En declive pero temible
Pese a sus fiascos europeos, al Arsenal siempre le queda Henry
Dos equipos con una gran historia se enfrentarán en los octavos de final de la Champions. A un lado, el Real Madrid, en una temporada de turbulencias que pretende cerrar con la conquista de la Copa de Europa. Ganó la primera edición en 1956 y 50 años después quiere refrendar la leyenda que comenzó a construirse con aquella victoria frente al Stade de Reims. Será un año especial para el Madrid, y no lo será menos para el Arsenal, que se despide del viejo Highbury, el maravilloso estadio del norte de Londres donde los cañoneros se convirtieron muy pronto en una referencia esencial del fútbol inglés. La próxima temporada se trasladarán a un futurista estadio que permitirá al Arsenal grandes aventuras económicas, pero siempre quedará el recuerdo de Highbury, el reloj de uno de sus fondos, las huellas art decó de un recinto enclavado en los callejones del norte de Londres y el ambiente de una hinchada que nunca ha pretendido alcanzar al glamour del Manchester United, ni las veleidades de nuevo rico del Chelsea. El Arsenal es otra cosa, una institución sólida que ha dado al fútbol la WM que ideó su mítico entrenador Herbert Chapman a finales de los años 20 y perfeccionó en los años 30. Eso y la fama de equipo extremadamente aburrido que se ganó durante el periodo de George Graham al frente del equipo, a finales de los ochenta y primeros noventa. Hasta que llegó Arsene Wenger, uno de los grandes factores no sólo en la renovación del Arsenal, sino del fútbol inglés. Cuando se hizo evidente el influjo de la ley Bosman y las fabulosas cantidades de dinero que inyectó la televisión a la Liga inglesa, estaban puestas las condiciones para un cambio irreversible. Jugadores como Cantona, Gullit, Bergkamp y Zola, y Wenger como entrenador, modelaron un nuevo estilo de fútbol que ha mezclado los viejos aromas británicos con las ideas continentales.
Wenger ha marcado una época en el Arsenal, quizá la más importante de su historia. Fue contratado en el verano de 1997, en medio de un periodo depresivo del club, y desde entonces nada fue igual. Con el técnico francés, el Arsenal ha ganado dos Ligas y cinco Copas. No sólo eso: el equipo ha jugado mejor que nadie en Inglaterra, con una mezcla casi perfecta de organización y estilo, muchas veces con una presencia casi total de extranjeros, algunos de ellos entre los más relevantes de la escena mundial. Bergkamp, Vieira y especialmente Henry han sido la bandera del último Arsenal, cuya única tacha ha sido su debilidad en la Liga de Campeones. Nunca ha conseguido pasar de cuartos. No es ahora cuando se espera que alcance el éxito que se le escapó en sus mejores años.
El Arsenal ha perdido gas en las dos últimas temporadas. Tiene momentos, destellos, pero no es el equipo fiable de otros años. No tiene la pujanza del Chelsea, ni la consistencia que logró Wenger anteriormente. Quizá por ello, su objetivo es la Copa de Europa, un torneo de momentos, como bien sabe el Madrid. En este sentido, el Arsenal es un rival más que respetable, puede que temible, a pesar de la satisfacción que produjo la eliminatoria en el club español. Al Arsenal no le faltan excelentes jugadores. La defensa -Lauren, Campbell, Touré o Senderos y Cole- ya no es invulnerable, pero le sobra experiencia. Es en el medio campo donde se aprecian las mayores dudas. Cesc, el prometedor español, tendrá que dar el estirón para convertirse en el centrocampista de largo aliento que necesita el equipo. En los costados, Pires es un recuerdo de lo que fue y el sueco Ljunberg ha perdido energía. Sin embargo, al Arsenal siempre le queda Henry, jugador de estilo muy dañino para una defensa como la del Madrid, poco acostumbrada a perseguir a delanteros capaces de retrasarse o sorprender desde las alas, donde suelen aparecer dos medias puntas disfrazados de extremos. Uno es Reyes. El otro, Van Persie, un excelente futbolista que puede resultar decisivo.
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