Dios, Dios, ra, ra, ra
Juan Urbano nunca fue un hombre muy religioso, de manera que desconfiaba al instante de las personas que tienen continuamente en la boca el chicle de "si Dios quiere", "gracias a Dios" y tal y tal. Le hubiese encantado ser dos de sus escritores franceses predilectos, Jean Cocteau y Jules Renard, el primero porque se dio cuenta de que la Iglesia era un buen negocio y se atrevió a decir que "Dios no habría alcanzado nunca al gran público sin ayuda del diablo"; y el segundo porque, después de hacer un recuento de las injusticias del mundo en que vivía, escribió: "Desconozco si Dios existe, pero sería mucho mejor para su reputación que no fuera así". En cualquier caso, se mantenía en guardia contra los que querían imponer la evidencia de lo invisible, que es más o menos en lo que consiste la fe.
Pero si la religión le interesaba cada vez menos, el fútbol le gustaba cada vez más, de modo que en estos días estaba pasando por una violenta crisis de identidad, desde que vio al nuevo entrenador de su equipo, que es el Real Madrid, hablando como en trance en las conferencias de prensa, diciendo que él sólo glorificaba a nuestro Señor y que una de sus tácticas para fortalecer al equipo consistía en rezar todos juntos un padre nuestro, justo antes de saltar al campo. Juan Urbano estaba a punto de ponerle tomate por encima a su carnet de socio y comérselo, cuando el Madrid salió al estadio de La Rosaleda y, jugando bastante mejor de lo que lo hacía en los últimos tiempos, le ganó cero a dos al Málaga. Ave María purísima.
Juan Urbano se fue a la cama feliz con los tres puntos, pero tuvo un mal sueño: en realidad, lo del Real Madrid no era más que parte de un plan de los fundamentalistas católicos destinado a recuperar para Dios y para sus representantes financieros en la Tierra el espacio que le habían comido los ateos, con sus divorcios, sus abortos, sus bodas entre personas del mismo sexo y, sobre todo, sus clases voluntarias de Religión. Estaba muy claro: si la gente no iba a los templos, habría que llevar los templos a las personas, y ¿qué mejor manera de lograrlo que abrir franquicias en lugares de paso obligado como el Parlamento, las principales calles de Madrid y, sobre todo, el mismísimo Santiago Bernabéu, que es el único sitio de la ciudad en que los más agnósticos hemos creído en milagros como los que hicieron san Netzer, san Butragueño o san Zinedine Zidane?
Y, encima, todo esto ocurría en Navidad, la época en la que uno se vuelve blando a base de repetir cochinillo y los corazones están dispuestos a elevarse a las alturas, deslumbrados por la iluminación callejera, los anuncios de turrón y las películas de niños que no creen en Papá Noel y que siempre le habían hecho recordar una frase del maestro de la novela negra Dashiell Hammett: "Cada vez que veo un niño actor me dan ganas de pegarle fuego a un orfanato". ¿Podía ser todo, simplemente, una casualidad? ¿Y las manifestaciones encabezadas, Paseo de la Castellana arriba, por Rouco y sus hermanos? Y el helicóptero de la presidenta de la Comunidad de Madrid descendido desde las alturas, afortunadamente, por la mano del Creador, aleluya, hemos podido matarnos pero estamos vivos, gracias a Dios. Y ahora esto.
El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la Ciencia logra abrir, decía Albert Einstein, y Juan Urbano se preguntó, al despertar de su terrible pesadilla, si ésa sería la misma explicación que se le iba a dar a los próximos triunfos de su Real Madrid. "Hombre", se dijo, "cuando nos aseguraban que el equipo se iba a reforzar en el mercado de invierno, no pensábamos que se referían a un fichaje de esa categoría". Pero, en fin, cada entrenador tiene sus métodos. Vanderlei Luxemburgo tenía el cuadrado mágico, que era algo que sonaba más a ropa interior de señora que a estrategia táctica, y su sustituto, López Caro, tiene el padre nuestro y una fe que, si mueve montañas, ¿por qué no iba a mover a Ronaldo y etcétera?
Juan Urbano se fue a dar un paseo, calle de Concha Espina arriba, y se dijo: "Como el domingo le metamos cuatro al Osasuna, le enciendo una vela a San Isidro". Lo bueno es que no resulta tan difícil convertir un dogma en una superstición. ¿No creen?
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