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LÍNEA DE FONDO | FÚTBOL 16ª jornada de Liga
Columna
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Escupir contra el viento

Roy Keane se ha comprado castillo en Escocia: defenderá los intereses del Celtic de Glasgow, un fogoso cabildo de gañanes cuya camiseta, tan blanca, pero tan verde, está pintada con zumo de alfalfa. Si excluimos a Johnstone, un muñequito de cera que tenía una pulga rabiosa en la entrepierna, sus chicos son, año tras año, la réplica sucesiva de Jackie La Jirafa Charlton; en resumen, la fotocopia de un gruñido. Ahora recibirá a su nuevo paladín, le ajustará bajo la falda una coquilla de acero, completará su nómina de ganapanes y, sin cobrar un penique por el servicio, habrá salvado al Real Madrid de sus propios asesores.

Porque, con su historial de forajido, su cráneo empanado y sus chirlos de navajero, su fichaje habría convertido Valdebebas en Valdebrevas.

Nadie discute que contratar a esta criatura nacida para el cuerpo a cuerpo equivale a inyectar al equipo una sobredosis de anfetaminas. Roy es, por supuesto, un producto estimulante, un manojo de fibras hecho para competir. Y eso, por sí mismo, no parece un problema.

Además, un día sabremos que nuestros mayores cracks fueron en realidad el caballo loco que suele nacer en la cuadra de los purasangres. Por ejemplo, Alfredo di Stéfano sufría la paranoia del ganador. Se pudría lamentando un gol que le marcó a última hora el Milán de Rivera y carecía de memoria para los cuatro que su equipo había conseguido minutos antes. ¿Y John McEnroe? Se buscaba un enemigo en cualquier parte, a ser posible en la silla del juez. Polemizaba con él, se inflaba como un lagarto, y luego, a raquetazo limpio, expulsaba de las pistas a todo el que se atreviera a acercarse en calzoncillos. ¿Y Eddy Merckx? Aquel caníbal de la carretera incapaz de perdonar un sprint se filtró en el pelotón internacional, le tomó gusto a la carne de ciclista y consideró cada prueba el aperitivo de la siguiente; engulló a media Europa y aún se quedó con hambre. ¿Y Rafa Nadal? Sin duda representa el mismo tipo de deportista circular: es grande porque se inflama y se inflama porque es grande.

Visto por ese mismo cristal, Roy lo tiene todo, salvo la clase. Hoy sólo le recordamos por algunas de sus peores fotografías: por la cornada que le costó la carrera a Haaland o por su autogol en el memorable partido que Fernando Redondo, ese nieto de Gardel que cada día canta mejor, aprovechó para dejar fané y descangayao al rudo Berg en el carril izquierdo de Old Trafford; le metió un caño de tacón, y allí lo dejó colgao.

A su hora, Roy se comió un centro de Michel, batió a su portero y, tumbado boca arriba, masculló su impotencia británica y lanzó un escupitajo sobre la vertical de su propia cara.

Por muy poco no ha hecho lo mismo sobre la suya el Real Madrid.

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