cenen unos carabineros en salsa de piña o unas endivias rellenas de sesos de ánade al aroma de estoraque con muselina de arándanos. Pero suele tratarse de una esperanza vana: si eres pavo, lo normal es que te coman. Antes, el pavo podía librarse del asesinato navideño gracias al cordero o al besugo. Hoy, la salvación puede llegarle gracias a un libro de recetas vanguardistas, circunstancia que me alegra, porque les confieso que no hay cosa que me estremezca más que la mirada de pavor de un pavo durante la segunda quincena de diciembre, que es el mes de los difuntos para esas aves de corral, conocidas en terminología científica como meleagris gallipavo, aunque en realidad, y en atención a las circunstancias, deberían llamarse morituri te saluntant.

Conocí una vez a un pavo que llegó a cumplir los 15 años. Era un pavo sosegado, de vuelta ya de todo, incluso de la tradicional envidia que los pavos comunes profesan a los vanagloriosos pavos reales. "¿Sabes una cosa, Felipe?", me dijo el pavo. "Preferiría que me hubieran asado cuando era joven, porque te juro que no pasa un día sin que alimente la sospecha angustiosa de que me van a asar". Es lo que se conoce como el síndrome del pavo viejo. Pero, en fin, con pavo o sin él, felices fiestas.

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