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Reportaje:LOS PROBLEMAS DE LOS INMIGRANTES

El experimentado repartidor de calma

Un joven marroquí ayuda en Cádiz a inmigrantes que, como él, entraron en España de forma clandestina

A Abdelah, un joven marroquí de 20 años, le aguarda un paciente en el hospital Puerta del Mar de Cádiz. No es ningún familiar ni amigo. Ni siquiera le conoce. Sabe de él que viene de Gambia, que habla francés y que, en su intento por cruzar la valla de Ceuta, se dañó gravemente un dedo. Tienen que intervenirle pero Abdelah sabe que el miedo principal de este recién llegado a España no es la operación. Es la incertidumbre por cuál será su futuro. Lo sabe porque no es el primer inmigrante hospitalizado al que visita. Y lo sabe también porque él hizo ese mismo viaje hace tan sólo tres años. Atravesó el Estrecho en un ferry escondido en los bajos de un camión durante 13 horas.

Abdelah Eddahbi dedica gran parte de su tiempo libre a ayudar a los demás. A personas que, como él, decidieron arriesgar sus vidas para trabajar en España. En el centro de formación y de atención a inmigrantes Tartessos de Cádiz aprendió español y un oficio. También a ofrecerse a los nuevos residentes del centro, que llegaban perdidos y llenos de miedo. "Si ven a un marroquí como yo que ha pasado lo que ellos, se tranquilizan". Una vez, el hospital gaditano pidió a Tartessos que alguien les ayudara a traducir las palabras de los ocupantes de una patera, que acababan de ser ingresados. Fue Abdelah el que acudió y, desde entonces, ha repetido muchas veces visitas similares. Mientras busca un trabajo en la construcción, se ha convertido en un solidario receptor de preguntas y un experimentado repartidor de calma. Por su labor acaba de ser premiado por el Instituto Andaluz de la Juventud con el premio Cádiz Joven a la Solidaridad.

"Cada uno tiene una historia. Y todas son diferentes. Los que vienen en una patera cuentan una. Los que saltaron la valla tienen otra", explica Abdelah. También él tiene su particular aventura. La que le llevó de su ciudad natal, Elkea Desraghna, a unos 90 kilómetros de Marrakech, hasta el centro Tartessos. Un día decidió emprender el mismo camino que habían iniciado ya otros amigos suyos huyendo de la pobreza. No había cumplido los 17. Cruzó por dos veces el Estrecho bajo un camión. La primera vez lo detuvieron en Algeciras. La segunda llegó a Granada sin ser visto. Deambuló durante cuatro días hasta que localizó telefónicamente a su hermano, que vivía en Málaga. Él fue quien lo trasladó hasta el centro Tartessos de Cádiz, donde aprendió idiomas, albañilería, carpintería y manualidades. Y sacó tiempo para apoyar a otros recién llegados al centro y a los inmigrantes hospitalizados.

Abdelah ayuda a los demás mientras trata también de ayudarse a sí mismo. Ahora está en paro y espera conseguir empleo en la construcción. Ya tiene experiencia. Hace poco trabajó en las obras del cuartel de la Guardia Civil de La Línea. Los mismos guardias de los que huía cuando trataba de entrar en España. "En realidad, aunque vayas en una patera repleta o en los bajos de un camión que te puede aplastar, no hay miedo a la muerte. Porque si hubiese ese miedo no lo harías. Lo que temes es que te detengan y te devuelvan". Lo dice porque se lo han contado los inmigrantes a los que atiende. Lo dice porque él mismo lo ha vivido.

Primer regreso

Abdelah se fue de su casa sin decirle nada a sus padres para encontrar un empleo digno. Para no tener que resignarse a los tres euros diarios que le ofrecían por trabajar en el campo. Ellos ya saben que está en España y que ayer, por primera vez en tres años, volverá a Marruecos para verles. Lo que no saben todavía es lo que ha pasado su hijo. Porque Abdelah no les ha contado que salió de su hogar junto a algunos amigos sin el dinero suficiente para marcharse en autobús a Casablanca. Tampoco les ha dicho que vivió en Tánger unas semanas. Les ha ocultado que una noche, después de ver una película en un bar, salió a la calle, vio un camión solitario con matrícula extranjera y se escondió en su bajos.

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Los padres de Abdelah ignoran que su hijo pasó 13 horas debajo de aquel camión. Y que, cuando el conductor se detuvo tras un largo viaje, él huyó a través de un campo sin que saber que estaba en un pueblo de Granada. Y que durante cuatro días tuvo que gesticular para pedir comida porque no sabía español. Y que durmió a la intemperie con unos cartones que encontró en la calle.

Abdelah no les ha detallado que se ocultó los primeros días de la policía, pero que, después, apremiado por el hambre, se hizo ver para que le detuvieran. No les ha contado que ni siquiera así lo arrestaron y que tuvo que seguir durmiendo en la calle hasta que comprendió que para llamar a su hermano, que vivía en Málaga, no tenía que marcar un cero delante del número que memorizó.

Abdelah les contará todo esto a sus padres a su regreso a Marruecos, tres años después de haberse ido de casa. Les dirá que España no el paraíso que imaginaba pero que, aun así, volverá a marcharse. Porque es mejor que lo que le espera si se queda en su tierra. Porque, una vez iniciado el viaje, no puede volverse atrás.

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